Los bestiarios medievales aseguraban que «cuando se aproxima el final de su vida, el cisne canta mejor y más fuerte», de ahí que 'el canto ... del cisne' se utilice como metáfora para significar el último gesto u obra que se hace antes de morir. Sea o no sea una superchería, lo cierto es que se asemeja bastante a lo que ocurre con ciertos políticos y periodistas: cantan fuerte su adulación al poderoso, a la espera de una recompensa que finalmente no llega, bien porque 'Roma no paga aduladores', bien porque la lisonja gratuita no merece más recorrido que el de usar y tirar.
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Es la lectura del discurso que hace unos días dijo el periodista Carlos Alsina, con motivo de recibir el prestigioso premio Francisco Cerecedo –que otorga la Asociación de Periodistas Europeos y que entregó el Rey Felipe VI– lo que me ha hecho recordar la antiquísima frase del cisne y su canto. Pero a la inversa. No es una agitación previa a la muerte sino una actitud que induce esperanza. Lo que Alsina reivindicó sin postureo se acerca mucho al correcto periodismo que ideamos los idealistas como un servidor.
Dice Alsina: «Fiscalizar. Nos mueve el simple y radical apego a la verdad. La verdad frente a la manipulación. La verdad frente a la distorsión. La verdad frente a los pretendidos cambios de opinión. Nos mueve el valor que concedemos a la palabra dada, a la coherencia y a la memoria. Lamento defraudar a quienes piensan que todo es elástico. Mantener la palabra dada no lo es; la coherencia no lo es; el compromiso no lo es. La mentira sobre nuestra historia reciente –muy reciente– seguirá siendo mentira, aunque la haya abrazado quien dice velar por nuestra memoria histórica y democrática. La mentira sigue siendo mentira, aunque la haga pasar por verdad quien sabe que es mentira».
Bueno, puede que estimular el sacro derecho a informar y ser informado con veracidad, por enésima vez se desdeñe como una prédica en el desierto. Pero insistamos. Puede que el desierto esté más poblado de lo que creemos. Que no todo han de ser los intentos controladores fácticos ni la sarta de insultos y simplezas con que nos obsequian los próceres de hoy, «'manca finezza'» (falta de finura), como Andreotti y Fanfani calificaron a la política española.
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Qué dirían si hoy levantaran la cabeza.
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