Daños colaterales
El eufemismo con el que se pretende justificar muertes inocentes y ruinas de gentes pequeñas
Escombros y esqueletos de edificios derribados; largas colas de familias, hato al hombro, que huyen sin saber adónde; hospitales derruidos; caras tiznadas y llorosas a ... las que no quedan lágrimas; impúberes de bellos ojos que miran sin ver; zanjas repletas de sábanas que envuelven cadáveres de niños; madres desgarradas por el dolor; largas colas de camiones cargados de ayuda, detenidos por las metralletas y los cascos amenazantes...
Es la guerra.
Las guerras. De ellas nacieron dos palabras –'daños colaterales'– con las que se pretende justificar lo que no es sino un mal sobre otro mal. Cuando en el conflicto bélico un ejército persigue alcanzar un objetivo militar, arremete contra él y, en el ataque, se cobra vidas de seres inocentes que pasaban por allí y que, desde luego, no han declarado la guerra a nadie. Los atacantes se excusarán diciendo que esas muertes son 'daños colaterales', el eufemismo tras el que esconden lo que no es sino asesinato.
Y desde el sillón donde nos asentamos frente al televisor, de tan acostumbrados que estamos a oírlo, aceptamos el 'daño colateral' como justificación lógica. Y no. Porque el daño colateral es el que se produce de forma no intencionada, pero quien, por ejemplo, ordene un bombardeo ya sabe que las casas están habitadas y si arrasa un hospital ya sabe que dentro hay enfermos y sanitarios.
Otro tanto ocurre en la economía. Hoy las noticias hablarán de la OPA hostil que ha lanzado el BBVA para absorber el Banco Sabadell. Caso de salir adelante, la nueva entidad se convertiría en el tercer banco de Europa, con 135.462 empleados y 7.115 oficinas, unas cifras que pronto quedarían rebajadas, es decir, despedirían trabajadores y cerrarían oficinas. Además, aumentaría la concentración bancaria y los clientes tendrían menos opciones de cambiar de banco cuando no estén de acuerdo con las condiciones que le imponga la nueva macroentidad. Las gentes de modesta economía doméstica –que somos la inmensa mayoría– tendrán que tragarse el aumento de comisiones, por ejemplo, o las exigencias más onerosas para firmar una hipoteca. Seremos los ocupantes de la lista de 'daños colaterales'.
Ya nos ha pasado.
Ya lo hemos vivido, sí, y poca solución puede dar un diletante como el arriba firmante al que únicamente le queda la utópica esperanza de que, como escribió Galeano, mucha gente pequeña, en sus lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueda cambiar el mundo.
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