Saint-Denis, el final de Europa
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
El continente lleva décadas mirando hacia otro lado mientras en sus ciudades se crean guetos, jaulas que explotan cada cierto tiempo en forma de disturbiosEn el lugar donde están enterrados los reyes de Francia, hoy en día reina la sharía. Es Europa, la de la bandera azul con estrellitas. ... La de la libertad y la brisa cultural, la de los derechos humanos y la tolerancia. Las orillas del Sena ya no son una gran biblioteca al aire libre, como dijo Benjamin, al menos en una parte. En sus riberas crece el barrio de Saint-Denis, al norte de París, un distrito multiplicado por la delincuencia, en donde no existen normas. Islas multiculturales en las que el viejo continente se desangra, en las que los cuerpos momificados de Robespierre, Voltaire y Rousseau son sepultados bajo los escombros de la libertad y olvidados en pos de una ideología medieval, aupada por el buenismo occidental, incapaz de percibir el peligro de aceptar que todas las prácticas culturales tengan cabida.
Y no deberían tenerla. En estas últimas décadas Europa padece una enfermedad letal que ya se ha empezado a manifestar. En muchas zonas del continente se ha impuesto un modelo de vida incompatible con los derechos humanos, que atenta frontalmente contra la tradición liberal del continente. Sucede delante de nuestros ojos, en Saint-Denis, en Molenbeek, en Colonia, en Milán, pero también en otras ciudades más pequeñas de Cataluña, Murcia y Andalucía. Un invitado incómodo a la fiesta de la democracia, a la separación de poderes. Se trata de un problema que trasciende la inmigración y que pocos dirigentes europeos están dispuestos a asumir y reconocer. Ciertas costumbres religiosas son incompatibles con la vida europea.
Conviene ser claro en este camino. El hecho de que haya barrios en las principales ciudades europeas donde no se respeten las leyes y se haya sustituido cualquier atisbo de orden por la sharía (ley islámica) es un fracaso común, pero tiene como responsable a la política comunitaria. Europa lleva décadas mirando hacia otro lado mientras en sus ciudades se crean guetos, jaulas que explotan cada cierto tiempo en forma de disturbios y coches quemados. El problema ha ido creciendo hasta que se ha enquistado de una forma malsana. La realidad de hoy en día resulta aterradora: hay barrios en Europa en los que el Estado no tiene acceso. Físicamente es Europa, pero no llegan sus leyes. En Francia se les conoce como «territorios perdidos de la República». Están integrados por miles de muchachos que no se sienten identificados con la nacionalidad a la que pertenecen, que han crecido en un ambiente de extremismo religioso y delincuencia. Carne de cañón para imanes, que pagan sus frustraciones contra todo lo que representa occidente. Y esto sucede no solo en el país más laico de todos, que hizo de la libertad individual su esencia.
Es inasumible que en Europa haya lugares en los que una mujer no pueda pasear con plena libertad porque es considerada un ser inferior. Camine usted por ciertos barrios y observe el rol social al que está supeditada la mujer. Muchas son obligadas a llevar velo (incluso algo peor, porque ya se ha generalizado el hiyab) o a casarse con quienes concierte la familia. La semana pasada supimos del caso de las dos hermanas afincadas en Cataluña de origen paquistaní, asesinadas por sus primos al oponerse a su matrimonio concertado en su país de origen. Fueron brutalmente torturadas con la connivencia de sus padres y hermanos, ante los ojos pasmados de una sociedad, la europea, que reúne sus esfuerzos en señalar el machismo latente de un juguete y que se calla cobardemente cuando una mujer porta el velo en el tórrido verano español.
Porque no es solamente un problema de delincuencia, sino de subsistencia cultural. Se han creado estados paralelos en los que miles de hombres y mujeres se han desconectado. No hay punto de unión entre ellos y la cultura europea. Sienten como enemigas las prácticas sociales que han llevado a nuestro continente a las mayores cotas de civilización que jamás hayamos tenido en la historia, desde los libros hasta la minifalda. El odio crece en las calles y es gasolina para los discursos religiosos. Muchos jóvenes se están radicalizando ante la frustración de no sentirse europeos, a pesar de haber nacido aquí, y se abrazan al Islam como única salida a su realidad. ¿Pero dónde está el Estado para impedir eso? ¿Qué fue de la Europa que se atrevió a despejar las sombras de siglos y siglos de cristianismo absolutista? ¿Por qué se debe aceptar la connivencia de una religión, la islámica, que atenta directamente contra los derechos humanos?
Las imágenes de Saint-Denis respondieron no solamente a una exaltación de la violencia, sino a la imposición de un modelo de vida concreto: la ley del más fuerte, el odio contra todo lo que representa occidente. Hubo acoso sexual a mujeres, robos y palizas. La dialéctica de la violencia como modelo de diversión. Europa luchó durante siglos para dejar de ir a misa y en unas cuantas décadas se está poniendo el velo. Este sí es el final de Europa.
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