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La filósofa Marina Garcés, ayer, en Cartagena. pablo sánchez / agm
Marina Garcés: «Ver marchar a todo un Gobierno y su aparato corrupto es motivo de alegría»

Marina Garcés: «Ver marchar a todo un Gobierno y su aparato corrupto es motivo de alegría»

Tras participar ayer en el ciclo 'Cartagena piensa', hoy presenta en Murcia su nuevo libro, 'Ciudad Princesa'

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Miércoles, 6 de junio 2018, 02:49

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Habló con 'La Verdad' la filósofa Marina Garcés (Barcelona, 1973), con una calma contagiosa, minutos antes de volar desde Barcelona con dirección a Cartagena, donde ayer participó en el ciclo 'Cartagena piensa', y a Murcia, donde hoy -a las 19.00 horas, en el Hemiciclo de Letras de la UMU- presentará su nuevo libro: 'Ciudad Princesa' (Galaxia Gutenberg). Y si Jorge Amado necesitaba poco para considerar que estaba en su casa -una mesa para comer, una cama para dormir y una máquina para escribir-, ella tampoco necesita mucho: alguien con quien conversar, tener junto a sí el 'Discurso sobre la servidumbre voluntaria' de Étienne de la Boétie, y una copa de buen vino.

-Salió adelante la moción de censura contra el Gobierno del PP. ¿Esperanzada?

-Ver marchar a todo un Gobierno y su aparato corrupto y represor es motivo de alegría y de dignidad; pero, a partir de aquí, la verdad es que las primeras noticias que estamos teniendo no son muy alentadoras. Bueno, paso a paso...

«Debemos empezar por no estar dispuestos a doblarnos, a rendirnos, a ceder. Alguien escribió en una pintada: 'No tengo fuerzas para rendirme'»

-¿A qué se refiere en concreto?

-Al nombramiento [como ministro de Exteriores] de Josep Borrell, por supuesto.

-¿Qué le pide a los partidos en esta nueva etapa?

-Creo que la estructura del sistema de partidos, en sí misma ya dificulta mucho actuar políticamente en virtud de acuerdos, de problemas comunes y de soluciones compartidas. Los partidos existen para ganarse terreno los unos a los otros, y terreno quiere decir cotas de poder. Es cierto que desde ahí se puede negociar más o menos, y con mejor o peor intención, pero el espacio para una política distinta es bastante estrecho. Yo les pediría un ejercicio de compromiso y de responsabilidad. No estamos en unos tiempos como para jugar a políticas partidistas y electoralistas. Vamos sumando crisis de muchos tipos: económicas, políticas, culturales...; y vamos sumando violencias también muy diversas. Hace tiempo que estamos instalados en una política de la hostilidad, de quemar tierra ahí donde se pueda, de polarizar posiciones -eso que llamo, en mi último libro, 'gobernar las crisis', en vez de resolver las crisis-. Si el poder se hace fuerte en la excepcionalidad permanente, y esto implica bloques, frentes, agresividad... eso genera un tipo de política y de poderes que yo creo que son de los peores que podemos imaginar.

-¿Inquietante qué le resulta?

-Esa tendencia tan extendida a actuar, básicamente, por reacción y a la defensiva, y eso está pasando a niveles de todo tipo. Cuando las crisis van haciendo más oscuros los horizontes de futuros, los proyectos colectivos y las ideas a largo plazo, quedamos instalados en la reacción permanente, y eso conlleva actuar los unos contra los otros. Sucede esto a nivel territorial y de desigualdad y clases sociales, y sucede con las migraciones y también con respecto al sistema político. Y cuando se rompe la confianza de base entre la gente, entre los colectivos y los grupos sociales, el ejercicio de un poder autoritario se hace sin duda mucho más fácil.

-¿Qué es usted?

-Yo soy también gente. No me sitúo en ninguna atalaya, siempre escribo desde lo que comparto; y eso también implica que hay muchos ángulos ciegos si observas el mundo desde dentro y no desde fuera, y si no pretendes tener una visión de algún modo globalizadora.

-¿Y qué observa últimamente?

- Observo, siento y percibo miedo; diría que hay mucho miedo modulado de formas distintas. Y el miedo implica esas actitudes a la defensiva y agresivas de las que le hablaba. Percibo también cómo el miedo se ha convertido en un argumento banalizador, que hace que se tienda a quitar importancia, a relativizar, todo aquello que nos exigiría más de nosotros mismos. Y también observo nuevas formas de conservadurismo, que también se derivan muchas veces del miedo. Preservar lo que tenemos, conservar pequeños privilegios...; un reaccionarismo que también avanza por muchos frentes.

-Y frente a todo ello, ¿qué?

-Junto a todo eso, y a pesar de todo eso, creo -y por eso he escrito este nuevo libro- que tenemos un bagaje de aprendizajes, de luchas, de lenguajes y de prácticas que colectivamente hemos cosechado durante décadas entre mucha gente de ámbitos muy distintos, de colectivos muy distintos, de espacios educativos diversos y de luchas sociales muy heterogéneas, y que están ahí y son el caldo de cultivo de esos otros mundos que no caben en este, y que para mí son la gran caja de herramientas de la que sacar esas otras formas de vida que no se rinden a la situación de crisis actual.

-¿Por dónde empezamos?

-Por no estar dispuestos a doblarnos, a rendirnos, a ceder. Eso es muy importante, una condición primera. Alguien escribió una frase en una pintada que me gustó mucho: «No tengo fuerzas para rendirme». El no rendirse es un lugar por el que empezar, y desde ahí todo es un aprendizaje de lo que llamo 'aprender a vivir juntos, y aprender juntos a vivir'; aunque tengamos que resistir solos, no nos vamos a salvar solos y cada uno por su lado. Ese ejercicio del plural, del nosotros, de lo colectivo, es importante. Tenemos que empezar a actuar en nuestros ámbitos de proximidad, pero no para quedarnos encerrados en ellos. Resistir ante todas aquellas fuerzas que nos sumen en la impotencia, en la indiferencia, en el miedo, en todo eso que desactiva nuestra capacidad de hacer mundo con otros, y de hacerlo desde la dignidad y desde la libertad de todos y de cada uno. Y son de muchos tipos estas fuerzas, que incluyen las violencias económicas, inmobiliarias, laborales... que precarizan la vida cada día más, y no solo de los jóvenes, también de la gente mayor.

-Yayo Herrero se felicitaba hace unos días en estas mismas páginas por el éxito del movimiento feminista, que «ha calado y está llenando las calles de '¡basta ya!'».

-Exacto. Es muy importante lo que está pasando con los nuevos feminismos, que son muchos y diversos, y no por eso separados; son un ejemplo de una alianza en la diversidad: de edades, de cuerpos, de opciones afectivas, de formas de vida, de niveles económicos, de razas. Se abre un espacio común que invita también a los hombres a abordar un largo problema común: las causas más profundas del patriarcado y sus formas de domesticar nuestras vidas en todos sus aspectos y dimensiones.

-Políticamente, ¿dónde se sitúa?

-No tengo partido, pero sí que tomo partido continuamente. No tengo una sola identidad, pero sí muchos vínculos concretos con historias, con lenguas, con territorios, con mundos que no son abstractos. Y desde el punto de vista del compromiso, mi compromiso político siempre está ahí donde haya movimientos capaces de organizarse desde la horizontalidad, desde las identidades abiertas y desde la confianza en que somos nosotros los que tenemos que construir nuestro futuro.

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