Anoxia, el último aliento
Un paso, y no en falso, de Miguel Ángel Hernández hacia la confección de una novela total en donde se combine la acción con la reflexión, en donde la trama argumental no sufra en exceso, a pesar de que el autor se reserve para sí mismo otras intenciones, acaso más ambiciosas, al querer penetrar lo máximo posible en las inexploradas galerías del ser
La cita inicial de Graham Greene, que sirve de pórtico a la obra, es concluyente, adecuada al contenido de la novela: 'A veces me he ... preguntado si la eternidad, después de todo, no será más que la infinita prolongación del momento de la muerte'.
Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977), después del éxito de 'El dolor de los demás', vuelve a la arena literaria con un relato que, lejos de ser una continuación del anterior -en cuanto a su estilo, en cuanto a sus técnicas narrativas y a su temática-, regresa, de alguna manera, a su novela de 2015, a 'El instante de peligro', que fue su mejor carta de presentación hasta ese momento. En esa obra, finalista del Premio Herralde, observábamos, como se indica en la contraportada, una sombra inmóvil proyectada sobre un muro en mitad de un bosque. Una lectura inquietante en donde Hernández sacrificaba la linealidad y la narratividad misma para ofrecernos, a cambio, una reflexión profunda sobre ciertos aspectos de la psicología humana: un viaje a ninguna parte sin posibilidad de regreso.
'Anoxia' supone un paso más en su trayectoria. Un paso, y no precisamente en falso, hacia la confección de una novela total en donde se combine la acción con la reflexión, en donde la trama argumental no sufra en exceso, a pesar de que el autor se reserve para sí mismo otras intenciones, acaso más ambiciosas, al querer penetrar lo máximo posible en las inexploradas galerías del ser humano.
Miguel Ángel Hernández sitúa la acción de su relato en un lugar innominado, a poco más de media hora de la metrópoli, en donde han sucedido, de manera continuada y casi apocalíptica, serias inundaciones que han alterado por completo el ecosistema de un Mar Chico que aquí aparece con todas sus señas de identidad. Los datos que nos ofrece son concluyentes y, por lo tanto, la pequeña ciudad costera de Los Alcázares cumple con todos los requisitos para lograr ese honor cuando se cita, por ejemplo, su club Náutico o el viejo y viscontiano balneario, fundado en los primeros años del siglo XX. Pero eso es lo de menos. La universalidad que persigue la obra no se resiente en absoluto pese a los posibles e inevitables localismos de esta.
Lluvia que contamina
Sin embargo, era preciso señalar esta circunstancia porque, a mi entender, en ello reside uno de los mayores logros de la novela: el ambiente húmedo y desapacible de lluvia continuada que contamina el mar, de cielo gris y encapotado, de un futuro desolador que se repite una y otra vez como una maldición bíblica. Un ambiente que está en plena consonancia con la trama de la novela. Albert Camus, en 'La peste', donde se percibe, como en ninguna otra obra de su época, esa negra sombra de perdición bajo la que viven sus personajes llegó a escribir que 'el modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere'. Y también cómo se resquebraja, poco a poco, la voluntad de sus habitantes. Y es que el confinamiento -la protagonista advierte, una y otra vez, a su hijo que procure no desplazarse al pueblo para evitar quedarse atrapado en él o sucumbir en medio del camino-, siguiendo las propias enseñanzas de Camus, nos hace dudar de todas nuestras certezas.
Las fotografías delos 'inquietos' no son simples recordatorios para los familiares, sino «intentos de registrar en una misma superficie la vida y la muerte, el último aliento»
Mientras que el cine ocupaba un lugar destacado en la obra antes citada de Hernández, 'El instante de peligro', en la ocasión que nos ocupa la fotografía tendrá su oportunidad con la aparición de toda una teoría en torno a este arte que no siempre se ha tenido demasiado en cuenta. Uno de los personajes más destacados de la obra, que encarna en sí mismo el dolor y el misterio, con un pasado nada claro, con una vida revestida de tinieblas -me refiero al viejo Clemente Artés, retratista de difuntos en Marsella- pone en contacto a Dolores con la fotografía mortuoria. A partir de ese momento todo cambiará en la vida de ambos, teniendo en cuenta que Dolores soporta una viudez de la que no puede desprenderse del todo y en la que también existe un gran secreto.
'Anoxia', Miguel Ángel Hernández
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Género Novela
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Editorial Anagrama, 272 páginas
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Precio 18,90 euros
Resucitar el pasado
Se insiste, una y otra vez, en el poder de las imágenes para resucitar el pasado. Y, acaso, sea eso mismo lo que buscan los familiares que piden hacerse con los servicios de la fotógrafa de muertos: la búsqueda de la eternidad, la lucha contra el olvido, la necesidad de inmortalizar el instante. En este clima de notable inquietud -no es plato de buen gusto llevar a cabo los preparativos, frente a los familiares, en un frío tanatorio, para fotografiar a un difunto- surge lo que es la esencia de este relato: la fascinante teoría de 'los inquietos', que pone de inmediato en alerta al lector. Las fotografías de los 'inquietos' no son, como se explica en estas páginas, simples recordatorios para los familiares, sino «intentos de registrar en una misma superficie la vida y la muerte, el último aliento».
'Anoxia' es, en resumidas cuentas, una novela de un innegable valor literario, en donde, sin embargo, es preciso apuntar en su 'debe' ciertos descuidos lingüísticos y, sobre todo, el hecho, fácilmente reconocible, de que no hayan cuajado del todo ciertos personajes -como Iván, el hijo de Dolores, o Alfonso, un tipo plagado de tópicos y de escasa consistencia- que, como esos 'inquietos' a los que me he referido, no pasan de ser siluetas, a mitad de camino entre los vivos y los muertos.
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