Terry y Francesc

En este tiempo de debilidad moral no es fácil encontrar puntos donde asirse para evitar ser arrastrados por la deriva de oportunismo y mediocridad

Sábado, 25 de septiembre 2021, 01:45

Franco Battiato decía que vivíamos una vida que no merecía la pena ser vivida. Hablaba de la velocidad de las cosas, el tráfico y las ... tensiones. La vida moderna está llena de hogares confortables, como en el cuadro de Richard Hamilton, a los que la televisión trae sufrimiento como una prolongación de la realidad en la calle. La otra pantalla, la del móvil, ha cambiado la forma de vivir hasta el punto de que ya casi nadie lleva reloj. La tercera pantalla es la que nos da de comer y nos esclaviza. Esta semana me caducó la licencia de Office y al renovarla no se instalaba. Fantaseé con tirar el ordenador por la ventana pero no me atreví y me resigné a la frustración tecnológica en que esta época nos ha sumido.

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En este novísimo mundo ni se leen periódicos en papel, ni se tiene la capacidad de atención para ver una película (mucho menos un libro) y llevar reloj es una actitud de resistencia. Los tiempos, los ritmos son agotadores y las señales son confusas. Esta semana viví algo maravilloso en una acción solidaria del arte español para con Genalguacil, uno de los pueblos afectados por el incendio de Sierra Bermeja, y vi lo mejor de la gente. Por la mañana asistí a un concurso público amañado solo para evidenciar que lo estaba y que mi sentido de la justicia es poco práctico. Allí vi lo peor. Luego bregué con dos administraciones de distinto signo para sacar adelante proyectos intentando hacerles ver que la cultura es una forma de alimentación con desigual resultado. Entre todas estas cosas, mis hijos aprendieron a tocar juntos 'Lucy in the sky with diamonds' con su profesor, Raúl Frutos, y olvidé miserias pasadas, pero al llegar a casa un volcán arrasaba las vidas de la gente. El dolor no da tregua, es como una especie de confirmación de las profecías de Pitita Ridruejo en 2019 a ABC: «A mucha gente no le conviene que llegue el Apocalipsis». Pocas palabras más certeras en estos tiempos confusos.

Hay algo irresistiblemente atractivo en el fin del mundo y en las matemáticas. Es una paradoja porque lo uno es caos y lo otro su opuesto, pero la mezcla de los dos es una entropía fascinante. El mundo parece querer acabarse o eso pensamos viendo el volcán surgir de la nada y llevarse por delante un pequeño cosmos insular o cuando arde el bosque porque un degenerado crea dos focos habiendo estudiado las previsiones meteorológicas para destruir la Sierra Bermeja, o cuando un pueblo es tan irresponsable como para permitir que se destruya su propio mar. Pensamos que el fin del mundo está próximo y creemos que tal vez sea lo mejor, que no hemos sido acreedores del tiempo ni de las cosas que la tierra nos ha dado para disfrutar su paso.

Cuentan su vida cuando les apetece en un tiempo de estrés en el que la gente se obsesiona con lo que le hubiera gustado tener

En este tiempo de debilidad moral no es fácil encontrar puntos donde asirse para evitar ser arrastrados por la deriva de oportunismo y mediocridad. Tal vez si nos parásemos a pesar en una balanza lo bueno y lo malo de este mundo, llegásemos a una conclusión espantosa. Pero, a veces, aparece un poste al que asirse. Francesc Torres es uno de los grandes artistas de mi tiempo. Durante la carrera fue como un mito, a Carolina y a mí nos marcó tanto su exposición en Telefónica que durante años copiamos su catálogo forrado en tela naranja para cada dosier de T20. Era un modelo ético, una toma de postura ante el mundo a través del arte de una valentía y rotundidad única. Con el tiempo nos conocimos, empezamos a trabajar y nos hicimos amigos. Su amistad es una de las grandes cosas que tengo en la vida y sus palabras me hacen seguir creyendo en la humanidad porque es crítico, y la humanidad que merece la pena es crítica, moral e inconformista con una forma de sociedad débil y defectuosa.

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Terry es una artista americana con un trabajo inteligente y poderoso. Ambos son pareja. Han creado una vida itinerante que vamos siguiendo en redes. Un día Francesc toma un cóctel en un chiringuito de Jersey y Terry lo fotografía, otro hablan de Afganistán, otro de Lenin. Su forma de contar la vida es adictiva. La forma de estar en el mundo de Terry y Francesc es adictiva porque dicen la verdad, porque no necesitan ese aparataje, el atrezzo con el que la gente se rodea en redes para parecer algo que no son. Ellos cuentan su vida cuando les apetece en un tiempo de estrés en el que la gente se obsesiona con lo que le hubiera gustado tener. Al otro lado del Atlántico, cuando me levanto, busco en sus perfiles qué hicieron ayer. Si pasearon por Manhattan o si Francesc sacó de la memoria una foto hecha por Terry el día en que cayeron las Torres y él tuvo que abandonar su estudio con una maleta y una premonitoria mascarilla. Soy un voyeur de su felicidad. Busco en ellos sensatez a veces y casi siempre afecto, aunque también es maravilloso cuando Francesc carga contra alguna de las demenciales estructuras políticas que nos rodean. Soy un voyeur de su realidad. Entre todo ese estrés que relataba al principio, entre la decepción de un mundo que debió ser otra cosa, todos los días los busco.

Y les deseo lo mejor de lo mejor porque si alguien se lo merece, son ellos.

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