Borrar
Ángel Haro te invita a jugar

Ver fotos

Isabel del Moral

Ángel Haro te invita a jugar

Inaugura este sábado en Segovia, dentro del festival internacional Titirimundi 2018, la exposición 'Folitraque (Los juguetes del fin del mundo)'

Lunes, 7 de mayo 2018, 22:43

Comenta

Cuando sus hijos eran pequeños, disfrutaba meciéndolos sobre su pecho desnudo, como si fuese un barco de carga, una canoa, un arca, un velero o un pequeño Titanic, llamado a no naufragar jamás, en amoroso y salvaje movimiento. Lo recuerda el pintor, escultor y escenógrafo Ángel Haro (Valencia, 1958), afincado en Murcia desde que con catorce años abandonó París. Haro, un enamorado del cuadro de Arnold Böcklin 'La isla de los muertos', pese a que él derrocha vitalidad y la contagia incluso en los tiempos de peores tormentas, habla con pasión de las cosas que le gustan; entre ellas, jugar. Y hacerlo con arte. A Haro, quien en 2012 inauguró su primera exposición individual en África - 'Ways of an unruly man', en la galería Resolution de Johannesburgo-, le gustan los proyectos arriesgados, como ya demostró en el verano de 2011 dejándose literalmente la piel en la monumental 'Eco de Cíclopes', la exposición de grandes piezas de pintura y escultura que creó expresamente para ser contemplada en pleno corazón de la mina Agrupa Vicenta, en La Unión.

En estos últimos tiempos, al artista lo viene acompañando toda la experiencia humana y artística acumulada, como un tesoro, durante los años que lleva viajando y trabajando en el continente africano y en India. No ha olvidado ni un solo destello, aroma, color, gota de sangre, atardecer, centímetro de piel o gesto de baile de las tierras africanas y del imponente país asiático. Viaja a esos lugares con todos los sentidos adiestrados para no dejarse embaucar por tópicos, estampas, ni leyendas en blanco y negro.

Conoce su humedad y conoce su fuego, su nobleza y su pobreza, el sabor de la incertidumbre y el poder demoledor de la naturaleza más salvaje. Y de allí, de África y de la India, proceden muchos de los materiales con los que ha creado más de un centenar de juguetes -primitivos, misteriosos, deliciosos...- que integran la exposición 'Folitraque (Los juguetes del fin del mundo)', que podrá disfrutarse, desde este sábado y hasta finales de julio, en el Palacio Quintanar de Segovia. La exposición está programada dentro del internacional festival Titirimundi 2018.

Ángel Haro, con algunas de las piezas que se exponen en el Palacio Quintanar de Segovia, en el marco del festival internacional Titirimundi 2018. Isabel del Moral

Haro explica así las reflexiones de las que se hace acompañar a propósito de esta exposición: «Generamos una gran cantidad de desechos sólidos que tienen una consecuencia directa sobre nuestro entorno. Solemos considerar inútiles estos objetos, tras haber sido usados para la función que fueron creados. Esa mirada unívoca nos imposibilita para considerar cualquier opción que no esté diseñada de antemano desde procesos industriales o de marketing». Y, así, «una segunda mirada sobre ellos que apure todas sus posibilidades nos abre un universo difícil de encontrar en el bucle consumista: comprar, usar, tirar, comprar». En su opinión, «la creatividad nos permite, en resumen, una toma de consciencia activa sobre esos desechos. 'Folitraque (Los juguetes del fin del mundo)' es una colección realizada a partir del encuentro de materiales en mis viajes de trabajo por el continente africano y la India durante más de 10 años».

-¿A qué aluden estas piezas?

-Al niño que fuimos y al placer insustituible de construir el mundo con nuestras propias manos. Son también una reflexión sobre los límites de la creación en unos tiempos tan precarios como tecnológicos, así como la constatación de la ilimitada fuente de energía que es la imaginación. Un artefacto fabricado por quien le va a dar uso, genera un tipo de belleza que yo llamo 'estética necesaria' y que traspasa los conceptos de 'autor' o de 'obra de arte'. Ese tipo de estética nos devuelve a todos, creadores y espectadores, a lugares de emoción abandonados por el sistema del arte. En suma, lo que llamamos imaginación no es más que la capacidad de crear fuera de todo pronóstico, venciendo la limitación de recursos y usándola como un motor que dé lugar irremediablemente a un objeto legible universalmente.

Imagen principal - Ángel Haro te invita a jugar
Imagen secundaria 1 - Ángel Haro te invita a jugar
Imagen secundaria 2 - Ángel Haro te invita a jugar

Ángel Haro siente la necesidad de jugar, de divertirse creando, de conjurar los miedos enfrentándolos a la imaginación, la creatividad, el contacto íntimo con la materia. Volver a ser, un poco, el niño que fue. Seguir jugando después de, por ejemplo -un ejemplo que ha marcado su vida posterior- haber perdido a sus padres y experimentar «sensaciones nuevas, un dolor íntimo que desconocía»; seguir jugando para contrarrestar esa sensación de que, «por ejemplo, voy en un avión del que todo el mundo se está tirando al vacío en paracaídas. Siento que estoy ya en la puerta, que yo soy el siguiente en saltar...; no es una sensación triste, pero sí muy rara. El próximo que salta soy yo, y eso me hace pensar la vida de otra manera».

«Curiosamente», explica el artista, «tengo más urgencia por hacer cosas pero, también, sé que las tengo que hacer más despacio. Yo siempre he sido muy nervioso, casi hiperactivo, y a veces he cometido errores precisamente por eso, por ir como una moto. Ahora me suceden dos cosas: me tomo las cosas con más calma y, aunque suene pretencioso decirlo, tengo más cosas que decir».

-¿Qué tipo de artista es usted?

-Un artista que sabe que tiene una gran responsabilidad consigo mismo, que tiene que estar preocupado por el mundo que le rodea pero que no tiene que estar empeñado en preocupar a los demás. No creo que el artista tenga derecho a estar preocupando a todo el mundo con sus obras y sus obsesiones; hay un exceso de arte que intenta preocupar a la gente, decirle a los demás cómo se tienen que comportar, en plan viejo sermón de cura. Yo no me creo con el derecho de sermonear a la gente, pero sí con el deber de preocuparme por toda la gente que pueda. Estoy seguro de que mis obras de arte no van a transformar el mundo, pero sí lo estoy de que a mí sí que me van a transformar, y eso me parece bastante.

-¿A qué no renuncia?

-Por nada del mundo quiero perder el sentido del humor, ni la capacidad de ironizar; entre otras cosas, porque lo que más daño le hace al poder es la risa, como ya contó Umberto Eco en 'El nombre de la rosa'. El poder lo que menos resiste es la burla, la burla inteligente.

Haro está orgulloso de sus orígenes: «Soy hijo de una familia nómada, y los nómadas solo se tienen a ellos durante el viaje. Mi mejor amigo de infancia era mi hermana [la comisaria de arte Julieta de Haro], los demás iban quedando una y otra vez por el camino. Tuve la suerte de vivir con una familia que cambiaba constantemente de lugar, que saltaba de un sitio a otro, sin previo aviso; en mi casa se vivía esa libertad de decir: 'No me gusta esto, lo dejo todo y me voy'. Lo dejo todo y, además, salto sin red. En mi familia saltar sin red ha sido como un hábito. Es decir, ¿qué tienes después? Pues no lo sé. Eso te permite también mucha libertad, enfrentarte a ciertas cosas que a todos nos atan».

-¿Qué cosas recuerda que decía su padre?

-Recuerdo dos: una en la que le doy la razón, y otra que me hace sonreír. La primera: decía que uno no es libre del todo si no tiene la capacidad de darle de comer a sus hijos; y la segunda: que él no sabía si era muy honrado porque nunca lo habían dejado a solas con un millón de pesetas que no fuese suyo [risas]. Eran gente muy librepensadora, mi madre era protestante -ya lo era en pleno franquismo- y mi padre ateo. Ella nunca intentó evangelizarlo a él, ni él que ella dejase de creer; simplemente, se respetaban y punto. Todavía pienso que están vivos; de pronto, voy a hacer un viaje, pienso que tengo que llamar a mi madre y... ese momento es muy duro. El otro día, intentaba recordar una cosa de cuando era pequeño y, al final, me dije: «Mejor llamo a mi madre y se lo pregunto». Por lo demás, «convivo» mucho con ellos, me río mucho recordando con Isabel [su mujer, Isabel del Moral, diseñadora de vestuario, fotógrafa e interiorista] y con mis hijos [Ángel y Juan] anécdotas suyas.

-¿Le enseñaron juegos sus padres?

-Más que enseñarme juegos, lo que hacía mi padre, muchas veces, era disfrazarse y hacernos reír: de mujer, de soldado, de payaso... Lo hacía de pronto, sin venir a ningún cuento, y nos reíamos mucho. Yo he jugado toda mi vida y creo que sigo jugando; sin juego no hay posibilidades de sorpresa. Desde pequeño, yo era un manitas: con una madera me hacía un barco, construía casas para mi hermana, diseñaba mis propios coches...

-Y a usted, ¿a qué le gustaba jugar con sus dos hijos cuando eran pequeños?

-Cuando eran muy pequeños, me gustaba mucho mecerlos sobre mi pecho desnudo, como si fuese un barco en movimiento. Ese contacto primario de dos animales que se mecen el uno al otro me parece que es básico, que es el principio de la educación, porque lo primero no es empezar a leer y a escribir, lo primero es empezar a sentir. Recuerdo todavía el latido del corazón de mi madre cuando apoyaba la cabeza sobre su pecho. Y no solo el latido, sino también oír sus palabras dentro del pecho. Creo que uno empieza a entender el mundo, el idioma y la cultura que le rodean ahí, esa es la fuente.

Imagen principal - Ángel Haro te invita a jugar
Imagen secundaria 1 - Ángel Haro te invita a jugar
Imagen secundaria 2 - Ángel Haro te invita a jugar

Ilusiones

Sobre el momento en que empezó a tomar cuerpo esta exposición, Haro cuenta que «pensé que había nacido en 2005, cuando hice mi primer viaje a África y comencé a traerme de allí los primeros materiales de desecho para jugar con ellos, pero mi hermana me dijo que no, que es una exposición que nace en mi infancia y que llega hasta ahora. Ella le llama 'Cuaderno de viaje', un cuaderno de viaje hecho con objetos. Dice que reconoce en esta exposición objetos e ilusiones que me han acompañado siempre».

-¿Por ejemplo?

-¡Yuri Gagarin! Antes de ser artista, yo quería ser Yuri Gagarin. Igual que ahora los niños están entre el Real Madrid o el Barça, antes estábamos entre los cosmonautas y los astronautas; los cosmonautas eran los rusos, y los astronautas los americanos. Yo era de los rusos porque la anatomía de las naves Soyuz era mucho más bonita e ingeniosa que la de las naves Apolo, que me parecía sosísima. ¡Gagarin fue el primer hombre en viajar al espacio! En esta muestra, hay tres piezas dedicadas a él. Siempre me ha interesado mucho.

Haro ha utilizado mil maderas, latas, plásticos, cuerdas, alambres oxidados, brochas viejas, incluso dos botes de champú anticaspa H&S que él consume y que ha convertido en un catamarán...; desechos de todo tipo.

-Dice usted que es una exposición primaria y sofisticada...

-...sí, sí. Pienso que esta exposición, en general, aunque aparente ser muy primaria, es de las más sofisticadas que yo he hecho. A pesar de los materiales utilizados, creo que es delicada; lo ha sido a la hora de su construcción, porque no puedes juntar materiales que no se lleven bien. Tienes que ir, delicadamente, buscando qué material se entiende con el otro y cómo se unen, y eso es casi como un bordado. Me ha exigido una delicadeza que muchos cuadros no me exigen. Quería construir objetos nuevos a partir de otros objetos, y que eso me exigiera la máxima atención, la máxima delicadeza...; tenía que echar mano de todo lo que he aprendido durante todos estos años de trabajo para hacer esas pequeñas piezas, que a veces son una tontería, un sencillo cochecito; pero se merecía ese sencillo cochecito toda mi atención y que utilizase todas mis capacidades.

-¿Por qué el título de Folitroques?

-Mi abuela paterna era una granadina guapa, altiva, con un ácido sentido del humor. De vez en cuando venía a París, donde vivíamos, y al ver los coches que mi padre restauraba con piezas de desguace solía exclamar con cierta guasa: '¡Vaya un folitraque!'. Aquella palabra que me hacía tanta gracia, tenía una extraña virtud pues había algo en su fonética que definía con precisión al vehículo u objeto al que iba dirigida. Uno podía hacer una descripción más extensa, llena de matices, pero nunca superaría la exactitud conceptual que emanaba de ella. Recientemente, haciendo una búsqueda meticulosa en internet he descubierto que esa palabra procede de Cuba y entra en la península por Torrevieja. Tras la guerra civil, le llamaban 'folitraques' a los camiones reparados que se usaban para el contrabando. Cuando tuve reunidas más de cien piezas, un día en estudio recordé aquella palabra moribunda, rodeado de toda la colección, y al pronunciarla tomó todo su sentido.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Ángel Haro te invita a jugar