Del libertinaje a la represión

Literatura. La gran novela del s. XIX supone en este campo un retroceso frente a algunas obras más desinhibidas del Barroco e incluso ante la relajación de costumbres que muestran ciertas obras renacentistas

IÑAKI EZKERRA

Sábado, 13 de febrero 2021, 01:06

El concepto de infidelidad amorosa ha variado a través del tiempo, tanto en la literatura como en la propia sociedad. De ser un fenómeno que ... tradicionalmente se dirimía en términos de nobleza o traición, de honra y deshonra, de honor y deshonor, cuando no de vida y muerte (la literatura da buena fe de los adulterios que desencadenaban duelos), ha ido mutando hacia una permisividad relativa e incluso siendo reemplazado en las llamadas 'relaciones abiertas de pareja' por otro concepto paradójicamente castrense como es el de la 'lealtad'. Todavía es hoy capaz de destruir noviazgos y matrimonios, pero ya no con los tintes truculentos y trágicos con los que pudo hacerlo en el pasado. Sin embargo, ese camino no ha sido lineal sino marcado por muchas eses y vaivenes. El 'Heptamerón' de Margarita de Navarra se publicó a mediados de siglo XVI y sería el gran antecedente de toda la literatura libertina de la Francia del XVIII, pero, entre medias, esto es a lo largo del siglo XVII, la Desdémona de Shakespeare y la Mencía de Calderón de la Barca corren la triste suerte de ser ejecutadas a manos de sus celosos maridos en 'Otelo: el moro de Venecia' y en 'El médico de su honra', respectivamente, por haber sido ambas víctimas de falsas acusaciones de adulterio.

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Si en la tragedia shakespeariana el asesino se suicida cuando comprende que todo ha sido una maquinación de su alférez Yago, o sea un turbio asunto masculino, en el drama calderoniano el concepto de la honra llega a unos delirantes límites. El celoso Gutierre mata a su esposa porque ha sido mancillada por el simple acoso del infante Enrique y porque 'comprende' cobardemente que no puede enfrentarse a este ya que es el hermano del Rey. A su vez logra escaquear su responsabilidad criminal haciendo pasar la muerte de Mencía por obra de unos desconocidos. De este modo 'salvaguarda' la honra de la casa. Para colmo, el Rey entiende los motivos de dicho asesinato y zanja el asunto concediéndole al viudo Gutierre la mano de una tal Leonor, que a su vez había sido anteriormente víctima del rechazo de este a casarse con ella por otra falsa sospecha de celos. Leonor va, así, al altar sin tenerlas todas consigo y con el temor a morir asesinada por Gutierre, al que, sin embargo, nunca ha dejado de amar.

Como puede observarse, ese drama de Calderón es todo un homenaje a lo que hoy llaman violencia de género. Por más que tratemos de entender ese argumento en su contexto y no incurrir en la tentación presentista de aplicar al pasado valores de hoy, resulta más que obvio que la mujer ha sido histórica y literariamente la gran mal parada de la aventura amorosa. Como puede observarse también, donde de verdad ha venido experimentando un cambio hondo el concepto de infidelidad en la literatura y en el tiempo ha sido en relación con el concepto de igualdad en lo que toca a ambos sexos.

Del siglo XIX al XX

Si hay obras del siglo barroco que representaron un paso atrás con respecto a la libertad y a la relajación de costumbres de la literatura del Renacimiento, la novela del XIX supuso también un retroceso respecto al licencioso clima francés del siglo anterior, del que parecía no guardar ninguna memoria. Lejos de la tolerancia ambiental con la infidelidad matrimonial que dejaron entrever obras como 'Las amistades peligrosas' de Pierre Choderlos de Laclos, la mujer va a comparecer socialmente condenada y humillada en las grandes novelas de referencia decimonónicas sobre la cuestión del adulterio. A la 'Madame Bovary' de Flaubert, la 'Ana Karenina' de Tolstói y 'La Regenta' de Leopoldo Alas, que son las más conocidas y recurrentes, hay que sumar algunas otras, no menos valiosas, en las que la mujer paga igualmente el pato del castigo público y la estigmatización moral.

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Es el caso de 'El Primo Basilio' del portugués José María Eça de Queiroz, 'Effi Briest' del alemán Theodor Fontane y 'La letra escarlata' del norteamericano Nathaniel Hawthorne. Por su alta posición social y la doble moral del París del primer tercio del XIX, la madame de Rênal de Stendhal goza en 'Rojo y negro' de cierta libertad de movimientos para la intriga y el adulterio, pero terminará pagándolos con la culpabilidad y la muerte.

A todos esos títulos puede añadirse 'Thérèse Raquin', una novela que el naturalista Émile Zola escribió en 1867 y en la que la protagonista se ve forzada a casarse, en cuanto cumple los 18 años, con un primo deprimente y enfermo así como a soportar una atmósfera asfixiante y tediosa bajo la mirada permanente de la absorbente madre de este. La irrupción en ese escenario de un amigo del esposo le abrirá la puerta a una aventura adúltera que acaba en el asesinato de este. Aunque la solución de los amantes es indefendible, la obra refleja el patético papel de la mujer en esa época.

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Hay dos novelas que se publican 61 años después, en 1928 exactamente, y que despiezan ese argumento marcando el nuevo signo de los tiempos. En 'El amante de Lady Chatterley', D. H. Lawrence dibuja un esquema similar de sacrificio femenino que no presenta esa coloración trágica: la heroína está condenada a cuidar a un malhumorado marido parapléjico de clase alta y busca una salida extramatrimonial en la relación con un guardabosques. En 'Rey, Dama, Valet', Vladimir Nabokov reproduce el planteamiento del asesinato del cónyuge, pero esta vez no es una muchacha cuitada la que busca esa salida, sino una mujer madura y rica que seduce para esa tarea a un joven miope y provinciano. El esquema es aquí inverso al decimonónico: la infiel dominante se sirve de la sumisión del amante inexperto. Una novela de referencia en ese radical cambio de paradigma es 'Herzog', publicada en 1964 y en la que Saul Bellow vierte sus propias experiencias sórdidas como marido traicionado.

El siglo XX constituye en realidad un cajón de sastre en el tratamiento de la infidelidad en ambos sexos. Si, por un lado, irrumpe el modelo de 'la infiel triunfadora' y, de una forma paralela el del 'infiel perdedor', abundan también los casos ambiguos y los que responden al viejo esquema antitético. En 'Doctor Zhivago' (1957), Pasternak se recrea en la colección de infidelidades de un héroe narcisista con arrebatos poéticos y místicos que 'sus mujeres' soportan con una pasividad que hoy sería chocante. En 'El fin de la aventura' (1951), Graham Greene pinta a una heroína, Sarah Smiles, que mantiene una relación extraconyugal sin culpabilidad con un joven escritor, pero será este el que, pese a las interrupciones de ese 'affaire', se permita unos celos mayores a los del marido cornudo.

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En una novela reciente como 'Un adúltero americano' (2009), Jed Mercurio vuelve al patrón del infiel triunfador a través de la figura de un furibundo consumidor sexual que no es otro que John Kennedy. En 2009 también, Paul Auster publicó 'Invisible', una novela en la que la igualdad de la pareja en el juego con terceros se presenta con unos tonos perversos a través de la figura de Adam Walker, un joven poeta que pagará un caro precio por su avidez de literatura y de aventura. Para cerrar esta breve excursión sobre un asunto tan inabarcable como es la narrativa de la infidelidad, cabe señalar otra novela reciente, 'Juegos de niños', publicada en 2004 y en la que Tom Perrotta narra una relación de adulterio en un armonioso barrio residencial norteamericano en el que Sarah, la protagonista, trata de huir de una vida presuntamente feliz y hogareña que es una trampa opresiva. En este caso, no hay una desigualdad flagrante y sexista entre los amantes. La traición a los respectivos cónyuges tampoco viene dada por la condena de un matrimonio impuesto sino por las mentiras y los errores propios. Ambos son víctimas del mundo falso, estereotipado y superficial en que voluntariamente se han dejado atrapar.

Las tres grandes novelas

Publicadas en un período de solo 28 años, 'Madame Bovary' (1856), 'Anna Karenina' (1877) y 'La Regenta' (1884) son las tres obras canónicas del siglo XIX acerca del adulterio. Flaubert, Tolstói y Clarín no solo cuentan la historia de mujeres de clase social acomodada que viven matrimonios aburridos y quieren sentir una gran pasión. Los tres novelistas trazan también una acerada crítica de la sociedad de su tiempo, que perdona e incluso justifica la infidelidad de los esposos pero las condena a ellas si sucumben a la tentación del amor y, sobre todo, del sexo. Por eso las protagonistas de estos libros de lectura obligatoria terminan mal aunque les pese a sus creadores. Flaubert, que escribió la escena más elegantemente erótica de la literatura, estaba tan identificado con su heroína que aseguró haber sentido «el sabor amargo del veneno» en su boca mientras escribía una de las últimas escenas.

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