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Profesor asociado en el Instituto de Humanidades de Tallin (Estonia), el periodista, antropólogo y comisario de arte muleño Francisco Martínez está especializado en antropología, diseño ... y arte, cultura material y metodología etnográfica. 'Paseo circular' (Editorial Bifurcaciones, 2021) no es su primera historia publicada fuera de España. Apareció en enero en Talca (Chile) y tenía previsto presentarla este mes en Murcia, donde coincidió con LA VERDAD en un encuentro fugaz, si bien tendrá que aplazarse a nueva fecha –por problemas logísticos los libros no llegaron a tiempo–. «'Paseo circular' es un accidente», reconoce el autor, que cita a Pessoa («No evoluciono. Viajo») y a Franco Battiato («La línea horizontal empuja contra la materia, la vertical contra el espíritu») antes de comenzar su historia: «Viajar, un sueño. Viajar, un cuento. Viajar, una impostura, un complot privado, una gran mentira que te cuentas a ti mismo, como todo lo que he hecho en los últimos años».
«Todo ha sido muy accidental», explica Martínez. «Yo escribía una especie de diario con ambiciones literarias cuando vivía en Berlín, entre 2008 y 2011. Fue un par de años, y no era consistente. Tenía tiempo para pasear y escribir entonces. Tomaba notas, que no tenían intención antropológica porque ni siquiera lo era entonces. Observaba, leía y anotaba cosas interesantes. Diez años después, en un congreso en Estocolmo, un antropólogo chileno me comentó si no tenía nada escrito, porque conocía a una editorial local. Tenía estos textos, que no era una novela ni tampoco tengo intención de ser novelista, pero dos personas los leyeron e hicieron informes favorables, y aquí está el resultado». Los textos de 'Paseo circular' fueron reescritos con un aire más novelesco: «El material ha sido retrabajado, e introduje elementos de ficción para hacer la lectura más entretenida y para reducir la carga de verdad, que me hacía sentir incómodo».
Este volumen, como reconoce el muleño, es «un artefacto extraño», que podría describirse como «una novela etnográfica o cuento antropológico que no fue escrito para ser publicado», algo que no entra en ningún género. «Un manco puede contar los antropólogos que hayan escrito una novela decente», se reafirma. «Tengo algún amigo que dice que un antropólogo no es más que un novelista fallido. Y yo creo que soy la prueba de eso», bromea. En su caso, es un antropólogo con pasado periodístico reconvertido en comisario de exposiciones. «Yo estudié Periodismo porque era una forma de salir de Fuente Librilla. Del Periodismo me interesaba la comunicación [«ni es una ciencia ni es exacta», dice]. Una de las cosas que he descubierto recientemente es que lo que me gusta es ser 'storyteller', la persona que escribe cuentos para ser contados en público. Todo esto viene de mi bisabuelo Paco, El Chengo viejo, un gran contador de historias, viajante y ganadero. Los antropólogos y los cuentacuentos, y los antropólogos y los periodistas, somos todos primos hermanos. La antropología es periodismo con tiempo». En su caso, también tiene un máster en Economía Internacional y estudió Diplomacia. En realidad, ha sido un escapista. Ha vivido en San Petersburgo, Estambul, Lisboa, Berlín... Toda esa curiosidad por contar historias con diferentes materiales físicos y discursivos está en 'Paseo circular', donde dice que «la calidad de una persona se puede medir por su talento para la pausa. A algunos nos cuesta ser relajados, loose, como dicen los ingleses. Pero al intentar escapar de nuestro destino, siempre lo acabamos acelerando».
Confiesa que le gusta estar en la periferia, «pero con una pierna en lo institucional y otra en lo transgresor, porque fuera de la institución hay un páramo, un desierto, y pasas hambre y frío, y tienes que establecer dependencias y lealtades institucionales». Ahora está en la Universidad de Tallin, ciudad a la que le une ya una familia, pero, como dice en el libro, muchas veces fue un errante caballero: «Como un Quijote cervantino, unas veces huía sin saber de qué, y otras esperaba sin saber a quién». Escribe, en el fondo, sobre el sentimiento de extranjería, sobre lo que se desaprende viajando. En el siglo XIX se escribía mucho sobre esos hombres que iban del campo a la ciudad y ganaban conocimiento. Y en este sentido Martínez firma una contrahistoria, el reverso del 'Bildungsroman'. Él parece siempre empeñado en entorpecer su destino: «En los sueños al final todos los personajes que aparecen eres tú. Hay algo de esto en la novela, yo hablo de mi hermano en Calnegre, de la gente que conozco en Berlín... de otras personas que yo he ficcionado y que soy yo mismo. Cuando hablo de mi hermano en Calnegre, a quien le invitan a hacer un trío, que es el final de la novela, yo también soy eso». El viaje, dice, acaba en el círculo de lo propio.
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