No solo una moneda al aire

Porque no basta con pintar a cuatro o cinco personajes y lanzar los dados hasta comprobar si se cruzan o no, o cómo lo hacen, sino que hay que hacer acopio de buenas dosis de talento literario para lograr que el lector identifique al momento tanto el pie del que esas criaturas cojean, como lo que les hace vivir o sufrir, y eso es algo que su autor ha logrado sobradamente, y en casi dos centenares de páginas, nada menos, demostrando al mismo tiempo que hay ocasiones en las que la brevedad no es ningún defecto sino la mayor de las virtudes.

Hay un par de mujeres perturbadoras, sobre todo una, constantemente tildada como un ser perfecto, y varios hombres que pivotan a su alrededor, enredados en sueños, anhelos, dinero, drogas, venganzas y deseos de huir.

Una constelación que poco a poco se irá condensando en torno a un hotel donde confluir y aguardar a ver qué es lo que deparará esa suerte que les ha ido esquivando, guiñándoles el ojo para dejarlos al borde de la intemperie.

La prosa corta, directa y al ojo del lector, los guiños lingüísticos, las descripciones sugeridas, con pincelada gruesa y valleinclanesca a veces, con un leve trazo otras, y la psicología forjada a golpe de pasado, conforman un credo estilístico que los lectores habituales de Pablo de Aguilar ya irán reconociendo, porque forma parte de su concepción literaria, la de lector y la de escritor.

Luego llegará el desenlace, en un 'tour de force' establecido ya desde un inicio que busca la retrospección, enredando al lector en cada página, en cada copa, en cada antro, en cada cigarrillo o cada raya, en cada pulsión sexual, e incluso en el deseo de evadirse que tienen muchos de esos personajes. Un trabajo muy notable que el lector podrá disfrutar a poco que acepte los retos que le impone el autor desde el inicio de la novela.