Del orfanato a la gloria
Olivier Rousteing es el primer modisto mestizo en dirigir una casa de alta costura. Arrasa en Balmain y sigue sin conocer a sus padres biológicos
PPLL
Domingo, 20 de octubre 2013, 03:35
A sus padres adoptivos les pasó lo que a tantos cuando su pequeño les soltó que quería ser diseñador. Echaron pestes al principio, pero se tranquilizaron creyendo que se trataría de un sarpullido pasajero. Soñaban con verle trabajar en un despacho internacional de abogados. Así que el muchacho comenzó la carrera de Derecho, pero se desvió enseguida. «Mi familia pensaba que solo era pasión, pero yo esperaba que algún día se pudiera convertir en mi profesión», cuenta. Para tranquilizar a sus padres, Olivier Rousteing mostraba un interés simulado por las páginas deportivas del periódico 'L'Équipe', pero en realidad disfrutaba con las páginas de la revista de moda 'Elle'. Más que un modisto, Rousteing parece un plusmarquista obstinado en pulverizar todos los registros: ya de niño se encerraba en su habitación a diseñar ropa.
Ha necesitado muy pocas lecciones para doctorarse en un mundo en el que se maneja con extraordinaria soltura pese a su juventud. Todo lo que sabe comenzó a aprenderlo a los 19 años, junto a grandes nombres de este negocio. Cuando la escuela de moda a la que asistía rechazó su admisión en su filial de Sao Paulo, tomó rumbo a Roma. Y, claro, siendo casi un adolescente, este francés sacó tiempo para todo. Para apurar la 'dolce vita' y empaparse del 'savoir faire' de algunos de los mejores creadores italianos. Se puso a hacer prácticas cuando sus padres dejaron de pasarle la paga.
Además de poner pasión a todas las cosas que hacía y de buen humor a la gente que le rodeaba, Olivier siempre ha estado obsesionado con explotar a toda prisa su talento. Domina el francés, inglés, alemán e italiano y sabe «un poco de griego». Al poco tiempo de ponerse a trabajar para Roberto Cavalli, donde permaneció cinco años, fue nombrado jefe de taller. Y tardó menos de doce meses en hacerse el amo de la firma que fundó Pierre Balmain en 1945. Palabras mayores en la alta costura. Cuenta que una de las mejores cosas de bregar en cualquier firma italiana es «descubrir que si quieres hacer algo, lo puedes hacer».
Allí aprendió a hacer de todo. Desde el bordado en cuero hasta estampados. Trabajó tanto que llegó a olvidarse del día de su cumpleaños. Da vértigo pensar hasta dónde puede llegar el primer diseñador mestizo, después de hacerse con la dirección creativa de una mítica 'maison' que creó un estilo propio a mediados del siglo pasado para vestir a mujeres «desenfadadas, elegantes y activas», como Brigitte Bardot, Marlene Dietrich o Katherine Hepburn.
La precocidad de este creador de 27 años que desconoce los orígenes de sus padres biológicos recuerda a la de genios como Christian Dior o Yves Saint Laurent. A Olivier Rousteing no le tose nadie. Tampoco conviene fiarse de las apariencias y de su presunta fragilidad. Mientras otros creadores se ponen como flanes en los instantes previos a los desfiles, él mantiene siempre la sangre fría. Lo mismo da que una periodista le ase a preguntas media hora antes de la presentación de la colección o que le avisen por sorpresa de que unas telas bordadas procedentes de India permanecen retenidas en la aduana francesa. O disimula muy bien o Rousteing es un témpano. Pero no. «Por dentro, en realidad, vivo estresado», razona. Cuando Balmain le tocó ya sabía dónde se metía. En una industria voraz que exige éxitos a todas horas, su antecesor acabó hecho un trapo. Christophe Decarnin levantó una casa decadente que daba tumbos y cuando la puso en órbita, hasta el extremo de acuñarse el término 'balmanía', se vio de patitas en la calle e interno en un centro psiquiátrico «mentalmente exhausto». Aún se le sigue buscando. Nadie sabe nada acerca de su paradero.
Olivier no dudó en tomar el relevo de Decarnin. Cree que rechazar esta propuesta no habría sido «respetuoso ni inteligente», aunque el ofrecimiento le provocó «vértigo». Admite que el «verdadero reto» fue poner su rostro al frente de la firma. Porque, en el fondo, sabía que iba a trabajar con el mismo equipo. «Mi trabajo consistía en ayudar a Christophe, en entender lo que quería y en dirigir el equipo».
Las migas del niño Olivier
Cuando aceptó el envite, de las primeras personas que se acordó fue de sus padres, con los que vivió una infancia y una adolescencia feliz en Burdeos. Pasó año y medio en un orfanato hasta que le adoptaron. «Mi madre es morena con ojos verdes y mi padre, rubio con ojos azules. ¡Así que evidentemente todos nos hacen preguntas!», confesó, sonriente, a 'Elle'.
Hace dos años fueron los invitados de lujo a su primer desfile como director creativo de Balmain, una empresa donde se han disparado el prestigio y las ventas: «Estaban muy contentos, pero no se dan cuenta de hasta qué punto mi trabajo es intenso. Yo no se lo confieso porque, si lo supiesen, no estarían tan entusiasmados y quiero seguir siendo para ellos el pequeño Olivier que no debe dejar las migas sobre la mesa».
Su antecesor vistió a millonarias con un estilo punk mediante tachuelas, hombreras y minivestidos. Rousteing ha respetado su legado, si bien ha renovado el fondo de armario. Ha llegado a inspirarse en el huevo de Fabergé que Richard Burton regaló a Liz Taylor para modernizar el discurso estilístico de la casa y evitar que enmohezca. La apuesta no le ha podido salir mejor a este creador que escucha «todo» lo que se dice de su trabajo. Revisa todos los días Facebook, Twitter y lee todos los comentarios, «tanto los buenos como los malos». Otras veces le basta mirar lo que tiene delante para darse cuenta hasta dónde ha llegado. «Cuando caminaba sobre la alfombra roja, cerca de Justin Timberlake y detrás de Anna Wintour, no podía creer que fuera real». Tuvo que pellizcarse para sentir que «todo aquello era de verdad». Algo que no debería sorprender en quien maneja la filosofía de «querer es poder».