Yo también fui un mena y un simpapeles
Recuerdo que no llevábamos contratos y que a veces venían inspectores de trabajo galos a las viñas y teníamos que huir para que no nos pillaran
Debo recordar a la parroquia, aunque no creo que sea necesario por obvio, que este país y esta región exportaron por espacio de muchos años ... a miles de menas y simpapeles y que yo mismo fui uno de ellos durante un tiempo.
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Aunque a mí no se me ha olvidado ni creo que se me vaya a olvidar jamás, a algunos parece que sí, como si no hubiera ocurrido nunca. Con once o doce años ya éramos útiles para el trabajo duro de la huerta y de la vendimia en mi barrio y valíamos un jornal completo que nos ganábamos trabajando la tierra durante ocho horas, sin que nos compadeciera nadie y apenas sin derechos.
Más que un mena yo fui un mea, es decir un menor acompañado, un emigrante en los viñedos de Francia, pero en unas condiciones laborales terribles, aunque con el mismo sueldo que mis padres, cuyo montante de un mes nos traíamos a España a principios de noviembre y nos valía para pasar el duro y largo invierno sin otros ingresos.
Recuerdo que no llevábamos contratos y que a veces venían inspectores de trabajo galos a las viñas y teníamos que huir para que no nos pillaran, y no, no es una película, aunque lo parezca, no recuerdo que nadie hablara entonces de derechos; cada uno sabía sus funciones y era consciente de su situación y, por eso, cuando parábamos en Figueras, solo se apeaban los mayores legales que iban a recoger sus papeles sellados y los más jóvenes permanecíamos en el tren y esperábamos a que volvieran como una especie de rito para reanudar el viaje hacia Francia; pues nosotros íbamos de incógnito, aunque nos viera todo el mundo y por eso carecíamos de los derechos laborales del resto, como sucede ahora.
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Íbamos a la aventura, aunque nos acompañaban nuestros mayores, y supongo que los franceses también desconfiaban de nosotros cuando en nuestras horas de ocio paseábamos por aquellos pueblos, íbamos mal vestidos y nuestra piel y nuestro pelo también eran más oscuros que los suyos. Tal vez merecíamos su compasión y, por esto, alguna vez nos regalaban tabaco y chicles, pero siempre estuvimos bajo su foco de vigilancia porque éramos españoles, jóvenes y, por tanto, sospechosos, como lo son ahora los subsaharianos, los suramericanos y los negros y en cualquier momento podríamos cometer una fechoría. Aunque, si lo pensamos bien durante un minuto, cómo es posible que seamos ilegales en este mundo que no le pertenece a nadie en exclusiva y, por tanto, es de todos.
Nos hemos creído el cuento de unos pocos que solo viven del cuento y a los que se les ha olvidado algunas lecciones de historia imprescindibles, como la que trata sobre aquella Grecia clásica en la que muchos miles de personas no eran seres humanos, sino esclavos, o aquella Rusia imperial en la que algunos millones de mujiks no tenían alma, y si no, lean a Chéjov y luego me cuentan.
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Hemos olvidado a los nazis y su esperpento político y estamos empezando a aceptar las monstruosidades de la ultraderecha mundial con Donald Trump a la cabeza, pero nunca olvidaré, como les decía que hubo una época, en la que yo apenas contaba doce años y algunos de mis compañeros una edad semejante, en la que trabajábamos sin papeles, y ni siquiera nos lo planteábamos, porque tampoco sabíamos lo que significaban. Pero al menos íbamos amparados por nuestros mayores que cuidaban de nosotros, a pesar de que en mi barrio, cuando cumplías los once o los doce años, ya estabas pensando en trabajar de firme en el campo o en la obra.
Ni siquiera te dejaban crecer del todo, porque hacía falta todo el dinero en la casa y nuestros destinos de jóvenes peones, de niños yunteros en los versos de Hernández estaban claros del todo, a pesar de que en mi caso, y gracias al apoyo de mis padres, yo albergaba la vaga esperanza de trabajar en otra cosa cuando fuera mayor. Pero por unos días rocé ese estado casi de orfandad en el que andan estos chicos de piel oscura que tanto alboroto y recelo levantan entre los más radicales de hoy, pero puedo asegurarles, porque yo he sido uno de ellos, que solo vienen a trabajar para nosotros, para cobrar sus peonadas y volver a su tierra lo antes posible.
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