Juan Genovés, en 2006, en el Palacio Almudí de Murcia, que le dedicó una retrospectiva. GUILLERMO CARRIÓN / AGM

«Me digo, '¿y tú para qué pintas, tío?'»

Agradecido a Murcia, donde se sentía reconocido y tenía buenos amigos, Juan Genovés mostró su obra en el Almudí, Las Claras y en la galería Artnueve

Sábado, 16 de mayo 2020, 01:35

Cuando Juan Genovés tenía 18 años, recibió este consejo del que no se olvidó durante toda su vida: «No te dejes engañar, no des nada por hecho sin más, ¡piensa!». No dejó de hacerlo, ninguna de las dos cosas, ni tampoco vivir intensamente hasta el último suspiro. Al pintor le gustaba Murcia, una ciudad que pudo conocer bien su obra a través de cuidadas exposiciones institucionales y de las escogidas muestras de su trabajo artístico que organizaba la galería Artnueve, cuya propietaria y directora, Mari Ángeles Sánchez, estaba ayer desolada con la noticia; el artista había inaugurado en 2011, implicándose con entusiasmo y generosidad en el proyecto, el espacio Projet Room de la galería. Hace años que Sánchez y él se habían hecho amigos, y que su relación con la familia Genovés se estrechó tras vincularse también a Artnueve el fotógrafo Pablo Genovés, cuya compañera de vida, Aurelia González, es murciana.

Publicidad

Los seres sin identidad y contemplados en su insignificancia que presentaba Juan Genovés en sus piezas tituladas 'Secuencias 69' y 'Secuencias 41' parecían huir o esconderse. Podían ser contemplados, y perseguidos, en el Centro Cultural Las Claras, donde Cajamurcia, en colaboración con la galería Marlborough, ofreció en 2000 la exposición colectiva 'Elogio de lo visible', en la que sus creaciones convivían con las de, entre otros grandes artistas, Antonio López, John Davis, Manolo Valdés y Lucien Freud. Y dieciséis años después, en el mismo lugar, pudo disfrutarse 'Multitudes', su gran exposición, ya en solitario, que cosechó un gran éxito de visitantes. Murcia, de nuevo, le acogía con gran interés y respeto. Genovés recordaba siempre con agrado la 'Retrospectiva' que en 2006 le dedicó el Palacio Almudí, enmarcada en la programación de los acertados encuentros artísticos de Contraparada que coordinaba Martín Páez.

Siempre amable y enérgico, Genovés defendía que «la inercia es uno de los peores enemigos del progreso; acomodarse, dejarse llevar, pensar que las soluciones de hoy servirán también para dentro de no sé cuánto tiempo. No, hay que buscar nuevas soluciones a los problemas, si bien hay cosas que parecen no cambiar nunca. Por ejemplo, que unos señores se hagan ricos con el dinero del pueblo».

«Creo que nos parecemos todos mucho, que todos tenemos parte de todos y que todos formamos un todo»

Claro siempre en sus afirmaciones –«los pintores de las cuevas de Altamira me parecen más cercanos que Velázquez»–, fue un inconformista preocupado por su tiempo. Frente a un cuadro suyo dedicado a los Derechos Humanos, se paró, como si él no fuese su autor, y reflexionó: «Qué injusticia de mundo estamos consintiendo, qué insolidaridad, qué frivolidad y qué ligereza nos envuelven. Hablamos de democracia y no sabemos ni de qué estamos hablando. Creemos que vivimos mejor y lo que estamos es muertos de miedo, sin pensar nada más que en nosotros mismos». Según afirmaba, «las clases dirigentes están muy interesadas en que cada vez tengamos más miedo, porque con el miedo se domina a la gente, se la lleva de un lado para otro». «¿Por qué hay tanto fanatismo en el mundo?», se preguntaba. Y al instante se respondía: «Porque cuando la gente tiene miedo se agarra a un clavo ardiendo».

«Si uno no profundiza en uno mismo, al final se queda desnudo», advertía. «Y para profundizar en uno mismo hace falta la cultura», añadía. Le gustaba contar, a propósito de su familia, que «tenía sólidas raíces socialistas, porque mi abuelo era muy amigo de Pablo Iglesias. Todos eran obreros, todos, pero estaban orgullosos de ser obreros y de ser ilustrados. Mi casa estaba llena de libros. A mí me decían: '¡Si tienes cultura es más difícil que te engañen y que te la den con queso!' Y yo, hoy, sigo creyendo en los obreros de izquierdas, listos e ilustrados».

Publicidad

Un día me citó para conversar con él, telefónicamente, a las ocho de la mañana:

–Ya veo que madruga.

–Yo me levanto a las cinco de la mañana y me pongo a pintar, ¡es mi hora loca! ¡A las cinco de la mañana me atrevo a todo!

Pintar era su gran pasión. Y el éxito le acompañó. «En esto de la pintura», explicaba, «cuando uno se pone a pensar, te puedes quedar como Velázquez en 'Las Meninas', ¡con el pincel en alto! Hay que pensar poco, decidirte y lanzarte a la piscina. Y las cinco de la mañana es una hora muy buena para mí. Eso sí: a veces, por la tarde, veo lo que he pintado y digo: '¡Pero qué barbaridad he hecho yo esta mañana!'».

Publicidad

Lo que no tenía muy claro era para qué, exactamente, sirve el arte: «Pues no lo sé, la verdad. Llevo pensando desde siempre en para qué sirve el arte. Me digo, '¿y tú para qué pintas, tío?'». Pero no tengo respuesta. Lo que sí sé es que es muy importante que la persona se pueda realizar, y el arte es uno de los trabajos más maravillosos que existen; sin duda. Desde luego, el pintor, el artista en general, es una especie de notario de su tiempo. Goya, por ejemplo, es curioso cómo refleja su tiempo. En su obra está reflejada su época de una forma impresionante y muy valiosa. Los artistas somos un poco testigos de nuestra época, eso sí. Trabajamos para el presente y para el futuro».

Pisaba tierra firme, conocía el dolor y se sabía afortunado. Siempre intentaba ver el lado menos sombrío: «Mire, la vida es muy complicada. Una vida que fuera totalmente agradable y maravillosa sería muy aburrida, ¿no?; estaríamos aún más dormidos de lo que estamos. La vida necesita de sobresaltos porque, en el fondo, ¿qué sabemos nosotros de nosotros mismos? Es un misterio tan grande esto de estar vivos; aquí estamos, encima de una bolita, dando vueltas junto a otros astros enormes que tienen millones de años de existencia. Es tan absurdo que, claro, si encima llevásemos una vida plácida, en la que no pasase nada, pues no nos daríamos cuenta de nada. Cuando las cosas están muy mal, también valoras las que están bien. Es una lucha que ha existido siempre desde que el ser humano está aquí».

Publicidad

Mejor ser combativo que derrotista: «A pesar de los pesares, estamos mucho mejor que han estado durante siglos nuestros antepasados, y no digamos ya los primeros de todos, esos que daban saltos entre las rocas pasando mucho más frío todavía del que yo pasé en Nueva York. Algo hemos progresado, vamos poco a poco. Un paso adelante, otro atrás; así vamos...».

Luchar

Lo que sí llevaba mal, «no las soporto», eran «la mentira, la falsedad, la hipocresía. La mentira me produce urticaria. Estamos rodeados de mentiras y de mentirosos». Genovés – «creo que nos parecemos todos mucho, que todos tenemos parte de todos y que todos formamos un todo»– le daba enorme importancia al trabajo. «Yo, quizás», decía con un toque de lamento, «he perdido mucho tiempo no dedicándome a trabajar como lo hago ahora». «Pero bueno», añadía ahora con un toque de consuelo, «también he hecho otras cosas. En mi juventud, por ejemplo, luchar junto a otros muchos compañeros contra la dictadura; parecía que íbamos a poder cambiar el mundo y que todo iba a ser maravilloso y tal. No ha sido así. Quizás era necesario tener esa fe cuando luchábamos, porque de lo contrario, ¿cómo íbamos a jugarnos la vida? Porque nos jugábamos la vida. A veces, hablando con pintores jóvenes, algunos me dicen: 'Esto es peor que cuando vosotros luchabais contra Franco'. ¡Hombre, por favor! ¡Que nos jugábamos la vida! Y creo que mereció la pena nuestra lucha, aunque esto no es, ni mucho menos, como nos lo imaginábamos. Pero está mejor, sí».

Publicidad

El artista, que realizó un dibujo dedicado a 'Ababol', el suplemento cultural de LA VERDAD, en reconocimiento del apoyo a la cultura que brinda este periódico, se dirigió así a los jóvenes, un día, desde sus páginas: «Hay que trabajar, exprimirse, batallar, no hay que dormirse, no hay que dejarse manipular. Y les digo también que hay que luchar contra el miedo». De él me dijo su hijo Pablo: «Lo quiero, lo admiro, confío en él». Hoy está roto, como una de sus bellísimas imágenes de ruinas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis

Publicidad