«¿Cómo has tardado tanto?», me reclamó entre sorprendido y enfadado mi sobrino Abelard la mañana en la que por primera vez le mostré el ... fondo del mar. Era agosto, Ibiza nos regalaba un feliz verano familiar más y cómo olvidar sus diminutas gafas azules de bucear y los gritos de emoción cada vez que levantaba la cabeza para tomar un poco de oxígeno y volver a sumergirla una y otra vez en las aguas infinitamente transparentes de cala Espart.
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Ese día el sol abrasaba; hoy nieva y mientras camino monte arriba me rindo a la memoria que hoy juega conmigo caprichosa y alocada. Septiembre. Solo tengo unos pocos días de vida y arropada en un canasto de mimbre mis padres me llevan a navegar. El día amenaza tormenta pero papá hace oídos sordos y levanta el ancla. De repente, el barómetro baja en picado; el viento y la lluvia cambian a mal el panorama. Es imposible regresar. Con mamá deciden buscar refugio en la playa más cercana y embarrancar en el barco en la arena. En tierra, sorteando truenos y rayos, conseguimos refugiarnos en un viejo y destartalado cobertizo donde esperamos a que la tormenta amaine. Sin un llanto paso las horas y mi padre está convencido de que ese día comenzó mi fascinación por el mar.
Sigo cuesta arriba y todo es cada vez más frío y blanco. «No fue un sueño, lo vi: la nieve ardía», recito en honor del gran Ángel González mientras trato de reconocer en los delicados copos que caen sobre mis manos las dispares formas que alegraban mi infancia. «Ya no están, no sé si se fueron para siempre o son invisibles para nuestros ojos ya cansados», me dice Jorge mientras me habla sobre Wilson Bentley, un granjero convertido en científico y la primera persona que en 1885 logró fotografiar un copo de nieve con la ayuda de un microscopio y una cámara, y demostrar que no hay dos iguales aunque sean simétricamente hexagonales. Snowflake man pasó más de cuarenta años atrapando la singularidad de esta belleza fugaz, que descubrió con su microscopio a los 15 años, hasta que una neumonía mal curada se lo llevó para adelante. En 1931 publicó 'Snow Crystals', un libro que aún hoy se consulta y que contiene 2.300 de los mejores cristales helados.
'Choco' va abriendo paso de regreso a casa y sus sonoros ladridos espantan a los venados que esta misma mañana campaban a sus anchas por estas tierras granadinas y serranas. La espesa niebla tapa La Sagra y no nos queda otra que imaginar esta altiva montaña. Suena el móvil: mi sobrino me envía una foto desde Indonesia rodeado de mantarrayas gigantes. Amorosa sincronicidad la llamo.
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