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Valverde, en las rampas del Col de Bales, seguido por Nibali. :: efe

Movistar apuntala el podio de Valverde

Michael Rogers, liberado del trabajo en favor de Contador, da una lección magistral al culminar la escapada del día. El ritmo de Intxausti elimina a Van Garderen y Bardet camino de Luchón

J. GÓMEZ PEÑA

Miércoles, 23 de julio 2014, 01:28

Canturrea Chente García Acosta dentro del autobús del Movistar. Con él están Valverde, Intxausti, Izagirre, Visconti, Gadret... Parece un gallinero. Es el sonido de los grandes días. Acaban de apuntalar el podio de Valverde, cada vez más segundo del Tour tras Nibali. Su sueño empieza a abrir los ojos. En el col de Bales, Visconti e Intxausti han reventado a Van Garderen (cedió tres minutos y medio) y al joven Bardet (casi dos). Ya solo le discuten la medalla de plata Pinot, que ayer se tragó sus miedos al descenso, y Peraud, el francés viejo y resistente. Este Tour que ayer abrió los Pirineos es un viaje de exterminio.

A Bagneres de Luchón llegaron cuatro ganadores. El australiano Rogers, tras resolver magistralmente la fuga, se quedó con la etapa. «Sabía que iba a ganar», zanjó. También venció Valverde, que agarró aún con más ganas el podio. Como Pinot, que acabó con el otro francés emergente, con Bardet. Y por supuesto triunfó Nibali, el líder que asiste desde la primera fila, en butaca, a la lucha por el segundo puesto.

La etapa acabó en el autobús del Movistar. Allí había comenzado siete horas antes, al fresco de Carcassonne. «Hay que jugársela», arengó Eusebio Unzue. Había que abrir la tapa. Ver. «Tenemos que poner al límite a los rivales». A su lado, José Luis Arrieta, director de la escuadra, aportaba los dados, los ingredientes de la etapa: «Tras la jornada de descanso siempre hay sustos. Además, es larga. Y Alejandro está bien, con ganas». Valverde asentía. Intxausti, el gregario que le ha faltado en los Alpes, ya no tosía. Ya no le roncaban los bronquios. Uno más. Arrieta se dirigió a Jon Izagirre. A Bagneres de Luchón se llega tras bajar el precioso y retorcido col de Bales. Izagirre es un equilibrista. «Jon, hoy la fuga es tuya». Hermanados por la charla, bajaron en silencio hacia la salida. Empezaba a picar el sol.

«Hemos salido con la mentalidad de ir a por todas», resumió Unzue. Sus ciclistas partieron convencidos de que no llevaban las piernas de diario, sino las de los días de fiesta. Izagirre, obediente y certero, se coló en la escapada. Era un vagón de lujo. Compartía asiento con Rogers, Kwiatkowski, Voeckler, Gallopin, Gautier, Serpa, Kiryienka, Van Avermaet... También iba el suizo y rubio Albasini, acusado al final de la etapa de insultos racistas a otro de los fugados, Kevin Reza, parisino de piel negra. Lejos, Nibali les concedió la etapa.

La escapada se rompió en el col de Bales. Rogers, Voeckler y Serpa, más luego Gautier y Kiryienka, sortearon el muro. Demasiado alto para Izagirre y el resto. El guipuzcoano acababa de perder la etapa. Ya tenía otro trabajo. Parar en seco. Pie a tierra. A esperar a Valverde y guiarle en el descenso. Izagirre no lo había visto, pero detrás sus colegas Visconti e Intxausti habían resumido el Tour en una docena de dorsales. Intxausti sudaba la bronquitis que le ha frenado. Con rabia. Feliz haciendo sufrir a los que llevan dos semanas torturándole. Al fin, Intxausti. Respiró a tiempo. Asfixió a Van Garderen y a Bardet.

Y cuando Gadret le dio relevo a Intxausti, apareció uno de los adversarios de Valverde: Pinot. El ciclista tembloroso, el pobre Pinot al que por terror al descenso han recetado una vida loca. Que conduzca coches de rally, que vuele en parapente, que apague las luces del coche en plena noche... Con Pinot nunca se sabe cuándo va a quedarse paralizado en una bajada. Ese miedo a sí mismo, al descenso de Bales, le aceleró el corazón. Adrenalina. Se volvió como loco. Cada vez más rápido a medida que se acercaba el final de la subida y, lo peor, el inicio del descenso. No subía, huía de sus miedos. ¿Quién corre más que un desesperado? Nadie.

Confianza en la bajada

Valverde aguantó hasta casi la cima. Fue prudente. «No quería que me sacara de punto. Sabía que le cogía en la bajada», dijo. Pinot incluso puso diez metros de distancia con Nibali, el líder tranquilo. Pensó como Valverde: «Iba a atraparle sin problema». Todos conocen a Pinot. Solo él duda de sí mismo. Es su carga. Subió tanto para trazar primero las curvas iniciales de Bales. Luego lo pasó mal. Baja cuadrado, acobardado. Pero, guiado por su gregario Roy -iba en la fuga y le esperó-, sobrevivió a su mal de altura. En Bagneres era ya el tercero del Tour. Y quiere más: «La segunda plaza de Valverde está al alcance». A 29 segundos. Antes tendrá que callar hoy en Pla d'Adet o mañana en Hautacam el canturreo feliz del Movistar, el equipo que hizo grande la etapa que se quedó Rogers.

Merecida. «Estaba seguro de mi victoria», declaró el corredor del Tinkoff. Eso pareció. Subió Bales a su ritmo, sin inmutarse con los zigzagueantes ataques del 'muecas' Voeckler. Rogers bajó Bale igual. Puro control. Vigiló a Voeckler y salió a por el otro del Europcar, Gautier. Le cogió como si nada y le rebasó como un avión a un coche. Se despegó cuatro metros del pobre Gautier y se despidió de él. Lección magistral. «Necesitaba desesperadamente esta victoria», soltó. Hizo una reverencia al público y se acordó de su jefe, de Contador: «¡Qué pena que no esté aquí!».

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