Cada verano me acuerdo mucho de Paco. En Los Urrutias no hace falta decir su apellido. Todos sabemos qué Paco. Sobre todo porque nos ha ... ido a ver a todos, muchas veces, uno por uno en sus largos paseos sin rumbo. Paco padecía una discapacidad intelectual y le gustaba recorrer solo toda la playa como si buscara sus límites. Así entraba en las panaderías, en las casas con las puertas abiertas o en las conversaciones a medias, y avanzaba imparable con sus legendarias chanclas azules y su bañador anudado casi a la altura de las axilas. Iba tranquilo, con las manos anudadas en la espalda, curioso e inocente.
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Ya no sé dónde anda, pero siempre pienso en él cuando creo estar perdiendo el tiempo. A Paco, lo que más le importaba en el mundo era el fin del verano. Te lo dejaba claro ya en junio, iba dando voces desde lejos: «¡El verano se acaba!». La frase la repetía invariablemente, cada día, a cada persona que se cruzaba: «¡El verano se acaba! ¡Se ha acabado el verano!».
Intentamos muchas veces explicarle a Paco que el verano no se acababa, que el verano no había hecho más que comenzar y que debía guardarse el anuncio para el mes de septiembre. «¿Septiembre?», preguntaba. «Sí, septiembre», le decíamos. Y echaba a andar repitiendo, de nuevo, como si no nos hubiera escuchado: «¡El verano se acaba!».
Es cierto que Paco nos hacía mucha gracia en julio y en agosto, pero también que su aviso iba sonando diferente cuando los primeros coches se llenaban de trastos para regresar a las ciudades. Empezábamos entonces a preguntarnos si Paco no habría sido perfectamente consciente de lo que decía desde el principio, si no sería su única misión alertar a todos los adolescentes que dejábamos pasar el día de que el verano estaba yéndose desde que empezaba, de que teníamos que aprovecharlo urgentemente, de que nada vuelve nunca.
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