Aurelio Arteta o pensar la muerte
Ensayo. La tercera entrega de 'Cuadernos de la vejez' aborda sin ambages la finitud de la vida
IÑAKI EZKERRA
Martes, 11 de mayo 2021, 21:18
En 'El Criticón', Baltasar Gracián presenta a la muerte con las dos caras del dios Jano porque, según pensaba el irónico y corrosivo jesuita , «a ... los ricos les parece intolerable y a los pobres llevadera». Resulta obvio que, desde mediados del siglo XVII en que fue escrita esa obra cumbre de nuestra literatura, ha llovido algo y las condiciones de vida han ido mejorando para una importante parte de la especie humana. Vivimos mejor que en los tiempos de Gracián. El nivel de vida general, los adelantos médicos y las comodidades que nos brinda nuestra época nos hacen 'más ricos' aunque aún haya pobreza en nuestra sociedad o no sean boyantes nuestros salarios. Tanto es así que la balanza entre los que aceptan el adiós a este mundo y los que lo rechazan se ha inclinado bastante hacia este último lado. No es ya que se haya impuesto un culto frenético a la juventud, el deporte, la vida sana, la cirugía estética y la retórica de la autoayuda sino que huimos de la consciencia de la muerte como algo veraz y próximo. Solo la aceptamos como morboso espectáculo en las ficciones de Netflix. Y esa subcultura de la huida se está manifestando con más evidencia que nunca en el tratamiento mediático, social y político de la pandemia, que ignora a los muertos.
En este evasivo contexto resulta más que bienvenido un libro como 'Y sólo será el silencio', que es la tercera entrega de unos 'Cuadernos de la vejez' que el filósofo navarro Aurelio Arteta inició en 2015 con 'A pesar de los pesares' y prosiguió en 2018 con 'A fin de cuentas'. Si en esos dos anteriores volúmenes Arteta dirigía sus reflexiones al hecho y a la experiencia de eso que llamamos 'la tercera edad', en esta ocasión ya pone al lector frente a la contemplación directa de la consecuencia fatal de ese progresivo deterioro –la muerte– y aborda dicho tema con el mismo planteamiento, la misma fórmula y el mismo estilo fragmentarios de los dos anteriores volúmenes; esto es, como una colección de apuntes de diario o de dietario que nunca llegan a ocupar una página entera y que, precedidos de un título, se acercan en unas ocasiones al tono del ensayo y otras al de la glosa crítica o al del aforismo.
El libro se abre con una breve introducción dedicada «al lector seguramente atribulado» y con una cita de Píndaro que refleja fielmente el espíritu de esta delicada empresa: «¡Alma mía! No aspires a una vida inmortal, pero agota el campo de lo posible». Lo refleja porque el autor no se plantea este ajuste de cuentas con la idea de la finitud de la vida como un trámite lúgubre y enojoso sino como la gran oportunidad de asumir una experiencia única e irrepetible con la mayor plenitud vital. Al aprovechamiento de esa excepcional prerrogativa se refiere cuando afirma en la primera de las nueve partes en que se divide el libro: «La previsión de mi ruina me invita a sacar mejor partido de mi tiempo restante, a consumirlo con mayor deseo e intensidad...». Tal actitud vitalmente receptiva, que es la que se impone ya en esa primera parte del libro titulada 'Llamada en espera', va unida al sentimiento de asombro. Si la filosofía y la literatura provienen de la perplejidad, ¿cómo resistirse a saborear la mayor perplejidad de todas, que es la que nos despierta la idea de la propia desaparición?
En la segunda parte, 'Unos y otros', el autor sale de sí mismo, como ya lo hizo en las anteriores entregas, pues sabe que sus vivencias son compartidas y no serían plenas si no fueran solidarias. Una cita de Simone de Beauvoir ilustra la distante visión que de jóvenes tenemos de los ancianos como «muertos cuyas piernas aún caminan» y que se va modificando en la misma medida en que nos vamos aproximando a esa tardía edad. El uso de citas de diferentes autores es recurrente, pero nunca gratuito, en estas páginas. Siempre sirve para desarrollar una idea o iluminar un aspecto, un enfoque, un ángulo de visión. De hecho, todas y cada una de esas nueve partes del texto se anuncian con un epígrafe iluminador del contenido y del rumbo que van tomando unas lucubraciones que jamás abandonan la cuestión central. En la última parte, la referencia a la fuente se hace explícita en su título ('Epílogo con Séneca') y queda justificada porque gira en torno a fragmentos extraídos de las 'Cartas a Lucilio' del gran filósofo cordobés. En un momento de este magnífico libro escrito a contracorriente de nuestra época, el autor agradece las reflexiones de los que antes que él pensaron sobre la muerte. Los lectores de 'Y sólo será el silencio' han de sentir sin duda por Aurelio Arteta idéntica gratitud.
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