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Antiguo molino de pólvora en la acequia Aljufía. | M.R.
'con toda la troupe'

Sobre las aguas del Segura

Excursión de media mañana desde el Puente Viejo a La Ñora para conocer los antiguos molinos harineros de la huerta

MIGUEL RUBIO

Jueves, 15 de marzo 2012, 17:11

El proyecto de la Asociación para la Conservación de la Huerta de Murcia (Huermur) de convertir el molino del Amor (sobre la acequia Aljufía, en la carretera de La Ñora) en un centro de interpretación del regadío y la biodiversidad de la huerta, ha puesto la lupa sobre un patrimonio etnográfico en peligro. Hunden sus raíces en el pasado árabe de Murcia y forman parte del paisaje agrícola que envuelve la capital, pero su progresivo abandono, víctimas de la modernidad, ha llevado a los molinos de la huerta a una situación límite. De los 36 que había a mediados del siglo pasado, ahora apenas quedan la mitad. Antes de que desaparezcan del mapa (que por el camino que llevan será más pronto que tarde) les propongo una ruta de media mañana (a pie o en bicicleta) para conocer algunas de estas infraestructuras hidráulicas ahora que la primavera se asoma a la huerta.

El punto de partida no puede ser otro que el Museo Hidráulico, junto al puente Viejo o de los Peligros. El espléndido edificio (un referente de la arquitectura de los años ochenta en España) que diseñó Juan Navarro Baldeweg, acoge el complejo molinero más importante de Murcia, conocido como los molinos de las 24 piedras, lo que ya da cuenta de sus dimensiones. Convertido en un centro cultural para exposiciones temporales (hasta el próximo jueves alberga la colección Vidas minadas del periodista y fotógrafo Gervasio Sánchez), el museo de Los Molinos del Río (ojo, no abre domingos ni festivos, ¡qué contradicción! ¿no?) muestra también la importancia que estos artilugios, empleados principalmente para moler el grano gracias a la corriente del Segura, tuvieron para la supervivencia de Murcia desde la Edad Media y hasta mediados del siglo XIX. Además de toda la maquinaria que se conserva asomada al río, se exponen piezas relacionadas con la cultura del agua (cangilones, tinajas, jarras, picotas, machotas) y paneles y maquetas que explican no solo la evolución de estos molinos, también la historia de Murcia.

Este gran complejo molinero, en funcionamiento hasta los años setenta del siglo pasado, comenzó a levantarse en 1743 después de que una riada se llevara por delante el anterior edificio de madera. En el año 1783, hubo de reconstruirse de nuevo debido a los daños de otra inundación, siguiendo el proyecto del arquitecto de la Corte Manuel Serrano, y el inmueble, pegado a la plaza de Camachos, se convirtió en la piedra angular del desarrollo urbano del barrio del Carmen, siguiendo las directrices que marcaba la Ilustración.

Los molinos harineros (aunque también se utilizaron para la fabricación de pimentón y de pólvora y hasta para generar electricidad) se levantaron además sobre las acequias de la huerta, principalmente los cauces mayores de Alquibla y Aljufía. Así que si salimos del museo de Los Molinos del Río y enfilamos el Malecón, al final de este histórico paseo, en el cruce de la carretera de La Ñora con el carril Torre Molina, nos toparemos de frente con lo que queda del molino del Amor, del siglo XVIII y que tuvo tres piedras. Su estado es de total abandono, en un punto peligroso, con mucho tráfico, aunque en las inmediaciones podemos detenernos a contemplar otros edificios históricos. A la izquierda, queda la torre de los Alarcones, en cuya fachada luce un reloj de sol del año 1868. A la derecha, en una zona de nueva urbanización, sobresalen las chimeneas de las industrias Caravaca y la torre de los Clérigos, hoy convertida en vivienda particular, que funcionó como ermita hasta que se construyó la nueva iglesia parroquial de La Arboleja.

A partir de aquí, si hemos venido en bicicleta, podemos adentrarnos por la huerta, que ya se viste de primavera, siguiendo el itinerario de la vía amable de La Ñora, marcada con el número 4. El recorrido está señalizado, así que no hay pérdida. Cruza La Albatalía, donde nos salen al paso algunas construcciones típicas, atraviesa el carril de Los Penchos para enlazar con el de Los Luises y desembocar en el camino de la acequia de Aljufía, entre tahúllas de limoneros sin recolectar. A la altura del monasterio de los Jerónimos encontraremos lo que queda de los antiguos molinos de la pólvora: apenas los restos de los canales y el pantano. Más adelante, al final del camino, se localiza el molino harinero de Puxmarín o de los Casianos, el único que queda habitado, y la rueda de La Ñora, otro artilugio inventado para un mejor aprovechamiento de las aguas del Segura. La mejor cura contra el estrés es escuchar cómo el agua canturrea entre sus cangilones.

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