Sonrientes amas de casa

Pese a la disponibilidad de electrodomésticos en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial en EE UU, los hombres tampoco reclamaron su manejo

Veo en las redes sociales a 'influencers' que imitan a las felices amas de casa americanas de las décadas de 1950 y 1960 horneando durante ... horas un suculento asado para diez personas, con su pan casero individual, y por supuesto acompañado de un delicioso postre con merengue. Un merengue italiano o suizo, no el que usted y yo conocemos con azúcar común y claras batidas con la túrmix. ¡Será por tiempo! ¿Acaso no se merece la familia al completo una inversión de amor para hacer la cena? Pues sí, y no seré yo quien ahogue a Cupido. Pero lo que a mí me ocupa aquí es que los seguidores –o 'followers'– contemplan otra cosa de la que quizá no son tan conscientes: la edulcoración del ideal de ama de casa. Sigamos con el modelo americano, que ha sido sublimado por la televisión y exportado a medio mundo, con todo su azúcar, o lo que es peor, colorante.

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La llegada masiva de los electrodomésticos a los hogares de clase media americana tiene lugar en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Esta fue una etapa de bonanza económica y prosperidad. En muchos casos la novedad no fue el aparato en sí, que ya existía de antes, sino que se popularizaron versiones más asequibles y fáciles de usar. Lavadoras automáticas, aspiradoras más manejables, refrigeradores con grandes departamentos para congelados, lavavajillas, y por supuesto una tele cada vez más grande y a color. Comprar todo esto era posible gracias al crédito, que permitía fragmentar el pago en recibos. Desearlo era participar del progreso, y señalarse como exitoso en una sociedad donde la cultura del consumo ya era una realidad.

La publicidad –que se veía en la tele grande y a color del salón, por supuesto comprada a plazos– se encargó de transmitir imágenes de sonrientes y esbeltas maniquís que estaban encantadas en sus casas de las afueras, todo el día trajinando. Era una publicidad dirigida sobre todo a las mujeres casadas, haciéndolas sentir culpables –o lo que era peor: pobres– si en su casa no había un horno de GE, una lavadora de Westinghouse, o una nevera Whirlpool. Y aquí estaba la paradoja: las novedades que llenaban la casa no liberaron a las mujeres de su trabajo doméstico. Al contrario, al aumentar el estándar de limpieza, estas tuvieron que seguir dedicando muchas horas al mantenimiento doméstico. A pesar de la disponibilidad de electrodomésticos que todo lo hacían 'fácil tocando un botón' los hombres tampoco reclamaron su manejo: las expectativas culturales continuaron asignando la mayor parte del trabajo doméstico a las mujeres. Esto está cuantificado. En la década de 1920 las amas de casa americanas dedicaban aproximadamente 52 horas semanales a tareas domésticas. En los años sesenta, con todo el trajín de cables, las mujeres seguían dedicando entre 55 y 60 horas semanales al trabajo doméstico. Un estudio elaborado por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (1965) resaltaba que las tareas podían haberse vuelto menos laboriosas, ¡pero el número total de horas no había disminuido! No solo el estándar de calidad había subido, sino que además las amas de casa tenían que dedicar tiempo al mantenimiento de las máquinas y a aprender su uso. Este concepto fue denominado 'ironía tecnológica doméstica' por Ruth S. Cowan. Y en su obra –magistralmente titulada 'More work for mother'– reflexionaba cómo la tecnología para reducir el trabajo doméstico no había cumplido del todo su cometido.

Hay algo más que yo, como economista, quiero subrayar: los recibos de estos electrodomésticos no se pagaban solos, por muy idealizado que estuviera el marido que trabajaba todo el día fuera de casa y llegaba a la hora de la cena. El aumento de las mujeres casadas en la fuerza laboral fue impulsado en parte por la imperiosidad económica de aumentar los ingresos familiares. Trabajar fuera de casa no aligeró su trabajo doméstico, ni contribuyó a repartir equitativamente las tareas domésticas entre los dos cónyuges, que llegaban agotados a casa. Pero uno menos agotado que el otro, porque podía pasar toda feliz la aspiradora, poner la lavadora, vaciar el lavavajillas y por supuesto prepara un fantástico asado acompañado de bollitos y postre con merengue. Recuerden: el merengue italiano o suizo...

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