En ocasiones los dioses también mueren

ALGO QUE DECIR ·

El deporte es un modelo ético y es necesario cuidar hasta el extremo su ejemplaridad

Miércoles, 17 de marzo 2021, 01:26

Ha fallecido el futbolista de fama mundial Diego Armando Maradona y se ha armado la gorda, no solo en su país de origen, Argentina, que ... ha estado al borde de la algarada y del colapso, sino en el mundo entero. Abres un diario o pones la tele a cualquier hora, y ahí lo tenemos, el Pelusa, pequeño de estatura, pero un demonio con la pelota, un mago de los goles, un ilusionista de las aficiones deportivas, y en eso Argentina se lleva la palma.

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Ha sido, por supuesto, una muerte anunciada, provocada por toda una vida de excesos, alcohol y drogas que lo llevaron a coquetear en algún momento con la camorra italiana, país donde jugó durante una época, pero antes que todo esto, ha sido la muerte de un dios, pequeño, habilidoso y mágico con la pelota, pero inmenso en su dimensión social y en su proyección popular, alabado y bendecido por las hordas futboleras italianas y argentinas, que tanto se parecen en su virulencia, en su idolatría y en su extremismo radical.

Reconozco que no me gusta el fútbol, al menos hasta esos extremos, aunque la verdad es que hasta esos extremos no me gusta nada, que disfruto de un buen partido, que admiro a los que se han manejado bien con la pelota, porque no ha sido mi caso, y que gocé con toda mi familia de los éxitos inigualables del último Mundial que ganó España.

Pero de ahí a echarme a la calle, acercarme en un paseo a la Casa Rosada y exigir a voz en cuello la entrega del cuerpo incorrupto de Maradona bajo amenaza de saqueo y revuelta, me parece una barbaridad, un retorno a los modos primitivos de una sociedad que no siempre parece ir hacia adelante.

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Pero todavía resulta más peligroso, básico e inquietante que una sociedad cualquiera eleve a los altares de una manera literal a un deportista que cometió los peores errores humanos, que no fue nunca un ejemplo de sanidad, de pureza y de humanidad para los jóvenes que lo han seguido en su carrera profesional, que tuvo relaciones con el crimen, aunque él no fuera un delincuente, que consumió todo tipo de sustancias adictivas y perniciosas y que, en resumen, no supo muy bien cómo gestionar su éxito y su vida.

El deporte nos vale, sobre todo a los más jóvenes, para entretenernos y para seguir una pauta saludable de convivencia, es un modelo ético, por tanto, es necesario cuidar hasta el extremo su ejemplaridad, mantenerlo limpio de sustancias sospechosas, pero también de actitudes delictivas y camorristas.

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Uno puede ser el mejor futbolista del mundo y, en cambio, trasmitir solo valores negativos, aunque esto puede ocurrir, y de hecho ocurre, en cualquier disciplina, pero el deporte, y más concretamente el fútbol en la actualidad, es casi una religión cuyos dioses marcan las directrices de millones de personas que se identifican con ellos y aspiran a emularlos. Y aquí viene el exceso, esa barroca e hiperbólica celebración de un dolor que no podemos sentir de una forma colectiva, porque el dolor verdadero es íntimo y es privado. Frivolizar con él, diluirlo como si se tratara de un líquido aséptico, no nos ayuda a nuestra educación sentimental, pero exacerbarlo hasta límites inverosímiles constituye un fraude sentimental inaceptable.

Ha muerto Diego Armando Maradona, la Mano de Dios, el Pelusa, tal vez uno de los mejores futbolistas del mundo de todas las épocas, pero un hombre que cometió un sinfín de errores como otros muchos hombres y mujeres. Descanse en paz.

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