Jesús Carmona: «Cuando aprendes a admirar, la envidia desaparece»
Pablo Montalbán Castilla
Domingo, 3 de agosto 2025, 08:15
Jesús Carmona (Badalona, 1985) es un bailaor que trasciende los límites de la danza, que moldea y eleva a lo más alto de la técnica ... y de la interpretación. Este domingo, en La Noche de LA VERDAD, vuelve al Cante de las Minas de La Unión, con el espectáculo 'UNIDOS', que se celebrará en el Mercado Público y todavía quedan entradas con descuentos en Oferplan. Carmona, ganador del premio Desplante 2012 del festival, recibió en 2021 el que llaman el Óscar de la danza, el Premio Benois de la Danse, en el Teatro Bolshoi de Moscú. En 2020 obtuvo el Premio Nacional de Danza. Cuenta con compañía propia desde 2011-12 y es la que más tiempo le ocupa profesionalmente. Actualmente, está girando internacionalmente 'Baile de bestias' y 'Super-viviente', el espectáculo que estrenó en el Ballet Español de la Comunidad de Madrid, que dirigió hasta 2024. En febrero estrenará nueva producción en Madrid: un espectáculo coral, no un solo, donde el motor principal es el flamenco danzado, como él dice, y que se sostiene a raíz de diferentes teorías matemáticas. Su relación con la Región de Murcia es estrecha: su esposa, la bailaora Lucía Campillo, es natural de Murcia capital, donde además nacieron sus dos hijos. Y se siente, a partir del premio, unido indivisiblemente a La Unión.
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–¿Qué trae esta vez a La Unión?
–'UNIDOS' es un recital de flamenco semi tradicional, ya que caben tanto pasajes escénicos pensados desde un prisma contemporáneo –mi danza está influida por connotaciones neoclásicas y contemporáneas– como momentos más tradicionales. Vienen tres artistas invitados: al baile, Lucía Campillo; al cante, José Valencia; y al toque, Juan Requena. A mitad del espectáculo, mi actuación se quedará flotando y dará paso a un recital tradicional de cante donde actuarán estos tres artistas. Luego retomaré mi baile, acompañado por el guitarrista El Peli.
El catalán actúa hoy en La Unión en La Noche de LA VERDAD con tres invitados
–Observo en su forma de bailar un dominio de la contención, una habilidad inherente al flamenco, que luego se combina con momentos de mayor velocidad y técnica, donde muestra otro tipo de virtuosismo.
–El flamenco, desde su creación ancestral, cuenta con esos dos polos: por un lado, la contención, la emoción interna y personal de cada uno, que es el motor; y, por otro, la explosión y la velocidad, esa racialización que lo hace a ojos del externo algo virtuoso. Todo lo que se contiene acaba explotando por una pequeña fuga. En mi caso, he ido adquiriendo la contención, la espera, la pausa y el agarre. Me ha costado, porque soy nervioso y abierto, ya que mis emociones suelen estar expuestas. Sobre la velocidad, mis características físicas y el trabajo me han acompañado. Empecé con 9 años en el ballet, lo que me ha ayudado a tener un control físico que expresa mucho virtuosismo, pero es algo involuntario, que sale. Al principio era una bomba, me decía 'todo esto soy yo' y ahora he aprendido a ir soltando pildoritas de bomba.
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–¿Es igual de difícil bailar lento que rápido? ¿Qué exige cada uno?
–Bailar rápido exige técnica, trabajo, estudio, es más físico, algo que se puede adquirir. Bailar lento te lo dan el tiempo, la madurez y las vivencias. Siempre me ha resultado más difícil bailar lento que rápido. Ahora, con 40 años, me siento mucho más cómodo de lo que me sentía con la lentitud y la pausa. Aunque quieras bailar rápido, primero se ha de hacer lento, incorporarlo a tu memoria muscular a base de la repetición y la práctica –hablando solo de movimiento y no de emoción–. Cuando eso está, hacerlo rápido simplemente sale solo.
–El flamenco está enraizado en la tierra, pero usted vuela desde el suelo, sube a lo más alto, como la catedral gótica asciende al cielo para estar más cerca de Dios, pero cimentada en la tierra. ¿Qué piensa de esta idea?
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–Cuando doy clases siempre lo digo. En el ballet se habla de un hilo que te sale de la cabeza y te eleva al cielo. En el flamenco, el hilo sale de la cabeza, pero luego hay otro que sale del coxis y nos conecta con el suelo. El flamenco tiene un hilo invisible que te atraviesa del cielo a la tierra. A veces, uno tira más que otro, siempre estamos navegando entre ambas esferas. Este hilo me parece de lo más interesante y único que tiene el flamenco.
«Necesito bailar en todos los momentos: cuando estoy feliz, cuando tengo dudas o cuando estoy mal», afirma
«Bailar es todo»
–¿Qué es para usted bailar?
–Lo es todo, lo que más tiempo me va acompañar en mi vida. Bailo desde que era un moco, desde que tengo consciencia, y me moriré queriendo bailar. La danza me coge del brazo, de la mano, y me ayuda. Necesito bailar en todos los momentos: cuando estoy feliz, cuando tengo dudas o cuando estoy mal. Es lo que me permite ser yo y lo que ayuda a vivir.
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–En su obra 'El Salto' revisitó su masculinidad porque iba a ser padre de un varón. Creo que, por masculinidad, algunos bailaores se quedan muy en los pies y en las piernas, y abandonan la lírica y el movimiento de los brazos, más tradicionalmente asociado a lo femenino. ¿Tiene esa impresión? ¿Qué son los brazos para usted?
–La masculinidad se asocia a la línea recta y la feminidad a la curva, algo de lo que me alejo porque la curva está en mi movimiento. Históricamente, el bailaor era una línea, sus brazos iban rectos, y, sobre todo, hacía un trabajo de tronco inferior; la mujer era todo lo contrario, curva y sinuosidad, y los pies no eran muy necesarios. Hoy en día no es que esto se haya roto, sino que tenemos la voluntad de decidir. Cuando era alumno me enseñaban 'a' y 'b'; ahora las opciones van de la 'a' a la 'z'. Lo bueno de las nuevas generaciones es que tienen la posibilidad de elegir cómo quieren que sea su danza, en nuestra época era lo que había. Los brazos son la libertad, me conectan con el cielo, con lo que haya allí arriba y con todo lo espiritual y con mi yo más interno. Los pies me ayudan a explotar, a crear fisuras.
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–¿En qué momento se encuentra el flamenco?
–El flamenco como elemento empresarial no ha decaído nunca, porque se ha exportado a Europa, Asia o Estados Unidos. Se vende bien. Al nivel artístico, creo que atravesamos un momento muy bello. Sin embargo, las redes sociales, que te hacen vivir en una mentira, te distancian de las vivencias físicas y crean un mundo artificial que favorece la pérdida de la personalidad, algo que se refleja también en el baile. Sin querer vas replicando el camino de otros. Nos tienen bombardeados y así es difícil encontrarse a uno mismo. También sustituyen la presencialidad por lo virtual: al poder aprender de algún vídeo, ya no tienes que ir por fuerza a ver al artista o al maestro. No obstante, a pesar de esta tendencia, hay gente joven que lo está haciendo increíble. Admiro a mi generación como a todas las anteriores. Me encanta llevar a cabo la admiración, que es un recurso muy bello e inteligente para no tener envidia. Cuando aprendes a admirar, la envidia desaparece.
–¿Qué bailaores o referentes en la danza tiene? ¿Cuáles de sus contemporáneos?
–De los antiguos, Gades, Farruco, Antonio 'El bailarín', Canales. Y de ahora, los que trabajan desde la verdad. Todo lo que es copiado no lo tolero. Admiro a Nino de los Reyes y lo proclamo, él ha traído nuevas técnicas al flamenco. Me gustan el 90% de mis coetáneos: Patricia Guerrero, Alfonso Losa, Pedro Córdoba, Antonio Molina El Choro, Juan Tomás de la Molía, Rocío Molina, Rafaela Carrasco, Israel Galván. Me encanta admirar a mis compañeros.
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–¿Qué exige el paso de los años al bailaor?
–El cuerpo me aguanta y mi memoria muscular es buena. El paso de los años exige autocompasión, en un buen sentido. Tienes que aceptar que tu cuerpo ya no es el mismo y eso hay que abrazarlo y darle cariño. El cuerpo es nuestra herramienta, lo que hemos machacado, y hay que ir entendiéndolo año tras año; y aprender a no frustrarte cuando tus capacidades físicas no son las que eran. En contraposición, las capacidades emocionales y de transmisión sí que crecen. Hay que entender ese traspaso de energías y esas nuevas formas de hacer. Lo peor en un bailarín es intentar estar siempre en el mismo lugar físico. Si no lo abrazas, te frustras física y emocionalmente y no te permite entender lo bueno que trae la edad.
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