Verónicas: no la caguen
LA ISLA ·
Eso de convertir el deterioro en algo bello solo lo saben hacer los italianos y muy bien, por ciertoDecía Tolstói que las familias felices se parecen y las desgraciadas lo son cada una a su manera, pero Tolstói no estuvo nunca en Verónicas. ... Yo allí he sido feliz de muchas formas: me gustaba comprar en sus puestos cuando vivía al lado, aspirar su cabalgata de aromas de todo tipo y escuchar la algarabía del trabajo de puertas adentro. Me gustaba ir entre semana, con los pasillos desapretados de gente y las colas breves en cada sitio. Me gustaba el edificio y su contraste, con su aspecto sobrio pero noble de fuera y la inesperada austeridad al cruzar la entrada. Sí, porque dentro nunca fue deslumbrante; en realidad, siempre me ha parecido como un mercado de calle al que le han salido paredes, igual que a los niños le salen los dientes. Pero eso no lo desprestigia, al contrario, lo singulariza: le da el barniz amable de las cosas que se han quedado como antes.
Es por eso que uno no va a ese mercado con un fin estético, como cuando va a otros, sino alimentario, no es un mercado turístico, sino utilitario; y no es el mercado más bonito del mundo, pero durante un tiempo compré lo mejor de lo mejor en sus puestos. Al principio entraba tentativamente, buscando cómo comprar bien sin equivocarme, hasta que le pillé el truquillo y lo hacía de carrerilla. Y entiendo que hay que renovarlo, porque eso de convertir el deterioro en algo bello solo lo saben hacer los italianos y muy bien, por cierto, pero ahora que van a rejuvenecerlo, a ver cómo lo hacen. Ese es mi miedo. Como todos los sitios viejos, tiene sus puestos reverenciados y su gente mítica, donde siguen comprando algunos de los mejores restaurantes de Murcia y de cuyo nombre no me quiero acordar por aquello de no hacer publicidad a las claras. Y allí he sido afortunado cerveceando en sus esquinas. Allí me han llevado amigos y allí he llevado a familiares a que se llenaran, no la vista, sino el estómago. Sí, lo dicho, allí se puede ser y he sido feliz de varias formas.
Construido entre 1914 y 1922, cien años lo contemplan. Mil metros cuadrados y más de cincuenta puestos. Harto de esos mercados turísticos, 'souvenirizados' y donde sales con el estómago vacío y la cartera en las raspas, yo me quedo en Verónicas. Así que, señores políticos, hagan la remodelación que tengan que hacer, pero que sea para bien; no le roben su buen tono, el que le han dado los años, a costa de 'modernizarlo'. Señores políticos, al contrario que otras veces, no la caguen.
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