Tomás Martínez Pagán: «En cuanto a banderas, me da igual una gaviota que un capullo, lo importante es que Cartagena avance»

–Berlín, gran final entre España e Inglaterra. ¿Qué hizo?

–Qué gran noche y qué final de superlujo. Durante la primera parte del partido me tomé un gin tonic y me comí unos pistachos riquísimos; en la segunda, pasé a una Mahou, tostada y sin alcohol, y a un bocadillo de pan moreno con sardinillas, lonchitas de tomate muy finas y aceite; un bocata de lujo para ver un partido de categoría. En mitad de tanta emoción, me venía muy bien darle bocados a mi bocadillo, bien liado en una servilleta para que no cayera aceite sobre el sofá. Una noche inolvidable, sin duda.

–Las monjas.

–Yo fui al colegio del Patronato del Sagrado Corazón, en pleno casco antiguo de Cartagena, donde estudié con las monjas. De ese colegio salieron muchos y muy buenos hombres de negocios...; mi padre habló con don José Rodríguez, el cura de Santa Lucía, para que yo pudiese estudiar allí, un lugar que imprimía mucho carácter. Yo era un niño bueno, pero es que, además, fui monaguillo durante muchos años. Toda mi vida ha estado influenciada por aquellos años: conozco bien la obediencia, el respeto, la buena educación y lo importante que es estar comprometido con tu trabajo. Me acuerdo del nombre de aquellas monjas, a las que les estoy muy agradecido.

–¿De qué se dio cuenta?

–No tardé en comprender que cuando tú atiendes a todo el mundo y eres servicial, normalmente te responden de la misma manera, y eso me hizo multiplicar mi compromiso de servicio y escuchar a toda la gente: al grande, al pequeño, al listo, al menos listo y a cualquier persona, cosa que me ha ido de maravilla en estos en 67 años de vida que ya arrastro.

–¿Se llevó algún pescozón?

–¡Y más de uno! Tuvimos un profesor de Matemáticas que, además de dar pescozones, era aficionado a lanzar el cepillo de borrar cuando alguien se despistaba o hacía algún comentario fuera de tono. Yo creo que influía el hecho de que él era del Barça, mientras que la gran mayoría de la clase éramos del Real Madrid [ríe].

–El liderazgo.

–En mi etapa infantil fui cero líder. Tenía un poco de complejo por ser de pueblo; mis compañeros eran de ciudad, 'hijos de' y tenían apellidos 'importantes'. Pero cuando ya empecé a navegar con soltura en esas aguas de las relaciones humanas, me convertí en un buen nadador, me adapté y supe aprovechar mis habilidades. Me he desenvuelto muy bien en la vida, teniendo en cuenta, además, de donde vengo.

–¿Qué hace?

–Soy honesto y cumplo con la palabra dada. Lo que yo digo va a misa, no doy marcha atrás según me convenga y eso, a veces, me ha causado problemas.

–¿Un hombre libre?

–Nunca he estado condicionado por nada y me he permitido siempre algo que continúo haciendo: decir la verdad. Con la verdad, el camino se ensancha y el horizonte se aclara.

–¿En contra qué tiene usted?

–Quiero acaparar mucho, me comprometo con casi todo lo que me piden y eso me lleva, en ocasiones, a un desgaste importante; a veces me digo que tendría que estar más pendiente de mí mismo, pero luego me llaman para colaborar en esto y en lo otro y me vuelvo a liar.

–¿Para qué no ha nacido?

–Soy un negado completo para bailar, cantar y cocinar; tres pilares importantes en la vida que a mí me faltan [risas]. Bailo sin orden, forma, ni estilo; cantando soy el mayor desastre y de cocinar mejor ni hablemos. Lo que soy es un experto en abrir latas de conservas y en ordenar muy bien, sobre un plato, lo que llevan dentro.

–Se pasa los días comiendo en los mejores sitios, con los mejores cocineros y cocineras, en fiestas gastronómicas, en selectas celebraciones...; ¿no se le ha desatado el deseo de aprender a cocinar?

–¡No señor! Como y bebo, cierto, en compañía de grandes profesionales, pero me dedico a disfrutar de lo que los demás me ofrecen. Pongo toda mi atención en centrarme en lo que me sirven en los platos [ríe]. Me encanta degustar, valorar y catalogar.

–¿Corrió riesgos?

–Siempre controlados, no me he caído por ningún precipicio de gran altura. Los saltos que he ido dando han sido controlados.

–¿Qué estuvo a punto de hacer y no hizo?

–Estuve a punto de entrar en política en varias ocasiones, pero, sabiamente, lo descarté. Tampoco me lancé a generar mis propias empresas, supongo que por miedo al vacío.

–¿Qué partidos han querido contar con usted?

–Sin presumir de nada, puedo decir que he hablado con todos los grupos políticos que ha tenido Cartagena, en distintas etapas, para estar en sus listas; lo desestimé, no quería ponerme a nadie en contra. A mí me ha ido muy bien relacionarme perfectamente, sobre todo en el mundo empresarial, con todos los colores. Creo que acerté no entrando en política, a pesar de que me calentaran la oreja, me hicieran palmas y me dijeran que podía llegar alto.

–¿Su corazoncito con qué opción política está?

–Mi corazoncito está entregado a una ciudad llamada Cartagena, a la que me gustaría ver como capital del Mediterráneo; en cuanto a las banderas, me da lo mismo una gaviota que un capullo, hablando de los dos grandes partidos. Lo importante es que Cartagena avance, que los ciudadanos disfruten y que el crecimiento se vea cada año, gobierne el color que gobierne porque, por encima de todo, el ciudadano a lo que aspira es a mejorar sus condiciones de vida.

–¿De quiénes se aparta?

–De entrada, me relaciono con todo el mundo, pero me aparto rápidamente de los que se dedican a darte palmadas y, en cuanto te das la vuelta, a traicionarte. Traidores hay muchos, yo tengo un listado de traidores que daría para escribir una novela.

–¿Barco tenemos?

–No.

–¿Buceamos?

–Tampoco.

–¿Montamos a caballo?

–Pues tampoco,.

–¿Y qué deporte hacemos?

–Caminar. Y me conservo bien, gracias a Dios. También se hace deporte teniendo vida social, ¡eh!, porque te mueves mucho de un lado para otro [ríe].

–Agradecido.

–A Cartagena, confió en mí y me abrió sus puertas. No me iría a vivir a ningún otro sitio.

–¿Dulces sueños?

–Depende de los niveles de agitación grastronómica nocturna.

–Hubo un día especial en el que...

–... conocí a mi mujer [Paquita Bueno]. Me la presentaron en vísperas de una Navidad en la Plaza Juan XXIII. La discoteca Acapulco, muy conocida en aquella época en Cartagena, fue testigo de nuestros primeros bailes al ritmo de las canciones de Richard Cocciante [ríe]. Y hasta nuestros días hemos sido felices.

–Los hijos.

–Tenemos un solo hijo [Alejandro], mi mujer también es hija única y nada más que tenemos un nieto [Marco]. En las fiestas, los cumpleaños y los santos somos cinco, los cinco magníficos.

–¿Qué pasa en su familia?

–Somos de disparo corto. [Ríe]

–¿Su talón de Aquiles?

–La traición me cabrea. He ayudado a mucha gente que después me ha traicionado. No haces cosas por los demás pensando en que te respondan de la misma manera, pero por lo menos que no te claven puñales.

–Toca relajarse.

–Me olvido del móvil y me bajo a mi pequeña bodega a escribir mi artículo para LA VERDAD, o alguna otra cosa relacionada con las múltiples facetas que llevo en danza, y así me relajo estupendamente; que es mediodía, pues con un buen vino; que ya es por la tarde o noche, pues con un buen gin tonic [de Martin Miller's].

–¿Se baña en el mar?

–No, ni el agua salada ni la arena van conmigo. Tengo una pequeña piscina y en ella me doy mis baños por la mañana y por la tarde. Nos compramos una casa en La Manga porque mi hijo no quería campo [sonríe]. Buen sitio también para ir a los chiringuitos a tomármelas.

–¿De qué viaje no se olvida?

–De uno a México que hicimos los tres, invitados por un magnate mexicano, con avión propio, que mi mujer y yo conocimos en nuestro viaje de novios. Se empeñó en que teníamos que conocer México de su mano, y cuando mi hijo cumplió siete años, nos fuimos a visitar Disney World a Orlando y, después, volamos a México. Nacho González de Casasola era el presidente del equipo de fútbol de Celaya, y con él pasamos siete días extraordionarios.

–¿Qué fruta recomienda?

–Me encantan las guindas y, ahora en verano, melón de agua del campo de Cartagena, que está exquisito; un postre refrescante y maravilloso.

–El presidente López Miras.

–Si fuese huertano, le diría que es un buen zagal [sonríe], pero como soy cartagenero, le diré que es un buen presidente. Yo no le pido nada a los políticos para mí, pero cuando he necesitado algo de él para otros, siempre me ha atendido muy amablemente.

–¿Qué le recomendaría?

–A él y a cualquier presidente de esta Comunidad Autónoma: el diálogo es clave, la unidad hace la fuerza, y al enemigo se le controla mejor cuanto más cerca lo tengas.

–Sus padres.

–[Se emociona hasta las lágrimas] Tanto mi padre como mi madre lucharon y vivieron para mí.

–¿Dónde están ahora?

–En el cielo.