La rampa

De abajo a arriba

El consenso no surge por decreto. Requiere una cultura cívica que lo reclame y respalde

Jueves, 27 de noviembre 2025, 23:14

Asistí a la conferencia que Alfonso Guerra dijo en el Aula de Cultura de la Fundación Cajamurcia, con la que ha quedado abierto el ciclo ' ... Pensar la democracia', una iniciativa que me parece muy loable en esta triste etapa política que vivimos en España, en la que la razón y la argumentación han sido sustituidas por el insulto, y la mentira ha sentado carta de naturaleza. El ex vicepresidente del Gobierno, a sus 85 años, sigue porfiando por la convivencia en democracia y cuenta el consenso que alcanzaron los líderes políticos de la época que, dicho sea de paso, tenían mucha más enjundia que los actuales y, por supuesto, más sentido de Estado.

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Tras décadas de fractura y enfrentamiento, la sociedad española supo tejer los hilos del consenso, impulsando un cambio político que no nació únicamente desde las cúpulas del poder, sino también desde una ciudadanía decidida a abrir un horizonte de concordia en libertad. Fue esa aspiración colectiva, gestada desde abajo (como recordó Guerra) y extendida por todo el país, la que dio legitimidad y fuerza a las reformas emprendidas a partir de 1976.

Durante aquellos años decisivos, el deseo popular de superar el pasado y construir un futuro compartido se manifestó en múltiples formas: asociaciones vecinales, movimientos cívicos, sindicatos, partidos políticos y amplios sectores sociales reclamaron diálogo, apertura y respeto mutuo. La movilización no fue siempre ruidosa, pero sí profunda y constante. Sin esa presión social, sin esa voluntad extendida de encontrar puntos comunes, los acuerdos parlamentarios, los pactos económicos o la redacción de la Constitución de 1978 habrían sido mucho más frágiles o, quizá, imposibles.

Hoy, cuando el clima político y social vuelve a mostrar signos preocupantes de polarización, la experiencia de la Transición ofrece una lección valiosa. El consenso no surge por decreto ni puede imponerse desde las instituciones sin más. Requiere una acción cívica que lo reclame y respalde, una ciudadanía consciente de que la convivencia es un bien que se construye cada día y que demanda esfuerzo, generosidad y capacidad de escucha. Si en 1976 la sociedad española fue capaz de movilizarse en favor del entendimiento, también ahora puede serlo.

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Esperemos.

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