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Un proyecto común para la Región

Deberíamos empezar por la base: conocer el pasado. Hecho esto, veamos nuestra tierra con los ojos de ese conocimiento

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Lunes, 24 de septiembre 2018, 21:42

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Podríamos redactar la lista de los diez pecados murcianos y siempre empezaríamos por el tamaño del ombligo, así como el tiempo y la intensidad con la que lo miramos. Todo lo murciano parece mejor, pero la realidad se empeña en mirar a cualquier otra parte que no sea nuestro bellísimo ombligo. Mi profesión tiene cosas buenas y malas. Entre las mejores, las personas que voy conociendo, rara vez corrientes y nunca aburridas. El arte es un entorno frágil, extraño y exquisito que genera compañeros de viaje fascinantes como ningún otro. Todo esto surge porque hace una semana inauguramos en T20 Isidoro Valcárcel Medina, uno de los grandes de los dos siglos, una persona excepcional de la que aprendo en cada palabra pero, sobre todo, en cada silencio que, a diferencia de Duchamp, no están en absoluto sobrevalorados.

Fue una noche vibrante y luminosa entre amigos que desembocó en una conversación con un arquitecto y un periodista, los dos referentes mucho más allá de nuestras escuetas fronteras. La charla entre cervezas fluyó hacia el gran problema de los murcianos: los murcianos. En un momento dado, el periodista aludió a la imposibilidad de generar un proyecto común en Murcia, algo con lo que estoy de acuerdo. No es la primera vez que escribo sobre esto y tengo la certeza de no aportar nada interesante, pero hay algunos temas que no debemos olvidar pues son el lastre que nos hace ser mucho menos de lo que realmente somos.

Murcia vive una contradicción. Somos más centralistas que los de Madrid y a la vez más individualistas que nadie. La reivindicación de la grandeza local nos da miedo porque puede sonar a nacionalismo, aún sin tener nada que ver. Esa dicotomía tiene un reflejo evidente en los ciclos políticos y en las relaciones institucionales con los sucesivos gobiernos nacionales, pero el problema se debe tratar desde la base.

El discurso que podríamos llamar identitario, aún sin serlo estrictamente, se ha centrado en elementos que, con el más profundo respeto, son anecdóticos dentro de nuestra historia, de nuestra cultura. Existe una historia murciana y unas señas, una identidad marcada y un pasado olvidado. Si nos damos cuenta, las estrategias recientes en ese sentido focalizan las señas de identidad en lo lúdico, en las fiestas y juegos, lo cual no está mal, pero perdemos, como decimos aquí, «tiempo y perras» obviando la verdadera construcción histórica que nos sustenta.

Es un argumento fácil, a veces vuelvo a él, pero con la vida y obra de Ibn Mardanish en Cataluña se hubiera levantado una nación; con el pasado imperial de Cartagena en cualquier región de Francia se habrían declarado 'caput mundi', y con nombres como Ibn Arabí, san Isidoro y sus tres hermanos, con Pedro Fernández, Jerónimo Quijano o Salzillo se hubiera editado una biblioteca en cualquier estado alemán.

Nosotros debiéramos empezar por la base: conocer el pasado. Difícilmente una novela será mejor que la historia de Lorca ni encontraremos ciudad más santa que Caravaca, como no podremos saber de tragedias similares a la riada de Santa Teresa. Hecho esto, miremos alrededor y veamos nuestra tierra, nuestras ciudades, con los ojos de ese conocimiento. Entonces recorrámosla. Viajemos al castillo de San Juan en Águilas, vayamos entonces a los cañones de Castillitos y luego al Noroeste. Hecho esto, un orgullo natural y comprensible de ser murcianos surgirá entre el escepticismo, y el desencanto, también lógico por tantas cosas, irá reduciéndose. El siguiente paso será hablar, buscar cosas en común que nos hagan ir adelante. El progreso, la construcción de proyectos comunes pasa por compartir motivos, filias y, por qué no, fobias. Los romanos sabían perfectamente que la verdadera unión la logra la existencia de un enemigo.

Hay muchas cosas que han fallado en nuestra construcción: los sucesivos desmembramiemtos territoriales del antiguo reino ya desde el siglo XIX; las posiciones, no siempre muy duras, en las negociaciones con Madrid en temas vitales -como comunicaciones o infraestructuras- o elementos aparentemente secundarios como el nombre de la propia Comunidad o su equipo de fútbol. El eterno e imparable descenso a los infiernos del Real Murcia es un condicionante que ha hundido muchas veces el orgullo de miles de personas. Todo eso es verdad, pero hay que repensar la Región para que la inercia cambie, para que seamos lo que debemos ser al margen de centralismo o nacionalismos.

Tal vez todo esto sea ingenuamente naif, tal vez con mis amigos arquitecto y periodista deba crear un 'lobby' al que se una el filósofo, el conservero y el pastelero, el notario y el maestro. Quizá el proverbial individualismo huertano sea la fórmula pero es evidente que hay que dar pasos adelante. Lo tenemos todo para lograr avanzar y, como dije una vez, si voy a vivir aquí esto tiene que molar.

Y podría molar mucho más.

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