De Ío a Europa: un viaje de ida y vuelta entre Grecia y Fenicia
ROSARIO GUARINO
Martes, 19 de noviembre 2019, 21:52
En la Historia de la Humanidad distintas civilizaciones se han sucedido y en muchos casos convivido, realizando intercambios por medio del comercio y sincretizando sus ... respectivas Culturas a través de la Palabra y el Arte.
La Mitología da testimonio fehaciente de ello por medio de representaciones iconográficas y mitográficas, dejando patente una suerte de hermanamiento que tiene como ejemplo paradigmático al alfabeto, ese invento genial (cuya introducción se atribuye al fenicio Cadmo, hermano de la princesa fenicia Europa) que valiéndose de una serie limitada de signos y de sus distintas combinaciones es capaz de recrear fonéticamente mundos incógnitos accesibles a quienes poseen el código que permite descrifrarlos, pasando de la concreción a la abstracción por medio del pasaporte mágico de la escritura y la lectura.
Ovidio
Cuenta el mito que en los albores de los orígenes de la Humanidad, en la región griega de la Argólida existió una joven de nombre Ío, con quien el dios supremo Zeus, transformándose en nube, se unió sin necesidad de su consentimiento -como solía- y sin tener en consideración el que fuera la primera sacerdotisa de su propia esposa y hermana, la diosa Hera. Sospechando esta última, como nos cuenta Ovidio en sus 'Metamorfosis' (I 568-749), que en día tan espléndido unos nubarrones se amontonasen contra todo pronóstico en el lugar del delito, acudió rauda con la intención de sorprender a su casquivano esposo, quien advertido por la ninfa Eco se zafó de ser pillado en falta privando a la joven de su figura humana y dándole la apariencia de hermosa ternera blanca. Ío mantuvo no obstante la conciencia de su ser anterior, pero por más que trataba de trazar con la pezuña su nombre junto a la ribera de su padre, el dios fluvial Ínaco, no conseguía hacerse entender.
El historiador Heródoto de Halicarnaso nos presenta una variante racionalista al contarnos que fueron precisamente unos piratas fenicios quienes raptaron a Ío, y que, llevada a Egipto, el rey la compró enviando a Grecia en compensación un toro, animal que no había sido visto jamás antes por los helenos.
Sigue contando el mito que tras su liberación de la vigilancia de Argos, el guardián de mil ojos, de los cuales siempre una parte permanecía en vigilia -requisito impuesto por Hera, que no había descubierto a su esposo, pero lo sabía culpable- Ío consiguió huir gracias a Hermes y que perseguida por un tábano o por las vengativas diosas Erínias, logró alcanzar las costas fenicias en el continente asiático, previo paso por la región de Beocia (de la vaca), el mar Jónico (mar de Ío) y el estrecho del Bósforo (paso de la vaca).
He aquí que de aquella Ío griega -a quien se asimiló con la divinidad fenicia Astarté- tras varias generaciones vino al mundo la princesa Europa, de grandes ojos -como describe su nombre-, y que, raptada también, esta vez por un griego -nada menos que el mismo Zeus, transformado en un bellísimo toro blanco- llegó a la isla de Creta donde dio a luz a Minos, Sarpedón y Radamantis.
Así se explicaba la propagación del culto luni-solar a lo largo del Mediterráneo y el Oriente Medio, que tenía su representación en vacas y toros (como Ío, el toro raptor o el Minotauro cretense).
El nombre de esta princesa fenicia es el que lleva el continente europeo, que muestra en su leyenda que la pureza es una reivindicación artificial y falsa, y que las civilizaciones están hermanadas por el sagrado y contaminador vínculo de la Palabra.
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