Luis Alberto de Cuenca te recita al oído
poeta y proferor
Antonio Arco
Lunes, 21 de noviembre 2016, 22:15
Escribe en su poema 'Bébetela', de su poemario 'Sin miedo ni esperanza: «Dile cosas bonitas a tu novia: / 'Tienes un cuerpo de reloj de arena / y un alma de película de Hawks'. / Díselo muy bajito, / con tus labios / pegados a su oreja, / sin que nadie / pueda escuchar lo que le estás diciendo / (a saber, que sus piernas son cohetes dirigidos al centro de la Tierra, / o que sus senos son la madriguera / de un cangrejo de mar, o que su espalda / es plata viva). Y cuando se lo crea / y comience a licuarse entre tus brazos, / no dudes ni un segundo: / bébetela». Es uno de los textos incluidos en el poemario+DVD de Luis Alberto de Cuenca titulado 'La flor azul', que ha editado Raspabook, en colaboración con el Ayuntamiento de Cartagena, y que el próximo lunes 28 de noviembre será presentado, por el propio autor y por el responsable de la edición del libro, el poeta Antonio Marín Albalate, en un acto -a las 19.30 horas, en la Sala de Ceremonias del Palacio Consistorial- con el que se clausurará la primera edición del festival Deslinde (Poesía en Cartagena), que arrancó ayer y está organizado por la Concejalía de Cultura cartagenera.
De Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), poeta, profesor de Investigación del CSIC, académico de la Historia, Premio Nacional de Poesía 2015, exdirector de la Biblioteca Nacional y exsecretario de Estado de Cultura con el Gobierno de José María Aznar, destaca Marín Albalate que «ama el cómic, los clásicos, la música y las mujeres -«mira que las deseo. / Y qué poco me gustan»-». «Y mientras contempla la rosa en la urna -'mirándola se nos pasa la vida / en un vuelo, y morimos sin dejar de mirarla'-, 'haciendo apología del silencio', Luis Alberto vive 'la vida en llamas', para abrirnos 'puertas y paisajes'», añade Albalate, quien hace casi una década grabó a De Cuenca, durante un encuentro cómplice, recitando una selección de sus poemas preferidos, que son los que recoge 'La flor azul'. De Cuenca -«cierra los ojos: es la única manera de impedir que la noche lo invada todo», dicen otros versos suyos- reconoce que le hace especial ilusión «que mis hipotéticos lectores tengan ocasión de escuchar mis poemas en mi voz, pues acaso lean mi poesía de diferente manera a partir de ese contacto».
-En 'Letanía' escribe usted: «Todo el mundo está loco. Todo el mundo odia a alguien». ¿Cómo defendernos del odio y de la locura?
-Primero, sabiendo que somos capaces de lo peor. Porque sabiéndolo, precisamente, podemos tender hacia la convivencia en paz y podemos evitar los sentimientos destructivos; si no los conocemos, y nos creemos perfectos, como le pasa a muchísima gente en este mundo que piensa que los malos siempre son los vecinos, entonces sí que no vamos por ningún buen camino.
-¿Qué persigue?
-En el fragor de la batalla, de ese combate constante que no es ideológico, ni político, ni social, sino un combate íntimo, a veces no se sabe lo que se persigue. Yo, desde luego, no lo tengo nada claro.
-Perdido...
-Sí, la verdad es que creo que el sentido último del hombre es estar extraviado en la selva oscura de la vida, que diría Dante. Esa es nuestra razón de existir y así lo debemos de aceptar; y bueno, eso también tiene su lado estético...
-¿Qué remedio propone contra el dolor?
-Hay muchos. A los que nos gusta la literatura, por ejemplo, sabemos que el bálsamo más propicio para, digamos, mitigar el dolor es la lectura. Realmente, la lectura me hace sentirme mejor en este largo viaje hacia ninguna parte.
-¿La cultura nos hace realmente mejores personas o decir eso es una tontería?
-Pues... estoy pensando, por ejemplo, en uno de los mitos del terror moderno, Hannibal Lecter, que es un personaje que a mí me fascina. Y, desde luego, no diríamos que Hannibal Lecter es muy bueno, aunque sí que es cultísimo, de modo que el de la bondad y el de la cultura son dos territorios completamente distintos. Pero es cierto que la cultura, el saber, el conocer, sí nos hace más libres. Y, bueno, un camino importante hacia la comprensión del bien, y hacia la distinción entre el bien y el mal, es adquirir un nivel de libertad, así es que en cierto modo indirecto sí pueden estar conectados.
-¿De qué no se olvida?
-De la primera que vez que leí el teatro completo de Shakespeare. Fue cuando cumplí doce años, saqué una buena nota en los estudios y mis padres me compraron la edición de las obras completas de la traducción de Luis Astrana en Aguilar; lo devoré entre los doce y los trece años. Recuerdo perfectamente que prácticamente no dormía para poder seguir leyendo. Creo que el teatro de Shakespeare agota el repertorio de lo humano, fue la gran lección que yo recibí.
-¿Qué es lo importante?
-Darle importancia a lo que estás haciendo en cada momento; lo importante es lo que tenemos que hacer en cada momento. Lo importante es el corto plazo, vivir al día, más que el medio y el largo plazo.
-¿Y qué es prescindible?
-Casi todo. Conforme va uno cumpliendo años se va dando cuenta de hasta qué punto vivimos pensando que son imprescindibles cosas que son claramente prescindibles. Yo creo que lo imprescindible es tener a alguien a quien querer; no tanto que te quiera alguien a ti, sino tener tú a alguien a quien querer, en quien pensar, a quien proteger...
-¿Logra mantener la tristeza a cierta distancia?
-La tristeza es muy importante, y si no existiera tampoco existiría la alegría. A mí me importa muchísimo la tristeza, es bueno estar triste al menos un par de veces al día porque luego, irremediablemente, la vida te traerá también momentos de gozo.
-¿Se imagina la vida sin humor?
-Sin humor no es factible el hecho humano. Lo propio del hombre, su rasgo definitorio, es la risa. Obviamente, el que no tiene sentido del humor es un humano muy extraño, ¡y los hay!
-¿Somos acaso los humanos los reyes de la creación?
-Somos unos reyes bastante venidos a menos, pero sí, evidentemente en esto que conocemos como planeta Tierra, quienes cortamos el bacalao somos los seres humanos.
-Ha escrito usted que «todo en la vida se reduce a dos cosas: sexo y comida».
-Así es. Es un homenaje al doctor Freud, un personaje que me cae muy bien, entre otras cosas, porque escribía maravillosamente; era un gran estilista. Yo no creo mucho en las facultades curativas o útiles de todo su planteamiento psicoanalítico, pero en cambio sí creo en el psicoanálisis como creación formidable de la mente humana. Recuerdo cuando Freud le decía a sus discípulos, cuando lo miraban fumarse un gran puro y se reían porque lo veían como una especie de símbolo fálico y todo eso, «¿saben la diferencia que hay entre ustedes y yo? Que para mí un puro es simplemente un puro».
-¿Añadimos una tercera cosa?
-[Risas.] ¿Cuál? Yo creo que no. Si hablamos de sexo y de comida hablamos prácticamente de todo, incluido el amor.
-¿El amor es una bendición o un castigo?
-Borges, en 'Elogio a la sombra', dice: «Bienaventurados los amados, los amantes, y los que pueden prescindir del amor». Creo que el amor es una maldición necesaria, una maldición tan profundamente arraigada en nuestro ser que no hay más remedio que pasar por él, y cuantas más veces pasemos yo creo que mejor, porque pienso que se aprende mucho, ¿no?
-¿Qué es una gran verdad?
-La vida pasa y se va acercando el final. Pero, antes de preocuparnos por su final, hemos de vivirla con intensidad en todo momento y saludar cada amanecer como un triunfo sobre la muerte.
-¿Cómo es su poesía?
-Mi poesía es clara y accesible, participativa y comunicativa. Pretendo hacer una poesía de línea clara. Mi voz lo que quiere reflejar es el sentir de todos los seres humanos, porque creo que el poeta no es más que alguien que pone su voz al servicio de la gente.