Un velo negro tapa Irán

Marjane Satrapi cuenta cómo llegó un día al colegio y a todas las niñas les dijeron que tenían que ponerse un velo

La iraní Marjane Satrapi, reciente Premio Princesa de Asturias, lucha por la libertad de su pueblo a través de su obra. Sus películas, cuadros y ... novelas gráficas vuelven una y otra vez al Irán que fue y al que es. Nos recuerdan que libertades y derechos pueden sernos arrebatados en cualquier momento. Desde la calidez de nuestra democracia, sentimos que esas situaciones deben haberse originado en la lejanía del tiempo, por algo que pasó hace mucho, quizá en Persépolis, capital de antiguo Imperio Persa. No fue así.

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En 1979 la deriva de la monarquía autoritaria del Sah Mohammad Reza Pahleví, envuelta en una trama de corrupción y represión policial, tocaba a su fin. Tras dos años de protestas, se derrocaba la monarquía e instauraba una república islámica. En escasamente una década, desde el decreto de la Revolución Blanca de 1963, Irán había pasado de ser una sociedad tradicional, conservadora y rural a una industrial, moderna y urbana. Las reformas pusieron patas arriba la influencia de los grandes terratenientes, condujeron a una rápida urbanización y a la occidentalización social. También concedieron a las mujeres el voto, otros derechos y una creciente presencia en la sociedad civil. El programa de reformas tuvo éxito económico, pero los beneficios se distribuyeron de forma desigual. El clero chiita, y su nuevo líder, el ayatolá Ruhollah Jomeini, denunciaron estas reformas, porque consideraban que atentaban contra los fundamentos del islam, a la vez que reclamaban un mayor protagonismo en el gobierno. Los descontentos crecieron, acusando al gobierno del Sah de incompetencia, y conjurando una creciente ola de oposición que no se amedrentaba ante la brutalidad policial. Muchas personas apoyaron el cambio, pensando que el nuevo régimen islámico, que prometía regenerar el país, también traería una democracia. Las mujeres, algunas con velo, algunas con pantalón o minifalda, también participaron en estas manifestaciones.

Jomeini regresó de su exilio en enero de 1979, apenas dos semanas después de que el Sha cogiera un avión para no volver jamás. Su misión sagrada era fundar la República Islámica de Irán, y a la postre convertirse en su líder supremo. Este título, que en Occidente a veces se usa con guasa, estaba como tal definido en la nueva constitución y le concedió la posición de más alto rango hasta su muerte. Pronto se vio que la mirada severa del ayatolá caería como un velo oscuro sobre Irán.

El 7 de marzo de 1979, un día antes de la celebración del Día de la Mujer, se decretó la utilización del velo en los lugares públicos. Lo que iba a ser una afable jornada se convirtió en una agria protesta contra la imposición religiosa. Muchas de las que allí estaban reclamando su libertad habían gritado meses antes en las calles por la vuelta de Jomeini para regenerar el país. Era solo el inicio, la regeneración no iba con ellas. La dureza de las protestas hizo que el gobierno se echase atrás, pero en 1981 el velo se impondría, primero en los edificios públicos y luego en todo el ámbito público.

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Marjane Satrapi cuenta en su novela gráfica más conocida, Persépolis, cómo con apenas diez años llegó un día al colegio y a todas las niñas les dijeron que tenían que ponerse un velo cubriendo su cabeza, que era por la Revolución. La viñeta de la novela cuenta con los ojos inocentes de una niña la situación: unas, obedientes, se pusieron el velo; otras jugaban a que es una capa; otras se sentaron sobre él, porque ese trapo era feo y daba calor. La novedad jovial del primer día pasó a ser una norma que había que seguir con rigor, por temor al régimen. Del velo, se pasó a la estricta segregación por sexos, a la persecución de aquellas que no seguían las normas ultraconservadoras. La Guardia de la Revolución campaba a sus anchas, pegando, torturando, violando y si era preciso, asesinando. Así, luna tras luna. Un velo negro tapa aún hoy Irán.

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