Si las ideologías, la política y la propaganda intentan influir sobre cualquier actividad, no es de extrañar que la social y económica se vean también ... afectadas y que el eslogan o el relato interesado desplacen a cualquier intento de debatir de forma seria y rigurosa. Aparentemente, da igual que sobre una materia haya o no datos comparativos de otros países del área comunitaria porque sistemáticamente se soslayan o se utilizan parcialmente y de forma sesgada.
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En los temas que en los últimos meses han protagonizado el debate laboral (salario mínimo, reforma laboral, cotizaciones sociales, negociación colectiva) se ha hablado mucho de empresarios y trabajadores, y muy poco de la empresa como tal, entendida esta como un sujeto económico, como la unidad elemental de producción en donde conviven organizadamente recursos y personas que buscan un beneficio, y en donde la orientación social suele estar presente.
Sobre alguna de estas cuestiones, como la del salario mínimo, ya me manifesté de forma crítica sobre la actuación del Gobierno desde estas mismas páginas (26/12/2020) y la verdad es que no modificaría ni una sola coma de lo que por entonces mantenía. Respecto a la comentada reforma laboral de Rajoy, habría que enmarcarla en las circunstancias concretas en que entró en vigor, poniendo en valor que su máximo logro fue evitar que casi otro millón de trabajadores engrosase la insufrible lista de parados de aquellos momentos. Ahora, y en otro contexto, es posible que fuese conveniente su perfeccionamiento aunque no necesariamente en los términos que se han introducido, pero hay un aspecto que no ha pasado desapercibido, como es el de que los cambios introducidos no hayan recibido un reproche severo de la exministra Fátima Bañez incorporada no hace mucho a la Fundación de la CEOE. A mi juicio, se entienden poco las críticas que desde varios sectores viene recibiendo Garamendi, presidente de la patronal, entre la que destacan por persistentes las del director de un diario conservador difíciles de compartir y que parecen ignorar las difíciles circunstancias en las que tiene que desempeñar su labor.
Recurriendo al símil taurino diríamos que hay gente que compone muy bien la figura en el toreo de salón, pero si del mismo pasásemos a la realidad nos imaginamos cómo se comportarían en una simple becerrada, y no digamos ante los morlacos que debe lidiar continuamente Garamendi.
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Hay quien olvida que sus interlocutores naturales son un gobierno social-comunista y unos sindicatos que, aunque últimamente parezcan más razonables, tienen una gran dependencia, y no solo ideológica, del anterior (este año han visto duplicadas sus subvenciones respecto a las percibidas el año anterior) y, sobre todo, es sobradamente conocido cómo se las gasta este Gobierno, como evidencia el hecho de que la inesperada propuesta del ministro Escrivá de incrementar las cotizaciones sociales en cinco puntos, atribuyendo tres de ellos a las empresas, la ausencia de la mesa de negociación de la CEOE se saldase finalmente con la adjudicación de cuatro de los cinco puntos en juego. Con este y otros precedentes, es lógico que la CEOE optase por ser posibilista entendiendo que era mejor una reforma laboral descafeinada, fruto de la negociación y también de la vigilancia tutelada de Bruselas, vinculada con la adjudicación de los fondos europeos, que no la maximalista que se pretendía imponer por Unidas Podemos y otras formaciones de izquierdas.
Estas apreciaciones no son fruto de mi amistad con Antonio Garamendi, que, por otra parte, nunca me impediría ser crítico si la ocasión lo requiriese, sino de la convicción de que en cualquier negociación es muy difícil preservar todas las posiciones. Con seguridad que Antonio Garamendi ha tenido que soportar multitud de presiones, y, al final, junto a los órganos de gobierno de la Confederación empresarial, ha adoptado la decisión que consideraba más razonable. Los retos que seguirá teniendo son los mismos que hasta la fecha: mantener unida a su organización, en donde las opiniones de las asociaciones sectoriales y territoriales no siempre son unánimes, conllevarse con los sindicatos en aras del deseable diálogo social, y seguir esquivando los ataques y ocurrencias de los socios del Gobierno, que tienen demasiados prejuicios y un profundo desconocimiento sobre la inestimable contribución empresarial.
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