Me pican los ojos. Habitualmente, el derecho más que el izquierdo, pero los dos me escuecen y se me empañan al leer más de 35 ... minutos, 36 a veces. Padezco una brefalitis que va para crónica –si no lo es ya– según uno de los oftalmólogos que me vienen tratando la dolencia. «Es que ya no tienes edad para darle tanto trabajo a la vista», me dice un amigo tres años mayor que yo.
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O sea...
Me pregunto quién puede dejar de leer y me contesto que solo quienes no han vuelto a hacerlo, desde que en la escuela le enseñaron lo básico para juntar letras. La 'm' con la 'a', 'ma'; la 'l' con la 'o', 'lo'; 'ma-lo'. Así aprendíamos a formar sílabas y, gradualmente, a leer con pausas y acentos en aquel libro, 'El Catón', a cuyo primordial aprendizaje debemos la afición a la lectura que, además de un entretenimiento, es beneficiosa para la salud porque, es verdad, todo lo que dé trabajo al cerebro reduce el deterioro cognitivo al que se aboca con los años. Fin de la microhistoria.
Lo malo es que, a veces, demasiadas veces, hoy día se emponzoña el afán por conocer, debido a la promiscuidad de opiniones que llegan sin avisar. Aún se puede distinguir la demagogia populista, la cual prende con facilidad entre los iletrados y quienes se plantaron hace años en unas convicciones sin resquicio a la duda, pero cómo reconducir al raciocinio a los que encuentran y propalan la solución absoluta a cualquier conflicto de actualidad, mientras apuran la penúltima cerveza. O a quienes, desde el anonimato, ensucian las redes sociales con insultos y descalificaciones, en muchos casos con la retroalimentación de programas sensacionalistas, así como de tertulianos sabelotodo.
El oportunismo de intereses personales de políticos de primera fila también engorda el desbarajuste y el esperpento del que huimos quienes optamos por el pensamiento crítico por el que apostó Walter Lipman, periodista y filósofo, quien dijo aquello de que «donde todos piensan igual, nadie piensa mucho». Inmortal frase, tácitamente rechazada en la actualidad cuando la esgrimimos personas de una cierta edad que, en mi caso, es una edad cierta.
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Ya me están picando los ojos. Tampoco ando bien de audición, pero, estas sí, son cosas de viejos.
Hasta la semana que viene.
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