Vender humo

ALGO QUE DECIR ·

Las cosas no valen lo que creemos que valen, decía mi padre, sino lo que alguien está dispuesto a pagar

Impresiona la cantidad de dinero por la que se ha vendido Twitter. 44.000 millones de dólares ha pagado Elon Musk por una compra histórica ... que me recuerda a aquel viejo cuento infantil de la camisa del rey, porque muy pocos saben en puridad qué es exactamente Twitter, al menos yo no lo sé, a pesar de que millones de personas en el mundo lo utilicen cada día. Para mí, un individuo 'pretic' (¿se puede decir esto si uno pertenece a la era anterior a las tecnologías de la información y de la comunicación y, aunque se aproveche de alguno de sus adelantos, continúa pensando en analógico, escribiendo en un humilde procesador de textos y mandando sus cosas por correo electrónico?).

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Excuso aclarar que ignoro cuánto dinero es cuarenta y cuatro mil millones de dólares y de qué manera se pueden rentabilizar con la adquisición de un producto que no podemos percibir por casi ningún sentido, porque es como una caja vacía, imagino, que los más listos sabrán llenar de alguna forma, llevarla al mercado, exponerla en un tenderete y vender con ella a espuertas hasta duplicar o triplicar lo invertido.

Nunca tuve talento para los negocios y así me va, pero supongo que esto superaría a cualquiera. Una creación de las actualísimas redes sociales con la que al parecer uno no tiene más remedio que hacerse multimillonario, sin medias tintas, porque vivimos el permanente sueño americano, y el viejo millón de dólares se nos ha quedado muy atrás. Hoy cualquiera tiene un millón de dólares o un millón de euros, por mucho que siga pagando un par de hipotecas y le mantengan el sueldo congelado.

Los tiempos cambian y las modas del dinero también. Mi padre se pasaba una semana entera por esas sierras escarpadas y bellísimas de Moratalla, compraba cincuenta borregos a duro cada res y una veintena de cabras de fina estampa, que él era un especialista en la materia, los llevaba el sábado al mercado de Caravaca y los vendía con un adecuado margen de ganancia, limpiamente y sin engañar a nadie. Alguien podría aducir que su trabajo era el de un intermediario, pero que nadie olvide los días y las semanas a pie de cortijo en cortijo y los sinsabores de una vida dedicada a resolverles los negocios del ganado a los otros, los que permanecían en sus casas y se limitaban a verlas venir. Los borregos pasaban de un amo a otro y los billetes los guardaba mi padre en una cartera de piel metida en un bolso de tela que le había confeccionado mi madre y que él colocaba en su pecho a modo de talismán protector, pero nunca tuvo cuarenta y cuatro mil millones de euros, ni los soñó siquiera.

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Hoy las cosas son distintas, mi padre ya no está con nosotros y yo tampoco dispongo de esa cantidad inconmensurable que sería incapaz de controlar de una manera idónea, aunque gastar sea muy fácil, sobre todo cuando uno no tiene que pensar en otra cosa.

Esto del Twitter debe de ser como vender humo, si uno sabe crearlo, envasarlo bien y darle la oportuna publicidad, por humo no va a faltar y el resto del negocio depende de los clientes. Las cosas no valen lo que creemos que valen, decía también mi padre, sino lo que alguien está dispuesto a pagar y, a pesar de que cuarenta y cuatro mil millones de dólares es una suma endiabladamente alta, nadie la invierte en un artículo si no está seguro de que multiplicará el capital. El dinero llama al dinero y cuanto mayor sea lo gastado mayor será el beneficio, aunque algunos hayamos pensado siempre en pequeño en estas lides, como si no hubiésemos sido hechos para afrontar la ambición, noble, por supuesto, de acumular riqueza y repartir dividendos, por mucho que el dinero nos haya gustado tanto como a todo el mundo.

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Una asignatura pendiente, al fin y al cabo.

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