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Nibali celebra su nueva victoria de etapa, ayer, con la que afianza aún más su liderato. :: efe

Nibali sigue la estela de Bartali

El líder gana como quiere en los Alpes, donde el atrevido Valverde consolida el podio y se hunde Porte

J. GÓMEZ PEÑA

Sábado, 19 de julio 2014, 00:43

Al ver la cresta de la Chamrouse, Nibali, lúcido, sereno tras una subida «interminable», se ajustó bien el maillot amarillo para lucirlo en las fotos que enmarcan al ganador. Le cosió con buen pulso otro botón a un maillot amarillo que ya parece definitivamente suyo. Y al entrar con casi un minuto sobre Valverde y Pinot, y casi nueve sobre el fantasma enfermo de Porte, Nibali lanzó un suspiro. Era el único que llevaba aire de sobra. Estiró los brazos como quien se levanta de la cama tras soñar con el triunfo en el Tour. Un sueño de carne y hueso sicilianos. Se emocionó.

Había jugado a placer con el calor y la cuesta alpina. Ganar allí, de líder, el 18 de julio, justo cien años desde del nacimiento de Gino Bartali, justo 19 años despues del fallecimiento en el Tour de Casartelli, supuso para Nibali «una liberación». Y cuando más se libera, más ata el Tour. El murciano Valverde, valiente ayer, es el segundo, ya a 3 minutos y 37 segundos, por delante de los nuevos franceses, Bardet y Pinot, y el contrarrelojista Van Garderen. «No me rindo», avisó en la cima Valverde. Apenas se le oyó. La megafonía tronaba en italiano. Todo el Tour cabía en un nombre, Vicenzo Nibali, y en un eco, el de Gino Bartali, vencedor del Tour en 1938 y 1948. Nibali sigue su estela.

Ante la fuerza solo vale el atrevimiento. Ese punto de valor. Lo tuvo Valverde. La velocidad, el calor, el calcinado puerto de Palaquit y el ritmo impuesto por el Katusha para que Purito sumara círculos en su maillot de rey de la montaña mataron la enorme fuga de De Marchi. La subida a la Chamrouse, la cornisa sobre Grenoble donde se guareció la resistencia francesa, quedaba reservada para los mejores. En el Tour no se reparten ni las migajas. El Movistar decidió que es mejor reventar que apagarse. Jugó a ganar el Tour. Rojas, Izagirre y Gadret le subieron la falda a la montaña para que Valverde viera lo que había. Lo vieron todos: Porte, enfermo, con el estómago líquido, empezaba a perder el Tour, gota a gota. El Tour enferma. Los ciclistas, tan consumidos, tan al límite, son fácil presa de virus y bacterias. A Dani Navarro, la deshidratación y los calambres también le habían tumbado antes. Porte no se retiró, pero llegó a la Chamrouse a gatas, escoltado por su fiel Mikel Nieve.

«Lo hemos intentando», se consolaba Valverde. La subida primero al Palaquit había sido como un parabrisas que barre corredores a las cunetas. Nibali perdió ahí a Scarponi. Y en el descenso se le cayó su otra muleta, Fuglsang. Bueno, lo tiró uno de los ciclistas más peligrosos del pelotón, el belga Van den Broeck, que arrojó el bidón sobre el que patinó Fuglsang. De repente, con toda la Chamrouse por delante, Nibali estaba casi solo, sin más sombra amiga que la de Kangert. El Movistar sintió que era el momento. Valverde se atrevió a casi diez kilómetros de la cima. Pinot y Nibali le resistieron. Anclado y derrotado Porte, Nibali dejó que Valverde y Pinot se cansaran. Detrás, otro joven francés, Bardet, y Van Garderen compraban billetes para el podio. De la victoria se iba a encargar Nibali. Mariscal. Como Bottechia, Bartali, Gimondi y Pantani. Quiere ser el quinto italiano que gana el Tour.

Duros entrenamientos

Antes de venir a esta edición, su entrenador, Paolo Slongo le machacó con una moto. Calcó de internet la potencia de las arrancadas de Froome y la trasladó a los centímetros cúbicos de su motocicleta. Así entrenó a Nibali. Slongo en moto, chillando que era Froome, y Nibali detrás a rueda, a tope. Sin Froome y sin Contador, la moto con más caballos de este Tour es italiana. A siete kilómetros del final, Nibali metió gas, salió y cerró la puerta tras de sí. Valverde y Pinot se miraron. «Nibali está intratable», admitió el murciano. Atrapó en un santiamén a Majka y Koning, que soñaban aún con ganar la etapa y, cuando quiso, se despidió de ellos. «No puedo pedir más. He distanciado a Porte y le he metido casi un minuto a Valverde».

Cavó una zanja que crecía a cada pedalada. Se alejaba el maillot amarillo. El ciclista que ganó un Giro glaciar nadaba feliz y seguro en la canícula del Tour. Campeón de invierno y de verano, de pavés y de montaña. «Intratable», como dice Valverde. Trepó por las paredes de la Chamrouse como trepa una sombra. Veloz. A unos metros, Pinot le pedía relevo a Valverde, que negaba con la cabeza, aunque luego le atacó. Son las cosas de Valverde. Con todo, parece el único rival de entidad que le queda a Nibali, si es que le queda alguno.

El italiano lo hizo ayer todo a su hora. Tuvo temple cuando perdió a sus mejores gregarios, sepultó a Porte en cuanto notó que boqueaba y remató a Valverde y Pinot a su antojo. Entró con calma. «Hay que guardar para mañana», dijo. Para el Izoard y la meta de Risoul que le esperan hoy. Por el Izoard pasó Bartali para ganar sus dos Tours. El piadoso Gino, el ciclista que entre sus dos victorias salvó del holocausto a 800 judios llevándoles pasaportes falsos escondidos en su bicicleta. Nibali, que ya tiene el Giro y la Vuelta, le regaló ayer la meta de la Chamrouse en el día en que hubiera cumplido cien años.

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