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John Kennedy usaba una mecedora para aliviar sus problemas de espalda.
Las enfermedades 'top secret' de los presidentes de EE UU

Las enfermedades 'top secret' de los presidentes de EE UU

John F. Kennedy, Woodrow Wilson o Franklin D. Roosevelt ocultaron los males que padecían a fin de llegar a la Casa Blanca

Óscar Bellot

Martes, 13 de septiembre 2016, 12:30

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Pocos políticos se someten a un escrutinio tan riguroso como los candidatos a la Casa Blanca. El estado de sus finanzas, su historial amoroso e incluso las iglesias que visitan son diseccionados por la prensa y los equipos de sus contrincantes en busca de oscuros secretos que puedan minar al candidato. Hay quienes no resisten el envite, caso de los demócratas Gary Hart en 1988 o John Edwards en 2008, tumbados ambos por sus devaneos sexuales, y otros que salen adelante pese a las numerosas 'heridas' sufridas en la batalla, como le ocurrió a Bill Clinton en 1992 cuando saltaron a la palestra pública nombres como los de Gennifer Flowers o Paula Jones. Pero si hay un arma que pueda competir con el sexo a la hora de abrir fuego verbal contra los aspirantes a la presidencia de Estados Unidos esa no es otra que la salud. La idea de que un enfermo se siente en el Despacho Oval obsesiona a los estadounidenses, como ha vuelto a poner de manifiesto lo ocurrido después de que la candidata demócrata a las presidenciales de noviembre, Hillary Clinton, sufriera un pequeño desvanecimiento durante los actos del 15º aniversario del 11-S motivado por una neumonía, lo que ha dado munición al republicano Donald Trump para reavivar las teorías sobre la presunta debilidad física de la exsecretaria de Estado.

El miedo encuentra campo abonado en el pasado de Estados Unidos. Son varios los presidentes que han padecido trastornos de salud mientras habitaban el 1600 de Pennsylvania Avenue. Y alguno de ellos, caso del demócrata Franklin D. Roosevelt, incluso han perecido mientras detentaban el bastón de mando. Otros salieron adelante pese a que su estado revestía extrema gravedad. El secretismo, en casi todos los casos, fue el común denominador y precisamente lo que ahora genera mayores problemas a una exjefa de la diplomacia estadounidense que ha sido acusada de falta de transparencia desde que lanzase su desafío presidencial.

La paradoja de JFK

El caso más notorio es el de John F. Kennedy. Aupado a la Casa Blanca como estilete de una nueva generación que debía alumbrar un mundo nuevo, el político bostoniano cimentó buena parte de su triunfo en las elecciones de 1960 en la imagen vigorosa que transmitía. Se resaltaron hasta la saciedad sus aventuras bélicas y sus hazañas deportivas. Pero la realidad alejada de los focos era muy distinta. JFK había sido un niño enfermizo que pasó innumerables horas leyendo en la cama mientras sus hermanos, ellos sí lozanos, jugaban en el patio de la residencia familiar en Hyannis Port. Padeció escarlatina y sufrió de colitis, entre otras afecciones. Fue la espalda, sin embargo, la que le causó mayores quebraderos de cabeza. Una antigua lesión deportiva se vio agravada cuando la lancha torpedera que capitaneaba durante la Segunda Guerra Mundial fue embestida por un destructor japonés en aguas del Pacífico. Durante ese conflicto contrajo también la malaria.

Y en 1947 se le diagnosticó la enfermedad de Addison, una deficiencia en las glándulas suprarrenales que por aquel entonces muchos consideraban mortal. Los médicos que le trataron, de hecho, le dieron un año de vida. De haberse difundido que la padecía, posiblemente no hubiese alcanzado nunca la Casa Blanca. Pero todo fue convenientemente ocultado. Quien más tarde se convertiría en el primer presidente católico de EE UU estaría en otras ocasiones al borde de la muerte. La situación más grave la vivió en 1954, cuando siendo senador por Massachusetts hubo de someterse a una arriesgada intervención para insertarle una placa metálica que le estabilizase la columna. Se le llegó a dar la extremaunción. El electorado poco supo de todo esto. JFK contrarrestraba sus problemas de salud con grandes dosis de medicamentos, incluyendo cortisona. Hay quienes incluso achacan su desaforado apetito sexual a los esteroides que ingería. Y en su círculo más íntimo se bromeaba con que si un mosquito le picaba, el insecto perecería en el acto.

JFK, a diferencia de Hillary Clinton, se benefició de la connivencia entre sus asesores y la prensa. El demócrata encandilaba a los periodistas, cuya profesión había probado en sus años mozos. Y sólo décadas después de su fallecimiento el 22 de noviembre de 1963 en Dallas comenzaron a proliferar los libros que analizaban su precario estado de salud.

La neumonía que acabó con un presidente

Pero John F. Kennedy no fue el único presidente que hubiese afrontado duros ataques de haberse conocido su verdadero historial médico. Más allá de la depresión de Abraham Lincoln o la sordera de Theodore Roosevelt, graves achaques han acuciado a diversos ocupantes de la Casa Blanca. William Henry Harrison se convirtió en 1841 en el primer presidente que moría en el cargo. La razón no fue otra que una neumonía contraída durante su toma de posesión justo un mes antes del deceso. Héroe de la Batalla de Tippecanoe en 1811 y antiguo senador por Ohio, eludió llevar abrigo pese a la gélida temperatura que había en Washington el día de su investidura. Con su fallecimiento nacía la leyenda de la 'maldición de Tecumsé', según la cual todos los presidentes nacidos en un año terminado en cero morían en el cargo. Una maldición que rompería Ronald Reagan en la década de los ochenta del siglo XX tras sobrevivir a un atentado en 1981.

Reagan tuvo que ser intervenido y durante unas horas no estuvo al mando de Estados Unidos. Más oscuro fue el caso de Woodrow Wilson, quien sufrió un derrame cerebral en octubre de 1919 que le paralizó el lado izquierdo del cuerpo. Los detractores del impulsor de la Sociedad de Naciones argüyen que fue la primera dama, Edith Wilson, quien gobernó durante meses en su lugar, algo para lo que, obviamente no estaba facultada constitucionalmente. E hizo ímprobos esfuerzos por ocultar el verdadero estado de su esposo, que ya había sufrido derrames anteriores a su llegada a la Casa Blanca de los que no se informó al ciudadano estadounidense.

El círculo de Franklin D. Roosevelt también hubo de afanarse por mantener viva su carrera política cuando la poliomielitis le provocó una parálisis parcial. Siempre evitaba la silla de ruedas en público y se agarraba al brazo de oficiales cuando quería permanecer de pie en actos oficiales. Gracias a esos esfuerzos logró ser elegido primero gobernador de Nueva York y más tarde presidente de EE UU, algo impensable si hubiese existido por aquel entonces la televisión. La imagen de un mandatario que no podía caminar no era la mejor en los convulsos tiempos de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Hubo también presidentes que sufrieron ataques cardíacos, como le sucedió a Dwight D. Eisenhower en 1955, y los que fueron diagnosticados de cáncer, casos de Grover Cleveland o el mismo Ronald Reagan. Este último, además, padeció Alzheimer mientras aún estaba en el 1600 de Pennsylvania Avenue, aunque eso no se supo sino hasta años más tarde.

Todos ellos, antes y después de alcanzar el poder, vendieron que tenían una salud de hierro. Y no dudaron en ocultar su verdadero estado a los electores. Algo que también hizo el ficticio presidente Josiah Bartlet de 'El Ala Oeste de la Casa Blanca'. Gobernador de New Hampshire, solapó la esclerosis que padecía durante la campaña que le llevó a la presidencia. Su esposa, la posterior primera dama, médico de profesión, le administraba las medicinas. Cuando se supo, se desató un vendaval en su contra y se abrieron audiencias por las que hubieron de pasar sus más estrechos colaboradores. Algunos estaban en el ajo y otros no, pero muchos fueron los que tuvieron que responder por las presuntas mentiras u ocultaciones vertidas. Bartlet acabó saliendo airoso del proceso, pero su credibilidad quedó en entredicho, justo el flanco por el que ahora ataca Donald Trump en su pelea con Hillary Clinton. La salud es un tema 'top secret' para muchos candidatos, pero es precisamente ese secretismo el que puede ponerles contra las cuerdas.

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