Se marchó a su particular desierto. Saciado de llevar todo el verano vagando –como Hamlet, pero sin calavera– rumiando el asunto de la amnistía a ' ... Puigdemont & Cía.' y regurgitando la consecuencia de borrar la vergüenza que vivimos desde aquel octubre de hace 6 años, sus desafíos y bravuconadas; su fuga y burla de la Justicia; su andadura por un callejón sin salida; el activismo violento y los desmanes incendiarios.
Publicidad
Aunque «no lo volverán a hacer, porque la sociedad catalana no lo quiere», como afirma Lluís Bassets ('El País', 18 de septiembre de 2023), lo cierto es que, a los españoles, o a una mayoría de ellos, nos resultaría más que difícil aceptar una ley de amnesia. No conocemos el alcance de la amnistía que se baraja, no sabemos, por tanto, qué beneficios pueda aportar al conjunto de los españoles, pero sí sabemos que perjudicará al Estado de Derecho y erosionará la confianza en las instituciones democráticas. ¿Dónde queda la igualdad ante la ley?
Supo entonces que la discoteca incendiada en Murcia, que incineró trece vidas y abrasa de dolor a otras tantas familias, no tenía licencia de actividad y sí una orden de cierre no ejecutada. No es difícil deducir que estamos ante una tragedia causada por la desidia, negligencia e indolencia –en el más leve de los supuestos–, un compadreo inadmisible en una sociedad más civilizada y responsable de lo que dice ser.
Y se fue. A su particular desierto, decía.
Vivió en un mundo irreal que él, soñador e intimista, convertía en ideal. Sus continuos tropiezos con la vida le hacían sufrir, pero su fortaleza mental le regresaba a una nueva estancia de ese mundo irreal en el que encontraba la idealidad. En ella se refugiaba, como un anacoreta que, a veces, sentía impulsos de hacerse ermitaño.
Publicidad
Perseguía una idealidad que solo encontraba cobijo en sus reconcentrados pensamientos, a caballo entre la infancia y adultez. Aquella, la acariciaba en fotos que contemplaba y guardaba con celo; sin entusiasmo, pero con vigor, combatía el escenario de la ya añeja adultez con la reciedumbre espartana de quien sabe que su tesoro no es de este mundo.
Por ese lado, admirable, sí pero solo personas sensibles, bondadosas, inteligentes y solidarias –todo a un tiempo– podrán entender a aquel asceta y sus enigmáticas respuestas, solo perceptibles desde una intensa vida interior, tan complicada como honrada.
Publicidad
Esperemos.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión