El pasado domingo, López Miras anunció que el lunes presentaría un decreto que el jueves aprobará. En suma, según lo publicado, se construirán 25.000 ... viviendas para jóvenes en los próximos cinco años. Todo, obviamente, muy urgente y ágil ahora, para que justo pueda parecer estar a punto de empezar a construirse en las próximas elecciones. No hacía falta apresurarlo en los últimos veinte años que, desde 1995, lleva gobernando en Murcia el PP. Entre las 184.000 viviendas ilusorias que Sánchez prometió hace casi dos años, y estas 25.000 nuevas viviendas fantasma, no vamos a tener suficientes albañiles imaginarios para poder construirlas todas a la vez.
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Prometer es fácil, cuando incumplir no tiene consecuencias. Ni siquiera resultará problemático presentar ahora un plan necesario, revolucionario e inaplazable... que podría haberse sacado en cualquier momento de los años que se lleva gobernando. Si el PP lleva ya más de cuatro lustros en Murcia; Sánchez llevaba más de un lustro en Moncloa cuando anunció su plan. Por suerte para ellos, la culpa siempre es de los otros. Desde Murcia, es obvio que el problema era Sánchez; y desde el Gobierno el problema eran las autonomías del PP. Y, si no, la culpa la tendría Aznar, o el independentismo, o Franco, o los inmigrantes, o el Cid Campeador. Da igual, tampoco es que fuéramos a tenérselo en cuenta: las viviendas prometidas no son reales, sino simbólicas. Méritos virtuales para que los votantes, convencidos antes de cualquier anuncio, se sientan más satisfechos con su opción.
Sin embargo, por sorprendente que parezca, más allá del teatro de los políticos, la vivienda es un problema muy real. En la vida de la mayor parte de las personas, ya sea pagando cada mes como arrendatario o como prestatario, pocos serán los que paguen más por cualquier otra cosa. Y no sólo será su principal inversión, sino su primera necesidad. Por eso, el que nuestras nuevas generaciones cada vez tengan más lejos el poder habitar un lugar propio, es mucho más que una molestia que podamos esconder achacando la culpa a unos jóvenes menos ambiciosos, como parásitos que se niegan a abandonar la casa de sus progenitores. Qué fácil es decir eso para quienes tuvieron que pagar su primera vivienda hace treinta años a unos precios, en relación con los salarios, que ahora no se pueden ni soñar.
Como con todo problema real, no hay una solución fácil, ni tampoco total. Mucho menos inmediata. Si renunciamos a subir los salarios de los jóvenes, la única forma en la que tendrían acceso a la vivienda es bajando los precios. O se acude al dinero público, infinito sólo en las promesas, o se intenta depreciar el parque general de viviendas. Si fuera real el cuento de que la culpa la tienen cuatro fondos carroñeros, depredadores de las esperanzas de esta nueva generación, muchos se congratularían de poder usar la expropiación legendaria, ignorando quizá que igualmente debería indemnizarse la propiedad expropiada. Pero ni eso parece posible, cuando son todas las generaciones precedentes las que han volcado la mayor parte de su ahorro en vivienda, creando una disyuntiva siniestra: ¿estamos dispuestos a emancipar a los jóvenes devaluando el capital de la generación de sus padres y de sus abuelos, que compraron la inmensa mayoría de viviendas como ahorro e inversión? Sólo hay que contar qué votos suman más. Total, los jóvenes sólo tienen que esperar hasta los sesenta y algo, heredar, y emanciparse entonces como los nuevos rentistas del futuro.
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Con todo, no nos dejemos arrastrar por el cinismo, y no perdamos la ilusión. Quizá sí podamos hacer magia aquí. Al fin y al cabo, de la medida anunciada y presentada por el Gobierno murciano se ha publicado que la ayuda pública se extenderá hasta los jóvenes, necesitados, que ganen hasta 54.600 euros al año. Y, si la renta neta media de los jóvenes españoles de hasta 29 años en es de 13.463 € (y la de los 'no tan jóvenes' de entre 30 y 44 es de 14.907 €), ¿no es acaso un milagro que en Murcia los jóvenes que necesiten ayudas públicas ganen hasta cuatro veces más que esa media? Es tan mágico que, con sólo un poco de esperanza, seguramente consigamos que, de esas 25.000 viviendas pregonadas, al menos se consigan construir unas quinientas, para que puedan comprarlas esos jóvenes con más dinero y así, cuando pasen diez años, puedan venderlas por mucho más de lo que les costaron, consiguiendo así su sueño de ser un poco más ricos, para la dicha de todos nosotros.
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