Juan Luis López Precioso, un poeta en el recuerdo
El homenaje de sus amigos poetas.'Ababol' recuerda al periodista y escritor fallecido recientemente publicando algunos de sus poemas y los artículos de compañeros de profesión y de mil batallas
Nunca he sentido tanta vergüenza en mi vida. Vergüenza literaria. Fue a finales de la década de los noventa. Por entonces, un jurado compuesto, entre ... otros, por el hoy catedrático emérito de la Universidad de Murcia Javier Díez de Revenga, el ya desaparecido profesor don Juan Barceló, catedrático de la antigua Escuela Normal de Magisterio, y el escritor de Llano de Brujas que daba su nombre al galardón, me proclamó ganador de una de las primeras ediciones del Premio Francisco Sánchez Bautista de Poesía. No se trataba de un libro, sino de un conjunto de poemas que poco tenían que ver el uno con el otro, escritos, en su mayor parte, en los viajes que por entonces hacía, con cierta frecuencia, a los Estados Unidos, en cuyas universidades trataba de hacer méritos para engordar mi menguado currículum.
Juan Luis López Precioso, que ya era por entonces un poeta cuajado y hecho, muy bien considerado por sus lectores y por la crítica, con una obra sólida a su espalda, quedó finalista. Recuerdo que fue acompañado por su madre al acto de entrega de los trofeos y de los cheques que lo acreditaban. Lo abracé y le pedí perdón porque sabía que era un escritor infinitamente mejor que yo, que apenas había publicado un par de libros que nunca debieron ver la luz. Desde entonces, fuimos mejores amigos. Nos veíamos con cierta frecuencia, hablábamos de cultura y le ayudaba en lo que podía, que no era mucho, a organizar algunos ciclos de literatura -especialmente de narrativa- que crearon un precedente en la Región de Murcia, porque siempre apostó por los jóvenes, por los que él intuía que iban a ser los mejores, y el tiempo terminó por darle la razón.
Admiré a López Precioso no solo desde que ya era un personaje conocido, sobre todo a través del periodismo, donde realizó ciertas entrevistas que deberían utilizarse de modelo en las facultades de Ciencias de la Información. Mi admiración venía desde antiguo. Desde que en 1981 la recién nacida Editora Regional publicó la antología titulada 'Labores de hogar'. Un libro que ya es historia de la cultura en la Región de Murcia, en donde Ángel Montiel, por entonces director de esa entidad y excelente poeta, reunió en un mismo volumen a un ramillete de jóvenes escritores de los que se habría de hablar mucho y muy bien más adelante: Javier Orrico, Manuel Susarte, Antonio Parra, Marín Ceballos, Gras Mentado… y el propio Juan Luis López Precioso. En su «confesión poética» que iba al frente de los poemas escogidos, López Precioso ponía de manifiesto su confianza en que, alguna vez, la especie humana fuera capaz «de llegar a la condición poética perfecta». Y recurría a una cita de uno de sus poetas predilectos, José Ángel Valente, del que ya casi nadie se acuerda: «Tal vez escribir un pájaro fuera mejor». Pero ahora, lo que me viene a la memoria es ese breve poema, de apenas cinco versos, con el que López Precioso finalizaba su trabajo. Una composición en la que, tan tempranamente, cuando no hacía tanto que había cumplido los veinte años, de alguna manera, ya se reflejaba el estigma de lo que habría de ser su vida: «Quedará por último no la sombra/ sino el contorno que la emborrona,/ el hilo partido/ que nadie alcanzará a destrenzar/ hasta su fin».
Cristina Morano. Poeta
Las muchas voces de Juan Luis
Sé que Juan Luis López Precioso quedará en la memoria y en la historia de las literaturas murcianas como poeta de la intimidad y la elegía, porque de eso trataron sus últimos libros publicados (y, según sus propias palabras, estaba preparando otro, 'Ultimidades', con esa temática de reflexión sobre el paso del tiempo).
Pero antes hubo otros JuanesLuises: el poeta activista de los años 70, que entendía la poesía como un arte performativo, que se aliaba con la pintura o el recitado en la calle para componer un mensaje nuevo, que adquiría su sentido en el momento de ser leído en plaquettes, o accionado en la calle (¡donde le esperaba la policía franquista!). Luego estaba también el poeta cachondo que reivindicaba el poema como territorio de la experimentación. Poetas como Juan Luis y Javier Marín Ceballos, en 'Labores de hogar', antología recopilada por Ángel Montiel para la Editora Regional, dan rienda suelta a la ironía anti-todo, componen poemas que dan vueltas y revueltas sobre sí mismos sin llegar a ningún lado, usando las perífrasis y las componendas del lenguaje culto como cáscaras vacías que aterrizan sobre nada.
Después de «desenmascarar» al lenguaje, Juan Luis se volvió hacia sí mismo, a rebuscar en su circunstancia personal el poema que hablara de su ser en el devenir.
Compartí con él un tiempo maravilloso: el del aprendizaje de la poesía. Las noches que salíamos a beber con su novia y los compañeros de la revista Thader (Andrés García Cerdán, Joaquín Baños, Ángel Paniagua, Fulgencio, Pepa...), inaugurábamos una tertulia poética portátil de bar en bar. Recientemente supe por Jarauta que JL estaba muy enfermo, pero se acordaba de nosotros. Este es un pequeño homenaje de algunos amigos.
Juan J. Marín Saura. Poeta
Miro al firmamento...
Años de poesía, actividades compartidas, amistad… me llevan a 1975, siendo estudiantes. Nos presentábamos unos a otros, en reuniones de amigos, tabernas y cafés. Éramos felices con nuestras ilusiones a cuestas, sin miedo a nada, y mucho vacío en el horizonte cultural del momento. A la tertulia Azahara, en el café Santos, venías tú cuando podías y leías tus escritos. Todo el que acudía tenía su silla y su palabra. Era un bello túnel, donde la ilusión de cada uno se volvía realidad por unas horas. La misma que más tarde fue concreta, con cuerpo y mucho corazón por y para todos.
Allí estabas Juan Luis, en el nº 3 de Azahara publicando tu primer poema. Y enunciaste el origen de su inspiración: palabras imaginarias de Yannis Ritsos a Mikis Theodorakis en Grecia roto el exilio y rotas las cárceles. «Acaso las lágrimas de tus días/ aciagos diseñaron los cerros griegos./ Pero lo más bello es que tu música, tu gesto,/ nos confirma la más hermosa certidumbre:/ la lucidez o el ansia imborrable/ de futuro. Porque mi amado Theodorakis,/ mi camarada, ahí están tus dulces canciones,/ tu música lo corrobora:/ Los días que vendrán/ pueden ser eternamente nuestros,/ por plenos»./ Firmado en Cabo de Palos, Julio 1976. (Ante la longitud del texto, he copiado el último grupo de versos).
¡Cómo escribías ya Juan Luis! Ahora que puedes observarnos, desde la blanquísima ingravidez de la nada que te tiene, ¿qué idea te has llevado de nosotros? ¿Tal vez no hemos estado a la altura? La inquietud del desconocimiento crea monstruos, haciéndonos pensar que te hayas ido y nosotros, tus amigos, te hubiésemos fallado.
Miro al firmamento para buscar tu estrella. Confío en que no sea la que siempre te dio su espalda.
Juan Mariano Balibrea Piqueras. Pintor e ilustrador
Éramos muy jóvenes
Conocí a Juan Luis en unos talleres de teatro y juego dramático, en 1972 (yo tenía 18 años y él tenía 16). De los ensayos en los talleres y de las conversaciones prohibidas en los bares, pasamos a crear un grupo de teatro alternativo, Anatema, entre ilusiones poéticas y sueños de libertad, al que se unieron posteriormente otros amigos y amigas de un grupo musical. Dos años y medio duró esa experiencia de amistad, crecimiento personal, lucha por la democracia e intervenciones artísticas. Éramos muy jóvenes, y además de querer cambiar el mundo con las herramientas del arte, queríamos vivir la juventud con descaro. Juan Luis ponía en el grupo la voz, elegancia, la reflexión serena y las novedades poéticas o teatrales que le llegaban a su casa (casa en la que pasé mucho tiempo con él, dialogando y diseñando mundos imposibles, porque a los dos nos gustaba escudriñar los libros que venerábamos, incluida la antología Nueve Novísimos de José María Castellet). Anatema realizó tres actuaciones distintas en el salón parroquial de La Paz, destacando en mi recuerdo una lectura poética dramatizada, acompañada por una banda sonora de nuestro grupo musical, con los poemas de los cuatro amigos que componíamos el núcleo duro del grupo: López Precioso, J. Antonio Delicado, Ángel Amorós y yo. Pero las actuaciones poéticas se mezclaban necesariamente con el compromiso político en la clandestinidad, y cuando quisimos registrar un libro de poemas en aquellos tiempos ominosos, el censor, de cuyo nombre no quiero acordarme, nos mandó la policía a nuestras casas, que nos interrogó y nos estuvo siguiendo durante unas semanas, porque nuestros poemas eran muy peligrosos y, sobre todo, muy descarados. Y añado: muy buenos, especialmente los de Juan Luis. Y disolvimos el grupo en 1973. Juan Luis se fue a Madrid, a estudiar periodismo, y la vida nos impuso caminos diferentes durante unos cuantos años. En 1976/77, en plena lucha por la libertad, volvimos a encontrarnos, y realizamos una publicación en equipo, 'Del tiempo detenido', en el que Juan Luis ponía sus poemas -contestatarios, atrevidos, emotivos y elegantes-, y yo ponía las ilustraciones. Durante un tiempo, mientras la democracia tomaba forma en nuestro país, estuvimos presentando esa exposición y esos poemas en salas alternativas: Pueblo Joven, mitin de Santiago Carrillo en la FICA, Ateneo Cultural en Cieza, Yecla, Ateneo de Totana… y en Madrid, en la Fiesta del PC en la Casa de Campo.
Con el paso del tiempo, nuestras vidas tomaron direcciones distintas, pero siempre nos quedaron las vivencias de esos años de juventud. Además de sus libros posteriores, Juan Luis López Precioso nos dejó dos hermosos conjuntos de poemas: los poemas iniciales de la etapa de Anatema, que me gustaría rescatar cuando sea posible, porque los conservo en alguna carpeta, y los poemas comprometidos de 'Del tiempo detenido'.
Patricio Peñalver. Periodista y escritor
Al final lo que queda de un poeta es la obra
En la Murcia de finales de los 70, en la que surgía una cierta 'movida cultural' que traía un aire diáfano y generacional, conocí a mi amigo Juan Luis. Desde aquellos momentos nuestra relación fue intensamente cultural, en el sentido más amplio, aunque sobresaliera más el intercambio de autores de lecturas poéticas y narrativas. Por aquella etapa comenzó Precioso a pergeñar sus primeras colaboraciones en prensa con ese aire de nuevo periodismo que conjugaba elementos literarios, de la mano del madrileño Luis Orche que lo invitó a colaborar en el diario 'Línea', y ahí ya dejaba su impronta y sus primeras piezas literarias. Más tarde, coincidiríamos ambos en otros medios de comunicación, en los que Juan Luis siempre destacaría por su calidad en esa faceta de periodismo literario, no solo en las labores de información y opinión, también brillantemente en el género de la entrevista. Como gestor cultural y organizador de ciclos literarios, en la Biblioteca Regional o en la Fundación Cajamurcia, fue todo un lujo, combinando a los autores consagrados con los más jóvenes del panorama nacional, siempre con ojo avizor. En el suplemento 'Ababol' de este diario también dejó su impronta descubriendo y dándole voz a los poetas que vez primera salían en la prensa.
Una de las características de Precioso era la búsqueda de la perfección tratando de encontrar la palabra precisa, el verbo para darle vida y el adjetivo para calificarlo. En cuerpo y alma se entregó en su trilogía: 'Luminaria', 'Trasluz' y 'Sombra'. En ese combate con la vida siempre le tuvo el máximo respeto al acto de la creación literaria.
Sobre la vida, la obra y la poesía qué mejor que las propia palabras de Precioso: «Por un lado está la vida del poeta y, por otro, su experiencia. Por eso no creo tanto en lo que se llama poesía de la experiencia. La vida de uno no le importa a nadie. Quiero decir la vida del sentido cotidiano, de lo vulgar. Lo que le interesa es la palabra y, al final, lo que va a quedar de un poeta es su obra, su palabra. Por esto creo en la belleza de la poesía, de la palabra. También coincido con otro gran maestro, Valente, en que hay que buscar la palabra exacta, precisa, a medida, en cada verso. Como decía Ramón Gaya, en un cuadro no debe faltar ni sobrar nada».
Recientemente se le ha homenajeado. En las librerías no se encuentran sus libros. Por lo que considero que el mejor homenaje que se le podría hacer es reunir su obra completa y publicarla porque, efectivamente, al final de la vida de un poeta lo que queda es la obra.
José Luis Martínez Valero. Profesor y escritor
El desconocido
Juan Luis López Precioso fue un desconocido, sobre todo para sí mismo; algunos diréis que esta clasificación, sin duda, corresponde a todos. A menudo, este desconocimiento, no es una tragedia, se puede pasar la vida junto a nuestra sombra, como si se tratase de un vecino, a quien saludamos a diario y, si viene al caso, seguro que podríamos contar muchas cosas sobre él, como si hablásemos de alguien, al que identificamos con nuestra información.
Sin embargo, frente a la tranquilidad que, al parecer, ofrece esta experiencia, hay un misterio, a veces una sed que nada calma, un deseo de saber que aspira a romper con la conciencia de su vacío, una nada que no figura en la prensa, pero que se adivina, sobre todo cuando en la entrevista, el sujeto, el otro, pese a que se esconde, aparece, porque el periodista que fue Juan Luis, lo entrevió.
De ese modo, lo entrevisto, justo en el momento en que iba a desparecer, confundido entre una maraña de anécdotas y viejas fotografías, al abrir la puerta, lo tenemos ante nosotros, de repente está ahí y, quien está, pasa a ser. Se dice que la finalidad del buen retratista, consiste en mostrar no solo lo que todos ven, sino algo más, su interior.
Hay profesiones, escritor, por ejemplo, que, aunque el autor se desconozca, acaso acabe pareciéndose al que representa. Sin embargo, imagino que, cuando, el periodista, desea hablar objetivamente sobre lo que ocurre en la plaza y lo hace para que todos sepan de sus vidas y de sus obras, probablemente, dado que nada sabe de sí, quizá pueda saberlo todo, como aquel que, desde el exilio, contempla el pasado, extranjero de quien siempre esperamos noticias.
Este es el misterio, el desconocido se convierte en aquel que conoce, y ésta, también es su tragedia, porque, cuanto más sabe, más se desconoce.
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