Salvador García Jiménez: Un escritor con sangre
«Estamos viviendo un lentísimo crepúsculo de la inteligencia y de la literatura también», dice el ceheginero, que acaba de publicar 'Antología de cuentos'
Su verbo es temible, y a la vez amable, seductivamente atrayente pese a que, de pronto, del parabién puede saltar a la crítica más acendrada. ... Es Salvador García Jiménez (Cehegín, 1944) un espécimen como pocos en la selva literaria española. Quizás para las generaciones más jóvenes sea un desconocido, pero su nombre está asociado a premios y condecoraciones. Pero él no sale de su isla. Por si alguien se lo pregunta, sus maestros son Franz Kafka, «que muere sin ser reconocido en absoluto»; Nietzsche, «que de su primera obra publica 200 o 300 ejemplares»; San Juan de la Cruz, «cuando dice eso de música callada, soledad sonora», y, sobre todo, Jesucristo, «por eso digo que los poetas mueren a los 33 años». No es que se tenga por un autor marginado, «porque cada uno llegamos hasta donde podemos llegar, y para mí lo importante es estar trabajando. Lo demás da igual».
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En realidad, García Jiménez es un místico al que Cehegín ha tratado siempre bien: «Me dieron una calle, hay un premio de cuentos que lleva mi nombre... pero la verdad es que sí que estoy retirado de todos los ambientes literarios de Murcia, y solo pertenezco a la Real Academia Alfonso X El Sabio, donde hay buena gente».
Precisamente, la Real Academia Alfonso X El Sabio acaba de publicar su último libro, 'Antología de cuentos', con una introducción, selección y notas del profesor de la Universidad de Murcia Manuel Martínez Arnaldos, quien alaba su «portentosa imaginación y depurada técnica narrativa» que nunca deja, como cita, que la ilusión perdure demasiado en el lector. Algo que hay que atribuir, incide Arnaldos, «a su conciencia irónica y satírica».
«La cuestión es la inteligencia. Lo importante no es que te hagan palmas una tarde por sacar un libro, pues ahora nadie publica de gratis»
En efecto, una conversación con García Jiménez sirve para dos cosas: para constatar, en primer lugar, su fervor por contar, algo que no ha perdido nunca, y para vislumbrar su holgada curiosidad, su insaciabilidad de conocimientos. En esta 'Antología de cuentos' figura, por ejemplo, el titulado 'Los apuntes de don Ángel Valbuena', que arranca así: «Los profesores bohemios de la Universidad habían desaparecido a la par que los tontos de los pueblos. Cuando los nuevos catedráticos se reunían en congresos o tribunales de tesis doctorales, añoraban la figura de aquellos genios extravagantes y distraídos. Ahora, el nuevo sistema, los despachos individuales con sus ordenadores y su asepsia, alumbraban profesores clónicos. La locura luminosa se había extinguido». A Valbuena Prat, autor de 'Historia de la literatura española, «libro con el que todo el mundo ha estudiado oposiciones», lo recuerda García Jiménez en aquellos tiempos «de surrealismo y de bohemia»; ejerció en la Universidad de Murcia y fue presidente del tribunal del Examen de Estado, y nunca entró en la Real Academia de la Lengua, pese a ser, como insiste el ceheginero, «el máximo conocedor de la literatura española». De Valbuena se decían cosas increíbles, como que recibió a un catedrático en Atocha con una gabardina sobre el pijama. Que frecuentaba los más peliagudos tugurios, que iba apropiándose de las manzanas de los mercados, que fumaba como un murciélago, que cubría las manchas de las paredes con sábanas... «Este cuento bordea la raya de lo que no se puede traspasar –comenta García Jiménez–, pero está escrito con sensibilidad y con cierta ternura».
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«En Cehegín la melancolía me sube desde los pies a la frente: veo al niño que fui corriendo delante de mí, al niño que cazaba ranas»
En estos cuentos, anota el escritor, habla de la pederastia ejercida por un sacristán, «que está ahora muy de moda»; también del maltrato a la mujer, de la memoria histórica o del plagio, «que también está muy de moda, porque vemos como todos esos diputados están falseando currículum». Incluido en la 'Antología de cuentistas españoles contemporáneos' que publicó Francisco García Pavón en Gredos, es autor de cinco libros de cuentos; uno de ellos, 'Caelum caeli', mereció en 1989 el premio Alcalá de Henares de Narrativa, aunque ha recibido otros reconocimientos importantes: el premio Tiflos de Madrid en 1992 por 'Graellsia'; el premio Nacional de Cuentos Biblioteca Gabriel Miró de Alicante en 1980 por '¿Qué haré con tus rosas?'; el premio Ciudad de Villajoyosa de 1991 por 'El barco en la botella' o la Hucha de Oro de 1989 por 'Tren de Vía Láctea y diecinueve cuentos más'.
Además, es autor de cuatro libros de poesía, y también ha dedicado tiempo y esfuerzo a la novela larga y corta, y al ensayo, «donde estoy ahora metido». «He culminado los grandes géneros literarios con premios y ya en esto de la senectud creo que el ensayo es lo que a uno le viene bien, porque no quiero escribir poesía ahora». En diciembre cumplió 76 años. «Nací cerca de Nochebuena, y me hubiera gustado nacer en Nochebuena, y me llamo Salvador y soy místico».
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Nunca se ha cansado de investigar. De hecho, tiene una novela inédita de 450 páginas, de la que no dice el tema «porque trae mala suerte», «y ahora estoy investigando para escribir otra novela».
Su obra es, además, estudiada en las universidades. Ya se ha publicado una tesis en la UCAM y hay otras dos más en marcha. «Lo importante es la inteligencia. La cuestión no es que te hagan palmas una tarde por publicar un libro, porque ahora nadie publica de gratis. Antes había mecenas, ahora ya ni eso». Desde su isla, García Jiménez percibe claramente que «estamos viviendo un lentísimo crepúsculo de la inteligencia y de la literatura también. Los soportes audiovisuales se están cargando el libro y el papel, y reconozco que yo también leo en formato digital. Pero está cambiando el panorama literario, porque vemos cómo los escritores de hoy son los locutores de televisión. ¡Es increíble! También vemos a los políticos... cuando escriben sus memorias...».
Nostalgia
García Jiménez siente nostalgia, quizás, de esos tiempos en que los catedráticos, como los escritores, importaban para una sociedad. En su caso, la literatura no fue su primera actividad. Fue maestro nacional durante 13 años, y posteriormente obtuvo la cátedra de literatura, ejerciendo hasta su jubilación. «Escribí uno de los primeros libros sobre el infierno de la ESO», anota. Hizo el doctorado en Filosofía «para ser doctor y que nadie me dijera que era catedrático, y si hubiese habido otro título mayor lo hubiera conseguido igualmente, y siempre por libre». Fue hijo de maestro de escuela, «bastante pobre, porque ahí está el refrán de pasas más hambre que un maestro de escuela». Estudió con libros prestados al principio. Hizo el magisterio por libre, y también Filosofía y Letras. Y siempre con Cehegín en la mente. «Para mí es el pueblo más bonito de la Región de Murcia». En un artículo, 'Alicia en Cehegín', publicado en LA VERDAD el 8 de noviembre de 2002, escribió que «la verdadera ciudad de Alicia no es Alejandría, ni Amsterdam, ni Thailandia, como se propaga en las rutas turísticas, sino el pequeño pueblo de Cehegín, la ciudad de las Maravillas». «Utilizando las paradojas simples –comenta el escritor pasado el tiempo–, el traslado de personajes, la desubicación... creo que estaba bien llevar a la Alicia del país de las maravillas a Cehegín, y, curiosamente, hoy la alcaldesa de Cehegín es una Alicia [del Amor]».
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Vivió en una familia numerosa de cinco hermanos. Antonio, ya fallecido, era un gran poeta. «Escribió poemas que para mí son muy importantes». Juan es pintor. Una vez hizo psicoanálisis en sentido literario, «para escribir sobre mi infancia precisamente, y un poco actué como Woody Allen, sin imitarlo, y de ahí salió un libro, 'Sonajero de plata', que fue Premio Casino de Lorca. Después de eso me quedé limpio, en la gloria». La patria de cualquiera persona, recuerda, es el terreno de la infancia: «En Cehegín la melancolía me sube desde los pies a la frente: veo al niño que fui corriendo delante de mí, voy por allá y veo al niño que cazaba ranas, o al niño que fui yendo al colegio con nieve, o cazando pájaros con un cepo de cobre...».
García Jiménez comenzó como maestro en Cañada de la Cruz (Moratalla). «Terminé muy joven, con 18 años ya era maestro, y aquello era un crimen empezar así. Por el frío terrorífico. Escribí una novela sobre aquello también. Me llevé las obras completas de Ortega y Gasset en la maleta en lugar de echarme un abrigo, y el cura y el médico se sorprendieron de que trajese yo aquello. No me las leí todas, pero sí un tomo o dos».
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Umbral y la mediocridad
Descubrió a Kafka mirándose al espejo. «Él murió a los cuarenta años, y yo a los cuarenta me miré al espejo y me pregunté sobre eso, y comencé a interesarme por él. En realidad, yo quería hacer una tesis doctoral sobre Francisco Umbral, y me compré todas sus novelas, pero me di cuenta de que era un novelista muy mediocre, y no tiré sus libros a la piscina, como él hacía, sino al contenedor de la basura en justa represalia. Entonces elegí a Kafka, y creo que fue una buena elección, porque los cuentos de Kafka son sorprendentes». Su tesis doctoral la tituló 'La influencia de Kafka en la literatura española', que asegura que después le copió una licenciada, «y otro que aparece en internet que me cita ochenta veces».
De Kafka descubrió, por ejemplo, que 'La metamorfosis' es la mejor novela corta escrita en la historia de la literatura universal. «Y los cuentos me sorprendieron, no es comparable con nada. Y claro, no le dieron el premio Nobel».
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Otro creador del que habla con sincera devoción es San Juan de la Cruz, y considera su 'Cántico espiritual' «el mejor poema que se ha escrito, y, como dijo Menéndez Pelayo, parece que por sus versos ha pasado el Espíritu Santo. Cuando lo cantaba Amancio Prada a veces se me caían las lágrimas». Es místico, incide a lo largo de la conversación, «y soy católico y rezo todos los días, y creo y me fastidia tanto que se metan con la religión, porque lo que no se puede es insultar a quien tenga otras creencias, o hacer chistes. Aquí cuando uno tiene fe es que parece que somos gilipollas todos los que creemos en Dios y en el Evangelio. Se produce una paradoja, ya que el Evangelio se acerca más al esquema de las teorías comunistas, pero, sin embargo, la mayoría de comunistas no creen en Dios. Intento sacar un común denominador para mi vida, para estar con honradez».
Padre de tres hijos y abuelo de dos nietos –a Lucía, la mayor, le dedicó 'Una corona para 500.000 princesas'–, reconoce que no hubiera podido escribir sin el apoyo de su esposa, María Dolores, que como regalo nupcial le compró las obras completas de Freud.
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Ha leído mucho sobre la infancia de otros escritores para escribir sobre su propia infancia, y, de alguna forma, coincide con Freud cuando afirma que la poesía es un juego de niños, porque se juega con las palabras. «Sin saber el final, porque el poeta que escribe un poema y sabe el final tiene que tirar ese poema. En la poesía hay que ir descubriendo, sin saber hacia donde vas a llegar». Desprecia la palabra «artista» y también que la poesía sea considerado «un don». Ni se explica el poder de las redes sociales, que mantienen «tan ocupadas» a las masas.
Atracción por lo tétrico
«Desde los 14 años», descubre, «cuando leía a Bécquer, Espronceda... y en los pueblos no había televisión ni nada, yo iba a los cementerios y escribía poemas. Sobre todo, Bécquer fue quien más me impresionó. Después seguí escribiendo, no sé por qué el impulso, tal vez porque me gustaba estar solo, tal vez porque mi alma tenía vocación de misticismo. O porque soy raro yo, o son raros los demás. O por intentar superar otras cosas ya escritas... Mi madre me decía de pequeño que no bajásemos al río que allí estaba el Tío Saín que te sacaba la sangre para dársela a los niños ricos enfermos. Yo solo pensaba que íbamos a descubrir un tesoro debajo de las balsas... Nos contaban esa leyenda sin creérsela, y al final descubrí que era verdad, y lo descubrí hace unos años, cuando publiqué 'Vampirismo ibérico', en el que recopilo casos de individuos que sacaban la sangre para curar, sobre todo, la tuberculosis, algo que cesó en la Guerra Civil. Documenté más de 28 casos».
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«Sí me gusta escribir con sangre», incide a LA VERDAD. «Con sangre de investigación, de la verdad, y eso me pone». Los verdugos también le apasionaron, y, de hecho, tiene dos libros: 'No matarás. Célebres verdugos españoles' y 'El último verdugo'. Cada uno de sus libros tiene detrás una larga investigación, desde la Edad Media al siglo XIX. Eterno amigo de Torres Fontes, uno de los mejores medievalistas españoles, él le influyó para escribir 'Partida de damas', sobre el infante Juan Manuel. «Bucear en los archivos es como bajar al fondo del mar y encontrarte con una perla». 'La gran historia de honor de Don Martín de Ambel' y 'Myrtia' son solo dos testimonios. «En los archivos», dice convencido, «están las grandes novelas».
El alhameño Alfonso Martínez Mena, compañero de pláticas al borde del mar en Mazarrón, le invitó una vez a la tertulia de los mejores cuentistas en el Palace de Madrid. «Baquero tiene un libro excelente sobre la teoría del cuento, pero cada cuentista obedece a sus impulsos, y a lo que ha leído. No siempre salen todos los cuentos, ni todas las novelas, yo tengo muchas en la papelera del ordenador», ríe.
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«He estudiado a muerte, he escrito a muerte, y mi mujer me dice que no me puedo quejar», afirma, agradecido a la vida.
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