Uno que lee el periódico
LA ISLA ·
Consulta del médico, todos esperando y todos mirando el móvil. Miento, todos noCentro de salud, mediodía, un mundo de gente espera para entrar a la consulta del médico. Echo un ojo a izquierda y derecha y todos, ... absolutamente todos, están mirando el móvil. Miento: todos menos uno, que no mira el móvil: ¡¡está leyendo el periódico!! Un bicho raro, vamos, en estos tiempos en los que todo quisque mira el móvil y nadie, absolutamente nadie, mira un periódico impreso. Estoy por levantarme, sentarme a su lado y plantarle un beso, o, mejor aún, arrodillarme frente a él en actitud genuflexa, pasarle la mano por la espalda de forma reverenciosa y darle las gracias por semejante hazaña. No voy a decir qué periódico es, da lo mismo, y está claro que al final no me levanto para decirle que me ha alegrado ese momento del día ni le paso la mano por la espalda para darle las gracias, pero al menos le deseo que, sea cual sea el mal que le aflige, no sea nada o se restablezca cuanto antes. No me había pasado en años y entro al médico con el ánimo cencerreando y puesto de puntillas.
Otra rareza. Días después. Sol, buena temperatura en este enero disfrazado de octubre, nada de viento. Paseo de Playa Honda en dirección a La Manga. Enfrente, el Mar Menor. Precioso, inconfundible, amesetado, y es que el agua no hace olas, ni siquiera olitas. No parece agua libre, sino atornillada. Y, sin embargo, es libre. Esa es la rareza y ese es el milagro. No se mueve nada. Está claro: es el Mediterráneo menos las alas. Aún más bello. Viéndolo en el paseo de esta mañana le entran a uno ganas de ponerse machadiano y citar aquello de estos días azules y este sol de la infancia.
Impresiona y atrista a la vez. Aquí jugué, nadé y pesqué de chico, y más de un tragantón me di, hasta que un año, de repente, llegaron las medusas, y tras las medusas un atosigamiento de algas y sobreverde, y de repente se dejaron de ver caballitos, esos animalillos maravillosos, poco espantadizos y lentos, que se dejaban coger al bucear.
Fue un proceso de años, con el Mar Menor igual de tímido y calmado que siempre, sin decir ni pío, mientras lo íbamos aniquilando. Sigue igual de quieto y domesticado. No ha perdido la calma, sino la vida. Contra eso, caiga quien caiga, ni manga ancha, ni mano izquierda, ni mirar a otro lado. Ni un titubeo o seguirá siendo un milagro, como siempre, sí, pero un milagro que no merecimos tener nunca.
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