La sublime locura de la giganta Lola Herrera
La luz es relevante en la obra de Athol Fugard, 'Camino a la Meca'. Habla cuando Helen, la protagonista que habita Lola Herrera, enciende las ... velas, y dice mucho cuando están apagadas. Su propia herida despide una luz, que la convertiría en luciérnaga si apagasen de pronto todos los focos del teatro. «Me crece una oscuridad», dice en la primera parte de la función -tercer asalto del San Javier Fest-, cuando la ahoga la inquietud de la amenaza y recuerda la batalla vital constante por prender la llama: «Para mí, crecer era tener una vela para combatir la oscuridad», se sincera Lola Herrera en la piel de Helen Martins, la escultora autodidacta (1897-1976), conocida por transformar su casa en un pueblecito oriental de Sudáfrica en una obra monumental de arte 'outsider'.
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La trama es un encuentro de soledades. La de la artista, una viuda que lucha en su comunidad por conservar su autonomía, la dignidad de la vejez y la belleza de la resistencia, y la de Elsa Barlow (Natalia Dicenta), joven maestra que llega a ayudar a su amiga, pero también a encontrar respuestas a sus propias contiendas personales. Ingredientes favoritos del director argentino Claudio Tolcachir, que en su versión de la obra universaliza el contexto político de esa opresión cerril, cada vez más extendida. De fondo palpita la crueldad del apartheid sudafricano, pero podría ser una comunidad puritana de Massachusetts o un barrio de Teherán, tal vez pronto uno más cercano.
Así fue 'Camino a la Meca'
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Función 'Camino a la Meca', de Athol Fugard.
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Dirección Claudio Tolcachir
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Intérpretes Lola Herrera, Natalia Dicenta y Carlos Olalla
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Cuándo 7 y 8 de agosto
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Dónde Teatro de Invierno (San Javier Fest).
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Calificación Sobresaliente
En medio de las tinieblas, esa giganta incandescente, Lola Herrera, a sus 90 años, sin un titubeo, ni una sombra de fatiga, toda luz y calidez, que sigue convirtiendo el teatro en un disfrute, más de seis décadas después. Los espectadores que han llenado el Teatro de Invierno de San Javier las dos noches de función sabían de su poder de autenticidad, su asombrosa naturalidad y esa lucidez para conjugar rabia, dolor, fragilidad y resistencia. Han ido a su encuentro. La han visto en 'Cinco horas con Mario', esa Carmen Sotillo contradictoria, en la dolorosa historia de 'Solas', pero también en comedias de cine y televisión. Una grande merecedora de todos los reconocimientos. El público de San Javier la premió con dos llenos absolutos con sendas ovaciones por su alta interpretación y por sostener aún con fuerza la bandera de la libertad creativa, como hizo Helen Martins.
Ni el pastor religioso que la quiere recluir, ni su debate interno la doblegan. Evita los clichés de la ancianidad y se crece en un diálogo donde asoman los límites de la cordura y el precio de la libertad. También el papel del artista en las sociedades conservadoras.
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La actriz muestra toda la fuerza de quien tiene una Meca particular. En la escena de la vela, cuando relata la conexión que sintió rodeada de sus esculturas -que espantan al religioso-, proyecta un lúcido resplandor desde esa cabellera blanca, que es una declaración de independencia.
El otro momento álgido de la obra llega con la inevitable confrontación con el pastor, que no entiende y, por tanto, teme el arte de Helen. De dónde saca la veteranísima actriz la energía para ese acto de valentía y convicción, será un secreto inconfesado. Aferrada a su Meca, que no es un lugar geográfico, enciende todas las velas. El trabajo de iluminación de Juan Gómez-Cornejo guía a través de las emociones y de la evolución del ánimo de la protagonista, de la zozobra inicial a la autoafirmación.
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No es la primera vez que Lola Herrera y Natalia Dicenta comparten escenario. Ya lo hicieron en 'Solas', la adaptación de la película de Benito Zambrano, en la que eran madre e hija de ficción. Seguramente el conocimiento mutuo las acerca en esta relación no exenta de un cariño maternal, pero la realidad es que conectan en una sororidad reconfortante. Esos diálogos necesarios para revelar las interioridades están cocinados al fuego lento de las charlas íntimas familiares, en las que uno es como es. Ayuda la hogareña escenografía de Alessio Meloni, cargada de símbolos personales y territoriales. No visibles, intervienen la madre y el hijo huidos, y la criada negra de Helen, testimonios de la persecución y el racismo en un mundo que gira en su lodazal. Ese arte de Helen Martins, tan denostado por el puritanismo religioso imperante, se convirtió en un icono de resistencia en el apartheid e inspiró a otros artistas sudafricanos. Transformó el pueblo en un destino turístico y generó una actividad alrededor del arte alternativo. Lola Herrera será ya la artista resistente para siempre.
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