Edward Gorey. El estrafalario que escribía cuentos
Ilustración. Impedimenta lanza '¡Qué absurdo!', el libro que recrea la vida del dibujante norteamericano que publicó más de cien historias con finales tan desdichados como rocambolescos
Del enigmático Edward Gorey (Chicago, Illinois,1925- Hyannis, Massachusetts, 2000) se han contado muchas cosas, pero no cómo lo hacen Lori Mortensen (texto) y Chloe ... Bristol (ilustraciones) en '¡Qué absurdo!', una obra de arte publicada por la editorial Impedimenta que descubre «la curiosa historia» de este ilustrador norteamericano. Uno de esos libros raros que cualquiera desea tener en su mesita de noche, sin duda, sobre un tipo de estilo «adorable y siniestro» que fue fuente de inspiración para Lemony Snicket ('Una serie de catastróficas desdichas'), Tim Burton ('Pesadilla antes de Navidad') o Neil Gaiman ('Coraline').
'¡QUÉ ABSURDO! LA CURIOSA HISTORIA DE EDWARD GOREY'
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Género. Álbum ilustrado.
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Editorial. Impedimenta (Madrid, 2020).
«Alto y delgaducho, con su abrigo de piel, los dedos repletos de anillos y zapatillas deportivas, escribía cuentos con líneas negras esbozadas , tal y como se los imaginaba», evoca Lori Mortensen. Un artista que publicó más de cien cuentos ('Los pequeños macabros', 'El arpa sin encordar', 'El Wuggly Ump') con finales desdichados y rocambolescos e ilustró más de sesenta obras de autores como T. S. Eliot, Lewis Carroll, Charles Dickens y John Ciardi –fue su profesor–. Un tipo difícil de clasificar, que empezó a dibujar con un año y medio, y a leer por su cuenta con solo tres años, y que no tuvo una infancia trágica ni por asomo, pese a que sus libros, recuerda Mortensen, tengan «un lado oscuro».
Publicó sus primeros dibujos en la sección de deportes de un periódico de Chicago con 13 años, se graduó en Harvard –después de la Segunda Guerra Mundial, años en que trabajó como oficinista en Utah– y pasó por librerías y departamentos de arte de editoriales hasta que decidió ilustrar sus propias obras. Fue un apasionado por el ballet, hasta el punto de que mientras vivió en Nueva York asistió durante veintitrés temporadas a todas las actuaciones del Ballet de la Ciudad. De ahí, anota la escritora, esos rasgos esbeltos de sus personajes, que recuerdan a los bailarines. «A lo largo de su vida su aspecto fue tan impactante como su trabajo: medía más de un metro ochenta, y sus largos abrigos de piel, sus zapatillas Converse, sus enormes joyas y sus anillos de metal lo hacían fácilmente reconocible donde quiera que fuese». ¡Viva la extravagancia!
Su hogar, la Casa Elefante, en Cape Cod, que perteneció a un capitán de barco, es un museo. Con 25.000 libros, con sus objetos (desde pasapurés a ositos de peluche y pomos). En estas páginas vemos al personaje como protagonista de un libro que tiene todos los ingredientes para ser de culto. Su cabeza colmada de disparates en este «mundo inseguro», sus historias en las que podía pasar de todo. Ese aire tenebroso y, a la vez, cómico. Tristes hombretones de nombres absurdos. Su imaginario, sus caprichos, sus genialidades, sus escenarios. La gran –y perturbadora– belleza.
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