Una frase cuyo autor desconozco dice que, en cuestión de amigos, lo importante no es la cantidad sino la calidad. La recordaba cuando iba por ... las calles de su pueblo, hoy mucho más cuidadas que, cuando niño, adolescente y joven, las recorría sin sospechar entonces que, de mayor, de muy mayor, incluso, iba a percibir los mismos olores de antaño y a sentir idénticas emociones de antaño –agitadas, turbadas o dichosas– según fuera la calle o el portal por los que pasaba.
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Era día de reencuentro con viejos amigos, acontecimiento que encierra una especie de hucha sin ranura que, al abrirla, desparrama monedas de antiguo cuño, algunas de las cuales están enmohecidas u oxidadas. Le sorprendió que alguno de ellos no le saludara. Se acercó a él y comprobó que no le había visto –porque ya no ve– y que apenas recordaba su nombre porque ya casi no recuerda. Preguntó por otro y le respondieron que estaba en una residencia, sin saber quién era él ni quién o quiénes le rodean. Recomendaron no visitarle. Mejor así, pensó, de esta forma guardará su imagen de cuando sí tenía memoria.
Así que al iniciar conversaciones se retrajo en preguntar por este o aquel familiar. No quería más sorpresas. Se quedó con la buena noticia de que quien fue su sastre ya ha cumplido 103 años de edad y mantiene las neuronas en orden. Aplausos.
Aparte de saludar viejas caras que antes fueron jóvenes, la alegría se adueñó de la jornada –buena comida y buen vino– al comprobar que todos los reunidos emanaban bienestar y, pese a que los más parlanchines no le dejaron meter más cuchara que la de las alubias pochas, se sintió feliz con la evidente satisfacción de sus viejos amigos, una vez liberados de ambiciones e inteligentemente dispuestos a valorar más lo que tienen que lo que les hubiera gustado tener.
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Entre recuerdo y anécdota, entre comentarios alrededor de fotos amarillas, sin aparente nostalgia, no aparecieron discusiones bizantinas, no se habló del sexo de los ángeles, no hubo que cerrar ninguna herida porque el aprecio estaba ileso, y el denominador común era el aprecio a los viejos amigos, que siguen siéndolo por la calidad de su amistad.
De ahí que lo que mejor le supo fue el abrazo de despedida, cuando se dieron cuenta de que seguían vivos y cuerdos. Un milagro.
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