Tres días después de que Feijóo presentara solemnemente la denominada 'Declaración de Murcia', el barómetro de verano del Cemop refrendaba lo que algunos ya veníamos ... diciendo desde hace meses: en su deriva ultra, el PP no va a rascar ni un solo voto del espectro de centro ni tampoco del de la extrema derecha. Los datos de este sondeo no dejan lugar a la duda: el PP pierde tres escaños y trasvasa casi 40.000 votos a Vox, que supera al PSOE y se convierte en la segunda fuerza regional. A su vez, y por la complicidad ciega de los populares, la bola de la inmigración crece y crece hasta convertirse en el segundo motivo de preocupación de los murcianos. Feijóo y López Miras se han convertido en el principal acelerador electoral de la ultraderecha, mostrando para ello unas habilidades que, por su efectividad, parecen innatas. Vox quería situar la inmigración en el centro del debate político y elevarla al nivel de alarma social: y el PP ha entrado a este trapo con una determinación que pasma.
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El retiro del pasado fin de semana de Feijóo con sus barones autonómicos constituye la prueba definitiva de la rendición de la derecha a la ultraderecha. No podía ser de otro modo que la cartografía del PP sobre la inmigración llevara por nombre la 'Declaración de Murcia'. Después de los lamentables sucesos de Torre Pacheco y del arrebato de racismo institucional de Jumilla, la Región de Murcia se había convertido en la zona cero donde ensayar las políticas de odio hacia el inmigrante. Desde hace unos años, todas las dinámicas negativas de la política española han comenzado en esta autonomía –transfuguismo, 'vagunagate', islamofobia...–. Era de esperar que si el PP tenía que rubricar un documento sobre la inmigración en el que se concretara su asunción del populismo ultraderechista, el lugar elegido no fuera otro que Murcia. Con este acto, celebrado en el Teatro Circo de la capital, esta región surestina suma un hito más a su leyenda negra contemporánea. Y ya van unos cuantos.
La 'Declaración de Murcia' no supone tanto una declinación blanda y 'moderada' del discurso antimigración de Vox cuanto una de sus posibilidades de concreción. La propia Conferencia Episcopal –en una de las editoriales emitidas a través de la emisora de radio de la que es propietaria– se refirió a la 'Declaración de Murcia' como un texto en el que, implícitamente, se efectúa una equivalencia entre inmigración y delincuencia. Solo la mediocridad partidista –la cual, por cierto, abunda en todos los bandos– puede negar tal extremo. De hecho, tres de los puntos estrella de dicho texto –los referidos al 'Visado por puntos para inmigrantes', 'Expulsión y sanciones para migrantes que cometan delitos' y 'Menores migrantes no acompañados'– se apropian con absoluto descaro del discurso de odio de la ultraderecha.
Hace unas semanas, se denunció, en esta sección, la idea promovida por Vox de expulsar de España a todos aquellos inmigrantes que no demostraran una oportuna 'integración cultural'. Pues bien: uno de los índices de regulación del 'visado por puntos' que propone el PP es tener conocimientos de la cultura española y capacidad de integración –lo que llevó a afirmar, días antes del cónclave murciano, al envalentonado Feijóo que se priorizaría al inmigrante de origen hispanoamericano por encima del musulmán–. En las democracias liberales, los discursos de 'integración cultural' suelen enmarcarse en la idea de cohesión social. El punto clave aquí es que se reconoce la posibilidad de la diversidad cultural siempre que se respeten ciertos valores básicos –derechos humanos, igualdad de género, legalidad, etc.–. El matiz peligroso que se advierte en la 'Declaración de Murcia' asoma cuando la exigencia de integración se convierte en un filtro moral absoluto –es decir: 'solo aceptamos a quienes ya piensen, sientan y vivan como nosotros'–. Es entonces cuando, por medio de esta exigencia, se roza un pensamiento de raíz fascista o ultranacionalista porque se niega la pluralidad y se establece una jerarquía de culturas. Solamente por este punto, la 'Declaración de Murcia' incorpora nítidos elementos de modelos asimilacionistas –propios del fascismo y de nacionalismos autoritarios–, por medio de los cuales se promueve una renuncia total a la diferencia.
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El mismo día en que el Cemop convulsionó el panorama político regional, la nueva empresa encuestadora promovida por Iván Redondo publicó un sondeo que encendió las alarmas de Génova: Sánchez toma ventaja a Feijóo en intención de voto, y Vox supera el 20% de estimación y convierte el 'sorpasso' al PP en un horizonte plausible. Feijóo está a punto de lograr el más difícil todavía: perder unas lecciones generales ante un rival como Sánchez, asediado por uno de los contextos más severos que se recuerden en la democracia española. Todo lo que se puede hacer mal él lo está haciendo. En un momento de desnorte absoluto, decidió arrojarse al abismo de la competición ultra. Y, por la misma ley de la gravedad, todo cuerpo que ha iniciado la caída terminará por estrellarse sobre el suelo. El líder gallego ha traspasado un umbral peligroso y oscuro, más allá del cual ya no trabaja por los intereses de su partido, sino por los de Abascal.
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