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La estrella de Valeria Castro ilumina La Mar de Músicas
La artista canaria entrega uno de los conciertos más emotivos de los últimos años del festival en una jornada en la que también brilló el cartagenero Río Viré
Dio cierto pudor. Porque casi se pudo escuchar el crujido. Porque casi se pudieron tocar las ausencias que motivaron tantas creaciones. Porque casi se sintieron ... como propios el hueco, la reciente herida, la lejanía de la cicatriz. Porque casi se pudo rozar el aliento marchito. Porque casi se pudo calcular el peso exacto, las toneladas justas, de tristeza que dieron lugar a la primera frase, al primer punto, al último folio en blanco. Dio cierto pudor y, sin embargo, también resultó delicado hasta el extremo. Reconfortante como el más sincero de los abrazos. Gigante como el detalle mínimo, el único que realmente importa. Placentero como el sonido de un mar en calma, de una montaña coronada, de un tejado con estrellas adheridas. Dio cierto pudor, pero fue inolvidable escuchar, ver y sentir, el orden de los factores no altera el producto (emocional), a Valeria Castro quebrarse, recomponerse, caerse, levantarse, llorar, saltar, susurrar por fuera y gritar por dentro para, finalmente, siempre, siempre, siempre, terminar encontrándose en el lado luminoso de esta vida de arenas movedizas e islas desiertas.
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Valoraciones
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Le Parody, Plaza del CIM Decepcionante
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Río Viré, Sobresaliente, Plaza del Ayuntamiento
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Conociendo Rusia, Patio del antiguo CIM Bueno
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Valeria Castro, Auditorio Paco Martín del Parque Torres Sobresaliente
Su voz, esa que nos cautivó y nos dejó prendidos de su luz el día en el que muchos la descubrimos en este mismo festival, La Mar de Músicas, hace ya tres años, alcanzó al fin el lugar al que perteneció desde el primer instante, desde la primera nota: el Auditorio Paco Martín. Y allí sonó como solamente pueden sonar las cosas en ese espacio incomparable cuando se produce la ansiada conexión, indescriptible de pura belleza e intensidad, entre público y artista: sin distancia, sin fronteras, sin barreras, sin límites. Lo pequeño crece hasta el infinito, lo grandilocuente cabe en una botella de cristal que cada espectador guarda como una moneda de oro y la noche se sucede con la calidez de las terrazas que miran a una playa vacía. De repente, el ruido cesa y no queda más que una canción tendida como una mano amiga a la que agarrarse para poder continuar. Transitando los temas de sus tres trabajos publicados hasta la fecha, los maravillosos 'Chiquita', 'Con cariño y con cuidado' y 'El cuerpo después de todo', la artista canaria se metió a todas y cada una de las personas que abarrotaron el recinto en un bolsillo que huele a sal y tiene tacto de tierra mojada.
Marcada por la reciente pérdida de su abuela, figura que fue espejo para varias de sus composiciones más redondas y cuyo recuerdo impregnó cada segundo del concierto, y entregada a la causa de compartir sin reservas ni miedo, Castro generó infinitos charcos en las mejillas, estremecedor lo vivido con 'Guerrera' y 'Cuídate', y puntuales ganas de desafiar al temblor, ese que va por fuera y por dentro, bailando con 'Hoxe, mañá e sempre', 'La raíz' y una 'Sobra decirte' que cerró la actuación de forma inmejorable. Una garganta de algodón y piel erizada que andaba quebrada por la promesa, temida y cumplida, de la pérdida. No hubo trampa. No hubo caretas. No hubo disfraz. Tan solo una artista mayúscula realizando un acto de sinceridad creativa y humana tan memorable como conmovedor.
A la altura
Río Viré es un samurái que vigila las calles de la añoranza. Un poeta que observa con la mirada fija. Un soñador por vocación. Un músico que sigue creyendo en (y rezando frente a) la musa. Un árbol de tatuajes, carcajadas, pérdidas, victorias, ciudades, puertos, aviones, mapas embarullados, brindis al alba, corazones rotos, telarañas, nuevos comienzos, ladridos, pataleos, ladridos, sensibilidad extrema, como debe ser, amor y un talento natural para transformar todo eso, que son papeles afilados para la inspiración, en formidables composiciones. Ah, y también es el nombre artístico del cartagenero Rubén Villahermosa, cantautor de los que ya no quedan. De los que, por suerte, nunca desparecerán.
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Acompañado por un grupo generoso, lúcido y pendiente de lo que pedía cada pieza, ni un golpe de más, ni un arrebato de menos, el artista local repasó una trayectoria que conviene reivindicar y celebrar con idéntico énfasis, paseándose con el equilibrio justo entre la ligereza y la gravedad por distintos géneros como el folk, el pop, la cumbia, el rock and roll o la bachata en temas radiantes como 'Malacostumbrando', la irresistible 'El incendio' o esa joya de la corona Viré llamada 'El rey de Argentina'. Una travesía alrededor de una mirada propia que acumula madrugadas de escritura, batallas con guitarras y reconciliaciones a la sombra del piano a la que se sumaron gustosos José María Vidal (Karmacadabra) en el caramelo swing de 'El secreto'; Muerdo en la evocadora 'Río grande'; y un pletórico, imponente Antonio García (Arde Bogotá) en una soberbia 'Alma salvaje' que retumbó con el eco de las cimas. Ya lo decían sus amados John, Paul, George y Ringo, a quienes rindió homenaje cerrando con la adictiva 'Un Beatle más': siempre es mejor con un poco de ayuda de los amigos. Y con composiciones de este nivel. Un concierto a la altura del festival. Y un recordatorio de la valía artística de uno de los grandes representantes de la canción de autor surgidos en la Región.
Piloto automático
A continuación, Conociendo Rusia, el proyecto del bonaerense Mateo Sujatovich, a quien tuvimos la oportunidad de disfrutar hace un par de años como artista invitado en el excelente concierto que brindó Fito Páez en este mismo festival, aterrizó en el patio del CIM con las expectativas desatadas, especialmente para quienes festejamos su nombre como el de uno de los aprendices más avanzados, por no utilizar conflictivos términos que nos lleven a pensar en sucesiones urgentes, de los titanes de la historia del pop/rock argentino. Las razones para defender esta postura son poderosas y tienen títulos propios: 'Conociendo Rusia', 'Cabildo y Juramento' y 'La dirección', tres discos como tres soles albicelestes a los que se sumó 'Jet Love' en 2024, álbum que mantenía el alto listón de sus predecesores y que Sujatovich ha estado rodando estos últimos meses por España. Sobre el papel, lo tenía todo para ser una de las grandes citas de esta trigésima edición: actitud, presencia, estilo (estilazo), músicos, carisma y, sobre todo, enormes canciones.
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Sin embargo, el piloto automático tomó el control durante un directo que no terminó de despegar y se sostuvo sobre pequeñas grandes ráfagas ('Cinco horas menos', 'Mundo de cristal', 'Loco en el desierto', 'Cabildo y juramento'), dejando en el cuerpo la sensación de que Sujatovich y los suyos cumplieron con el expediente y chau, hasta luego. Faltó garra, energía, sudor. El estupendo repertorio lo merecía. Y lo necesitaba. Ojalá haya más oportunidades para el reencuentro y la revancha con el que, a pesar de los pesares, sigue siendo uno de los grandes artistas latinoamericanos surgidos en los últimos años.
Recuerdos imbatibles
RECUERDOS IMBATIBLES
Antes de estas actuaciones, el martes había arrancado con Le Parody, propuesta de folclore electrónico liderada por la cantante y compositora malagueña Sole Parody. Numerosos beats, efectos vocales, percusión y trompetas para dar forma a un collage sonoro que resultó más tedioso que interesante, más desconcertante que satisfactorio, más desangelado que desafiante. Comienzo menor para una jornada que, en cualquier caso, dejó dos recuerdos imbatibles: el entusiasmo contagioso de Río Viré y la estrella de Valeria Castro.
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