Destruir una tesis
El problema es que el capitalismo nos pone los grilletes del deseo hacia el futuro y oblitera el pasado
Ena de las tesis filosóficas que más éxito y fortuna han cosechado entre el gran público es aquella de que la vida es un proyecto, ... un proyectarse en el tiempo, y que, por tanto, cada día implica una sucesión de grandes y pequeñas decisiones. A partir de aquí se ha construido la imagen de una subjetividad situada en una ontología de la apertura que, no se me vaya a aburrir el paciente lector, viene a ser como cuando nos vamos de rebajas y tenemos ante nosotros tantas gangas que no sabemos cuál comprar. Pero ahí estamos cada uno de nosotros, heroicos, dispuestos a sacar con salero y probidad nuestra tarjeta de crédito para tomar decisiones drásticas sobre el ser y la nada. Pues la nada importa mucho en rebajas. ¿Quién no ha arañado una etiqueta para conocer el precio antiguo, el viejo precio, ese precio que tenía la prenda antes de ser rebajada a nuestro nivel existencial? Al llegar a casa nos probamos la ropa recién comprada en el espejo, ya más calmados, y nos sentimos a gusto, felices, si bien algo angustiados por no habernos comprado alguna cosa más, pero maldito aquel rival existenciario que nos ha usurpado veloz la corbata de seda justo cuando nuestra mano se disponía, famélica de lenidad, a atraparla.
Entre nosotros, fue Ortega el que lanzó esa genialidad de apotegma del yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, pues me roban la corbata. En Francia Sartre se lio con aquello de que el ser humano está obligado a ser libre y si no te gusta pues Stalin te lo recuerda de un gulagazo. Y después el inefable Heidegger lo puso todo en su sitio con tan buen tino existenciario que se le ha llegado a considerar el padre de una especie de 'coaching' existencial, según el decir de algún papel más digno de papelera que de libro. El caso es que este prejuicio, para mí completamente falso, vive entre nosotros y en nuestro cerebro como verdad inexpugnable, como evidencia científica, como garrapata en oído palaciego o falacia en catedrático de teología.
Que a qué viene todo esto. Pues muy sencillo. Es todo culpa del neoliberalismo, como casi todo. La filosofía existencial, desde Kierkegaard a Heidegger, digamos, pasando por Nietzsche de refiloncillo, también decía que la existencia requiere saber qué hacer con nuestro pasado. Es decir, que no basta con hacerse cargo del ahora proyectando hacia el futuro, porque el pasado siempre nos está esperando, a la vuelta de la esquina, para que nos posicionemos ante él, incluso dentro de él. El problema es que el capitalismo nos pone los grilletes del deseo hacia el futuro y oblitera el pasado. Y luego pasa lo que pasa, que no lo forcluimos como es debido y nos estalla en la cara. Y eso es lo que me ha pasado a mí hace unos días.
Lo fácil habría sido tirarla a la basura, pero me dieron la oportunidad de salvarla del incendio
Resulta que me escriben de mi alma mater para decirme que tengo que tomar una decisión sobre mi pasado. Y claro, con ello, la persona que me escribía no podía darse cuenta de que, al traer al presente un pasado que yo daba por muerto, me hizo entrar en un proceso alucinatorio muy entretenido, consistente en tener que decidir sobre el destino de un fantasma. La cosa era que iban a hacer limpia en un despacho decanal. Entre los bártulos, utensilios y cachivaches, encontraron un ejemplar de mi tesis doctoral, que es un cacharrazo azulillo azogado de abulia. Me pareció un gesto honroso impropio de estos tiempos de eficacia y prisas que me escribieran para saber qué hacer con la cosa. Ya digo, cosa, mi tesis, que yo tenía forcluidita. Pues ahí estaba: enhiesta todavía en una balda del despacho decanal. Lo fácil habría sido tirarla a la basura, pero me dieron la oportunidad de salvarla del incendio. No lo hice. Pedí que se cumpliera su destino. Ay alma mater, alma mater, que no sabes desprenderte de tus hijos. De éste, me temo, no podrás.
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