Gabriela Amorós: «Un gorrión me enseñó a dar amor»
«Soy un animal nocturno», afirma la pintora y poeta
A veces se imagina que su sangre entra y sale de su cuerpo como una espina, y que todas las golondrinas, las lechuzas, las gotas de lluvia, las perdices y las alondras anidan en su jardín. Y en ocasiones, también está convencida, aunque sin pruebas, de que hay un árbol encarnado en ella. Gabriela Amorós (Santa Pola, 1971), abogada de profesión, y poeta y pintora por destino, es una mujer singular. Y un enigma.
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1 -¿Un sitio para tomar una cerveza? -Junto al mar.
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2 -¿Una canción? -'A love supreme', de John Coltrane.
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3 -Un libro para el verano. -'El arco y la lira', de Octavio Paz.
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4 -¿Qué consejo daría? -No pierda el buen humor.
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5 -¿Cuál es su copa preferida? -Martini.
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6 -¿Le gustaría ser invisible? -¡Claro!, ¿a quién no?
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7 -¿Un héroe o heroína de ficción? -Orfeo.
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8 -Un epitafio. -«Para tocarse a sí misma, la luz tiene que pensarnos».
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9 -¿Qué le gustaría ser de mayor? -Mejor persona.
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10 -¿Tiene enemigos? -Supongo que sí.
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11 -¿Lo que más detesta? -La intolerancia.
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12 -¿Un baño ideal? -De noche en el mar.
-¿Qué prefiere?
-La noche al día, soy un animal nocturno. De hecho, empecé a adaptarme al mundo diurno desde que conocí a Pepe [José Carrión, su actual pareja, catedrático de Evolución Vegetal de la UMU], pero me cuesta mucho. El torrente que llevo dentro de mí mana, sobre todo, por la noche. Puedo acabar completamente agotada de trabajar durante todo el día, pero luego llega la noche, empiezo a escribir o a pintar y me espabilo por completo. Se me van las horas, pierdo la noción del tiempo. Me siento más viva por la noche que durante el día.
¡«Cuando tenía 4 años, mi hijo me preguntó: 'Mamá, ¿yo he nacido ya?'» | «El hombre me fascina; siempre he admirado mucho su nobleza, su transparencia mayor que la de las mujeres» | «Sueño que me despierto y no tengo boca» | «En la infancia parecía Forrest Gump»
-¿Qué ha tenido siempre?
-Dos sueños muy recurrentes; uno, que vivo en lugares donde reina la semioscuridad; y otro, en el que me despierto y no tengo boca, lo que me obliga a comunicarme con los demás a través de carteles escritos; y eso me produce placer.
-¿No le gusta comunicarse?
-Sí, pero siempre que no sea a través del lenguaje oral. Me comunico a través de la pintura, que surge de mi hemisferio masculino; y de la poesía, que brota del femenino. Yo empecé a abrirme a los demás cuando llegué a la universidad para estudiar Derecho. Sé que hacerlo es una obligación, digamos, ineludible, pero yo fluyo por otros derroteros
-Y la gente, ¿le gusta?
-Sí, pero como máximo no más de tres personas juntas; a ser posible.
-¿Qué es una verdad verdadera?
-Lo dice Ortega y Gasset: «Somos centauros ontológicos». Me fascinan los centauros, representan muy bien esa lucha del ser humano que, por un lado, pelea por humanizarse, por ser humano, pero por otro le resulta difícil renunciar al componente salvaje: a sentirnos agresivos, a tener pensamientos terribles.
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-¿De niña cómo era?
-Un tío mío me llamaba Gabrielita 'La mística'. Era muy solitaria, muy silenciosa, y me gustaba muchísimo la naturaleza.
-¿Qué marcó su infancia?
-Con ocho años, recogí a un gorrión perdido de su nido. Los gorriones son pájaros muy salvajes, y se niegan a recibir comida de ti. Pero yo lo conseguí, se vinculó a mí y convivió conmigo durante unos años. Lo llamé Orzowei. Me enseñó a dar amor. No estaba enjaulado, siempre estaba conmigo.
-¿Tiende a la tristeza?
-No. Siempre he sentido dentro de mí, y me da vergüenza decirlo porque una vez lo comenté y se echaron a reír, una gran felicidad, una felicidad que es independiente de las circunstancias por las que esté atravesando o de lo que pase fuera.
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-¿Qué siente?
-Que tengo dos vidas: mi vida interior, que para mí es la verdadera realidad -Hermann Hesse decía que no hay más realidad que la que habita en nuestro interior-, y la vida exterior, la que se desarrolla en sociedad. Vivir la interior me resulta muy fácil, muy placentero: la pintura, la poesía, las lecturas, la imaginación... Lo que me cuesta mucho es conciliar mi vida interior con la exterior.
-¿Qué observa?
-Estamos convirtiendo la vida en una catástrofe. Me duele tanta falta de entendimiento entre los seres humanos, que somos al mismo tiempo la llave y la cerradura. Esto se ha convertido en una especie de Babel delirante: intolerancia, prejuicios, enormes desigualdades sociales...
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-¿En qué confía?
-En poder amparar a mis seres queridos siempre que lo necesiten.
-¿Qué no sintió nunca?
-La llamada de la maternidad. Tuve a mis hijos [Gabriel, de 9 años; y Ariadna, de 13 años] tras tomar una decisión compartida con mi exmarido. Una decisión totalmente acertada, porque mis hijos me han hecho ser mejor persona.
-¿Qué tiene claro?
-Que hombres y mujeres debemos entendernos, compenetrarnos y ayudarnos. Los hombres no son los culpables de todo. A mí, el hombre me fascina, siempre he admirado mucho su nobleza, su transparencia mayor que la de las mujeres.
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-¿Le gusta seducir?
-No, me siento torpe para hacerlo. Michel Foucault decía que, incluso, sin seducción no hay magisterio. ¡Creo que debe ser muy divertido seducir!
-¿Qué fue un descubrimiento?
-Los maravillosos grabados antiguos e ilustraciones de brujería y de mujeres desnudas volando que contenía una enciclopedia de temas ocultos que había adquirido mi padre, que era electricista.
-¿Hay un Más Allá?
-No tengo razones para no creer. Y, por otro lado, tuve una experiencia muy extraña. Recuerdo que se la conté a mi madre y que me llevó corriendo al médico, que dijo que eso eran cosas de la adolescencia. Una tarde, en Santa Pola, me dirigía a la casa de una amiga cuando, cerca del mercado, vi a un tío mío con el carrito de la compra. Y como en ese tiempo yo era tan rara, y me daba vergüenza incluso saludar a mis familiares, me hice la disimulada para que pasase de largo sin verme. Lo seguí con la mirada hasta que lo perdí de vista. De noche, regresando a mi casa por una calle oscura, que prefería a las iluminadas para que así nadie me viese, de pronto caí: «¡Pero si mi tío está muerto!». Me quedé paralizada por un escalofrío.
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-¿Qué le gusta hacer?
-Me gusta mucho correr, desde niña. En la infancia parecía Forrest Gump, siempre iba corriendo a todos lados. Y a buena velocidad.
-¿Qué le sorprendió?
-Después de leer 'El alma del ateísmo', de André Comte-Sponville, se generó en mí esta pregunta: '¿Existe lo absolutamente inexplicable?'. Un día, mi hijo me dijo: «Lo he descubierto: el vacío». Cuando tenía 4 años, me preguntó: «Mamá, ¿yo he nacido ya?». Gabriel me deconstruye constantemente las apariencias. A mi hija le encanta el arte y, a mi hijo, las lecturas y escribir.
Energía positiva
-¿Qué puede hacer?
-Empezar de nuevo. Me adapto a cualquier sitio, voy captando la energía positiva de cada lugar. No me anclo a ningún espacio.
-Dígame lo que no le gustaría ser.
-La que abandonas, la que no importa.
-¿Qué es inquietante, además del agua?
-El viento. Que se hace mientras busca los planos de su existencia, mientras pasa por los toldos de los amantes, mientras pierde la dirección de sus hombros, mientras huye con todo lo que se parezca a pedir amor, mientras el amor no lo deja dormir. Y así, el viento se apresura a volverse a hacer porque no le da tiempo a nada.
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-¿En qué cree?
-En que los cielos, el agua, las montañas, sus valles y todo lo alto van cayendo adentro nuestro para crearnos... un lago de sangre.
-¿Cómo somos?
-Medio puros, medio traicionados; bebemos de las uniones de la luz con los hombres porque no queremos ser nada más que destino enamorado.
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