A disgusto con nosotros mismos

Enfrentémonos al espejo, observemos nuestra imagen, acerquémonos a nuestra cara y admitamos que a partir de una edad deberíamos estar libres de prejuicios

Miércoles, 20 de agosto 2025, 00:13

No estamos a gusto con nuestro cuerpo ni con nuestra cara, es decir, no nos gustamos, tal vez porque no los elegimos al nacer y ... no somos responsables de ellos como si no nos representaran del todo, pero tampoco elegimos a la madre o al padre, nuestra condición social o nuestra situación económica ni la familia, y no solo nos hemos acostumbrado, sino que ya nos pertenece por entero y nosotros le pertenecemos a ella. Por eso no la despreciamos y terminamos incluso sintiéndonos muy orgullosos de nuestros apellidos, aunque no sepamos tampoco la causa, porque las familias, en el fondo, son todas iguales y todas diferentes al mismo tiempo.

Publicidad

Nos miramos en el espejo deformado de nuestro cuarto muy a menudo, en ese espejo de la realidad que ven nuestros ojos, y nos vemos gordos, mofletudos, escasos de estatura, con una descomunal papada y con los ojos muy juntos, y nos decimos que la naturaleza y el azar de la genética nos han jugado una mala pasada y que somos, como ya habíamos adivinado, feos, de manera que nos escondemos o intentamos cambiar algunas cosas. La cosmética y la moda logran matizar esa hecatombe, pero no es bastante, pues nos sobra nariz y nos faltan tetas, se nos caen las ojeras y las arrugas plisan nuestra tez, la grasa rebosa por nuestra cintura y nuestras caderas y pasamos de las cremas a los quirófanos, que son palabras mayores y en los que a uno deben dormirlo para someterlo a una operación de cirugía estética de la que acaso no pueda salir, puesto que hay viajes que no tienen vuelta, que solo son viajes de ida.

A pesar de ello mucha gente los está emprendiendo, mujeres y hombres, aunque más del primer género, y deberíamos reflexionar sobre este asunto, pues da la impresión de que no nos gustamos, de que no estamos a gusto con nosotros mismos, no porque el mundo sea diferente y no nos admita, sino porque nos han despojado de las armas y de las defensas idóneas para combatir la luz y contemplarnos en su agua.

Algo no anda bien en nuestra propia identidad, algo no funciona en nuestra mirada, pues ya hay muy poca gente que se sienta conformada con su aspecto y muy pocas personas se gustan del todo. Hagamos la prueba y enfrentémonos al espejo, observemos nuestra imagen, acerquémonos a nuestra cara, vigilemos nuestra barriga, midamos nuestra cintura y admitamos que a partir de una edad deberíamos estar libres de prejuicios y de acuerdo con lo que nos queda de naturaleza y de físico, porque a una edad concreta somos lo que somos y no parece que haya vuelta de hoja.

Publicidad

Deberíamos aceptar resignados nuestros posibles defectos, pues a cambio hemos alcanzado una edad provecta y estamos al cabo de muchas cosas, que no pueden obsesionarnos, ya que dejaron de ser importantes para nosotros y no nos urgen, ya no son perentorias.

Tenemos una familia, una carrera y un trabajo, tenemos amigos, unos pequeños ahorros y algunos centenares de libros, y nuestros hijos están sanos y seguros.

Un día de estos nos anunciarán que ya somos abuelos y dejaremos de una forma definitiva de mirarnos a los espejos y pasaremos a contemplar sus fotografías con arrobo y a todas horas. Ya no será importante que nos gustemos o no, solo serán importantes ellos, nuestra familia, los nuestros, a los que siempre hemos visto muy guapos, aunque hayan salido a nosotros y perpetúen alguno de nuestros defectos o precisamente por eso.

Publicidad

Somos felices al fin porque nos hemos liberado de tanto prejuicio estético, de tantos fallos en nuestra fisonomía, y una mañana salimos a la calle con nuestra mejor cara y nuestros últimos kilos adquiridos en una fiesta familiar, nos olvidamos de los espejos y caminamos por la acera con la determinación de quien se encuentra muy a gusto con su cuerpo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis

Publicidad