El luchador sonriente
«Era un hombre alegre que nunca hacía sangre, ni se quedaba encallado en la crítica», dicen sus amigos, que elogian su irresistible encanto y su perenne sentido del humor
CARLOS BENITO
Miércoles, 17 de junio 2015, 11:33
Pedro Zerolo había escogido como lema una frase de Jorge Semprún: «La tranquilidad solo se consigue luchando». Y en esas pocas palabras viene a resumirse la historia de su vida, porque el político socialista, fallecido ayer a los 54 años, era un hombre incapaz de quedarse tranquilo si en su entorno -y él entendía su entorno como el mundo entero- detectaba alguna muestra de desigualdad, abuso o injusticia. Zerolo era activista por naturaleza, un luchador sonriente pero tenaz que en estos últimos meses, tan débil por el cáncer de páncreas que se le había diagnosticado a principios del año pasado, seguía comprometiéndose en mil peleas: lo mismo se manifestaba con la Marea Blanca en favor de la sanidad pública, que se sumaba a la campaña 'Mi sangre es igual que la tuya', que participaba en una concentración por el enésimo caso de violencia machista, que condenaba atrocidades lejanas en el espacio pero muy próximas en el sentimiento.
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Su biografía
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Pedro González Zerolo (ese era su nombre completo) nació en Caracas, pero su familia regresó a Canarias cuando tenía solo 2 años. Su padre fue el primer alcalde democrático de La Laguna (Tenerife). Zerolo estudió Derecho y se trasladó a Madrid, donde se comprometió en diversos proyectos sociales. En 1989 se presentó como candidato al Senado por la Lista Antiprohibicionista sobre Drogas. En 1992 ingresó en el colectivo gay COGAM, que presidió cuatro años. De ahí pasó a encabezar la federación nacional y, en 2004, saltó a la política. Concejal socialista desde 2003, ayer debería haber tomado posesión de su escaño como parlamentario autonómico. Desde hace 20 años compartía su vida con Jesús Santos, con quien se casó en 2005.
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Su autorretrato
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En su cuenta de Twitter, se describe como «activista socialista, republicano, laico, feminista, ateo, migrante, federalista, LGTB, latino, abogado».
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bodas homosexuales se han celebrado en España desde la aprobación de la ley hasta finales de 2013. «Quien me convenció para hacer esa ley fue Pedro Zerolo», ha admitido el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero.
Incluso la enfermedad trajo consigo su propio activismo. «He salido de muchos armarios: como gay, migrante, ateo, republicano... Hay muchos armarios de los que salir y el de las enfermedades es otro», declaró el verano pasado a este periódico, implicado ya en la tarea de visibilizar a los afectados por el cáncer. También en la juventud, cuando fue consciente de su homosexualidad, se avivó en él, de manera inmediata e inevitable, el afán por conseguir la igualdad tantas veces negada, que le llevaría a convertirse en el impulsor más destacado del matrimonio gay en nuestro país. Zerolo solía contar que 'despertó' tarde: «No tenía problemas para relacionarme con las chicas, tuve muchas novias», decía. Canario nacido en Caracas, adonde había emigrado su familia, no tuvo su primera relación homosexual hasta que llegó a Madrid, ya licenciado en Derecho. «Y salí del armario dando un portazo. Fue maravilloso, magnífico. Vivir abiertamente mi homosexualidad pasaba por luchar contra la homofobia», resumió en estas páginas.
La boda con Jesús
Primero plantó cara a los prejuicios y la discriminación desde el colectivo madrileño Cogam; después, estuvo al frente de la federación nacional, la actual FELGTB, y desde allí saltó a la política como hiperactivo concejal de Madrid y secretario de Movimientos Sociales del PSOE. A Zerolo, una presencia fija en la pancarta de cabecera del desfile del Orgullo Gay, nunca acabó de convencerle eso de que le etiquetasen como 'el padre del matrimonio homosexual'. Prefería poner el énfasis sobre el esfuerzo colectivo, pero el propio Zapatero ha reconocido que fue Zerolo quien le convenció de sacar adelante aquella ley que se aprobó el 30 de junio de 2005: «Nos ha traído mucha felicidad», resumía Zerolo hace unas semanas, con ocasión del décimo aniversario del primer visto bueno en el Congreso. El de aquel año fue el Orgullo Gay más memorable de todos: el 'A quién le importa' de Alaska, ese himno liberador que tanto le gustaba cantar, sonó más fuerte que nunca. Meses después, el 1 de octubre de 2005, se casó por fin con Jesús Santos, su compañero desde hacía diez años, el hombre de su vida. La ceremonia, celebrada por Trinidad Jiménez, tuvo lugar en la Casa de la Panadería, el primer edificio municipal que lucía la bandera arco iris. Y aquí habrá que recordar que él mismo, en su calidad de edil, era también un entusiasta oficiante de bodas que prometía enlaces «bonitos y duraderos».
Más allá de la implicación con todas las causas que le preocupaban -desde la marginación de los afroamericanos hasta la miseria en el poblado chabolista de El Gallinero-, los amigos de Pedro Zerolo coinciden en destacar su personalidad arrolladora, su encanto irresistible y un sentido del humor a prueba de bombas. «Yo recuerdo haberle visto por primera vez en aquellos debates antiquísimos de Telemadrid, como un cosaco que combatía contra los homófobos. Me dejó entusiasmada y, al cabo de unos meses, le envié un ramo de flores a su bufete», evoca Carla Antonelli, compañera de batallas y de partido y diputada de la Asamblea de Madrid. «Yo lo conocí en Bruselas, cuando estaba de becaria y él dio una charla en el Parlamento europeo. Me enamoró, fue superemocionante, hacía poesía al hablar: nunca hago esas cosas, pero al final me acerqué a darle un beso», relata la también socialista Beatriz Talegón.
Y algo especial había de tener Zerolo cuando el elogio fúnebre deriva rápidamente en risas, en una celebración de su personalidad vitalista y a menudo traviesa, con esos 'mi niño' y 'mi niña' que solían endulzar el final de sus frases. «Me decía que yo era como su hermana mayor, qué cabrón, porque tengo un año más», sonríe Antonelli, que colecciona momentos cómicos con Zerolo: desde mítines en los que él la hacía sufrir con bromas susurradas, hasta absurdas peripecias en aviones o encendidas polémicas sobre los ojos del pescado. «En juerga, era único. Era singular, fuerte, enérgico. Y, sobre todo, era amigo: hemos discutido de todo, pero siempre con su mano tendida», explica. Beatriz Talegón se emociona: «Me he reído tanto cuando estábamos las dos juntas, como decía él. Recuerdo una merienda en el Círculo de Bellas Artes, una tarde mágica que se nos pasó volando y sin parar de reír. Y también un viaje en coche hacia un mitin en Villalba, todo el rato partiéndonos: ¡se cabreó mucho cuando se enteró de que tenía la misma edad que mi padre! Era un hombre alegre que nunca hacía sangre con nadie, ni se quedaba encallado en la crítica. Mi gran ilusión era que, si algún día me caso con mi pareja, me casase él. No va a poder ser».
Visitas a la palmera
Pedro Zerolo, apasionado de la poesía y de los parques botánicos -solía acudir al de Madrid y allí visitaba puntualmente a la palmera canaria, el árbol de sus nostalgias-, era un activista de la vida que siempre supo disfrutarla intensamente: le encantaba recordar que de chaval había ejercido de tuno, cantante de coro, intérprete de bandurria, jugador de baloncesto y 'boy scout', como en una prefiguración del torbellino de su existencia adulta. Ayer mismo, debería haber tomado posesión de su escaño en la Asamblea de Madrid, su nuevo destino político, pero eso tampoco pudo ser: en su asiento, a modo de homenaje, había una rosa roja.
Por la tarde, su capilla ardiente reunió en el Patio de Cristales de la Casa de la Villa a políticos de todos los partidos y a personajes populares como Jesús Vázquez, Cayetana Guillén Cuervo o Concha Velasco. A su llegada, el féretro fue recibido con aplausos, y una multitud de madrileños hizo cola para despedirse de su emblemático concejal. En la página de internet Change.org, la FELGTB puso en marcha una iniciativa para rebautizar una plaza de Madrid con su nombre y reconocer así su condición de símbolo. Y, ciertamente, una plaza parece un entorno particularmente apropiado para honrar a Pedro Zerolo: un espacio donde encontrarse, donde reírse, donde charlar y disfrutar de la diversidad humana. Y también, cómo no, un lugar donde protestar siempre que haga falta.