Muñoz Molina o la perplejidad
Ensayo. Regresa a la fórmula del diario para oponer la memoria personal y social a la pandemia
IÑAKI EZKERRA
Lunes, 11 de octubre 2021, 21:00
Desde que publicó 'Todo lo que era sólido' en 2013, la escritura de Antonio Muñoz Molina se ha convertido en una excursión permanente por el ... universo de la perplejidad o, más exactamente, de las diversas perplejidades (circunstanciales, existenciales...) que puede ir acumulando la experiencia de un individuo de nuestro tiempo. Da lo mismo que el escritor jienense cambie de género literario. Si aquel libro era un ensayo sobre el vértigo ante el derrumbamiento posmoderno de las certezas que constituyeron la cultura contemporánea con todo su cóctel de ingredientes contradictorios (ilustrados, románticos, marxistas...), en 'Un andar solitario entre la gente', nos transmitiría en 2018, con la fórmula del diario, el mero asombro de estar vivo y deambulando por metrópolis populosas como París, Madrid o Nueva York, así como en 2019, con su novela 'Tus pasos en la escalera', trasladaría ese perplejo vagabundeo al espacio domiciliario del protagonista, que no se sabía si esperaba la llegada de su mujer o la del fin del mundo. Es así como llegamos a 'Volver a dónde', una nueva incursión en el registro tonal del diario para inaugurar una inédita perplejidad: la que nos ha reportado la vivencia de la pandemia con todo su amplio repertorio de restricciones, que nuestro hombre vive de un modo a menudo paradójico, del que da fe el propio inicio del libro: «Junio, 2020. Ahora es cuando no tengo ganas de salir a la calle. El estado de alarma que acaba de ser abolido continúa vigente en mi espíritu».
Por un lado, estas páginas levantan acta del deseo que su autor experimenta de volver a la vida que tenía, al disfrute de los espacios amplios y las rutinas cotidianas. Por otro lado, lo que pinta, según se abre el libro, es un tópico infierno urbano de bullicio, cláxones y humos contaminantes que le llevan a decir: «Este es el mundo al que había tanta prisa por volver». Entre esas dos actitudes o dos polos anímicos se mueve este texto que llega a las 344 páginas y que se halla dividido en 228 fragmentos que nunca sobrepasan la página y media. De estos, los que aparecen en cursiva son los que se inician con la fecha. El más antiguo de ellos es del 26 de febrero, cuando la sombra de la catástrofe empezaba a planear sobre nuestras vidas con las noticias que llegaban de China e Italia. El más reciente, ya cercano al final del volumen, lleva la fecha del 6 de junio y supone un regreso al tiempo de la primera página, el de la abolición del estado de alarma, que permitiría entrar en lo que se llamó la 'Fase 2 de la desescalada'. En realidad, estos breves tramos de prosa no se distinguen sustancialmente en sus contenidos de los escritos en letra de imprenta, salvo en que resultan más precisos y menos divagatorios. El conjunto es un texto que fluye con naturalidad del presente al pasado y de los hechos concretos a la reflexión que estos suscitan. Leonor, la pequeña nieta de Muñoz Molina, que comparece al comienzo del libro cuando es recogida por la esposa de este en la guardería, y que se despedirá de los lectores en un taxi camino de la casa de sus padres, despierta en el escritor de forma recurrente la certeza de que recordará esta singular experiencia de la peste como un vago sueño en el que sus mayores asomaran como fantasmas.
La memoria es, sin duda, una de las claves principales de 'Volver a dónde', acaso porque el pasado ha sido uno de los escasos lugares a los que permitían huir las cuarentenas. Memoria en un sentido más amplio que el de la pura vivencia personal. Memoria extendida al concepto de legado cultural y comunitario. Memoria de la propia niñez del autor; de su padre, que madrugaba para la recogida de la aceituna, o de su madre que aún vive y que va acusando episodios de desmemoria que él compensa atesorando los recuerdos que ella le ha ido transmitiendo durante años: el sonido de las sirenas que precedían a los bombardeos de la Guerra Civil, el miedo que a esa madre le inspiraba una suegra a la que aún no ha perdonado, la niña que esa madre perdió antes de nacer...
Como contrapunto al recuerdo, están los hechos de la vida cotidiana: un paseo con su perra para burlar la normativa del confinamiento, una visita en bici al Botánico, las llamadas telefónicas que el autor prefiere a las videoconferencias, los aplausos en los balcones al gremio sanitario en general, que él interpreta como exclusivo apoyo a la sanidad pública y como antítesis de las caceroladas... Ese discurso de un progresismo bienintencionado; de un sociata desplazado por los suyos y por las perplejidades de la propia existencia.
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