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ANTONIO ORTEGA
Martes, 13 de octubre 2020, 07:53
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La narración de las miserias políticas y sociales de Cuba que hace años emprendió Leonardo Padura (La Habana, 1955), Premio Princesa de Asturias 2015, se observan en las heridas sin cicatrizar que los personajes de esta novela exhiben con amarga melancolía en su periplo por tierras de exilio, la estimulante geografía norteamericana, centrada en el mito urbano de Nueva York o en cualquier paraje perdido cercano al Pacífico.
El amor del cubano Marcos, recién llegado a la tierra de promisión, y la neoyorquina Adela, de confusos orígenes, amén de su tez morena y caderas de fuego, nos lleva en un vaivén de tiempos y espacios, bajo la técnica del contrapunto, ora a La Habana ora a cualquier barrio de Florida o Tampa. Atrás dejan familias que lloran sin consuelo la ausencia del hijo en su búsqueda de Eldorado y esperan en las herrumbrosas estancias de la isla alguna noticia de sus éxitos o el aviso de un puñado de dólares enviado desde un lugar sin nombre del paraíso yanqui.
Los cincuenta años que los cubanos llevan soñando con salir del infierno del hambre y emprender la ruta hacia Miami se resumen en las celebraciones anuales del clan familiar que Padura inventa desde la verdad de muchas familias, que se reúnen en la vieja casa de Fontanar y cada año que pasa pierde a alguno de sus miembros, en busca de una nueva vida en la que el futuro siembre, en la mente del desesperado, el olor meloso de la opulencia.
La primera generación, la de Clara o Elisa, allá por los años 80, ya sentía el estímulo del viento del norte; una se queda para siempre en su vieja casa de campo, al albur de los acontecimientos políticos y sufriendo cada vez que uno de sus hijos se marcha, la otra desaparece y aparece en tierras estadounidenses y cambia de nombre o de territorio porque esconde un secreto. El secreto de ambas damas, el punto de partida de una odisea de encuentros y lazos de familia o amistad con Horacio, Bernardo o Walter, amores y despedidas, infidelidad cautiva y sexualidad a flor de piel.
Padura nos enseña la cara cotidiana del desarraigo en el exilio. La diáspora cubana hacia Estados Unidos durante medio siglo se escribe en las páginas negras de la historia de aquellos pueblos que tienen que abandonar su tierra por la lucha impúdica del poder.
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