Muslos de sol, recintos del verano
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Aquel escritor sonaba a una libertad perdida, a un tiempo en blanco y negro con botellas de vino y canciones de jazzEra por la tarde en rue de Vieille du Temple, esquina con Rosiers. O tal vez frente al mercado de Blancs Manteaux, donde vendían rosas ... y dulces. En la memoria todas las calles de París se amontonan. Ella llevaba un vestido por encima de la rodilla. Creo que estas cosas ya no se pueden escribir. Una piel morena, de esas que se han bronceado sin querer con botella de vino en mano, en las riberas del Sena. Jóvenes, tan rabiosamente jóvenes que no existían las obligaciones ni los horarios. Mantenidos por papá y mamá al otro lado de los Pirineos, eso sí. Sabía que tenía fecha de caducidad, pero aquella tarde no sería el fin.
Paseaban a nuestro lado hombres con kipa y tirabuzones, parejas gais que se daban la mano con ternura, pantalones cortos y camiseta de tirantes. Algún turista ojeaba la carta del bar, escrita con tiza en una pizarra. El lugar invitaba a sentarse en esa terraza, por el amor de Dios. Una enredadera cayendo a cámara lenta por la fachada y las baldosas del suelo mojadas por el último turno de limpieza. Y estaba ella, preciosa, salida de una película francesa, dispuesta a enseñarme su mundo, tan ajeno al mío y yo tan necesitado de él. Ella conocía el territorio de esa cita. Había estudiado la estética a la perfección. Apareció con un libro entre las manos. Era 'Rayuela', de Cortázar, para acaparar todos los tópicos posibles. Y les diré que esas cosas antes me importaban más. Ya saben, 'Rayuela' no es 'Amelie'. Tenía un pase.
Yo siempre había soñado con que me gustase 'Rayuela'. Intenté leerlo en la carrera. No pude pasar de la página cien, a pesar de los saltitos. Luego volví al campo de batalla, durante la primera semana de mi estancia en París. Lo sacaba a las calles. Era pesado, pero más terca resultaba mi constancia. Pero no dio resultado. Necesité de la chica del vestido por encima de la rodilla y dos versos enigmáticos para convencerme. Ella había pedido su segunda copa de vino. Tocaba el libro con la punta de los dedos con una dulzura casi religiosa. Tanta que yo quise ser 'Rayuela' en ese momento. Y apareció la frase. «Muslos de sol, recintos del verano».
Fue su vestido por encima de la rodilla lo que me hizo amar el libro. Porque a Cortázar lo amé, como se aman ciertos tópicos. Aquel escritor sonaba a una libertad perdida, a un tiempo en blanco y negro con botellas de vino y canciones de jazz. Una época en la que poder resguardarme a menudo. Seductora, llena de romances, de hombres y mujeres que se persiguen de noche bajo la luna y acaban haciendo las paces en un apartamento minúsculo. Yo tenía ese apartamento, pero no las persecuciones. Aquel ideal de vida sonaba a verano. 'El verano eterno', se hubiese llamado aquella novela. Ahí estarían esos versos y la chica también. El vestido por encima de la rodilla que me hizo aplicarme en la lectura. Y entonces lo entendí todo. Capítulo 93. Había atravesado sus páginas como un caballero de fe sobre las brasas. Estaba escrito. «Muslos de sol, recintos del verano». ¿Cómo olvidarlo?
Me quedé quieto. No físicamente. Aquello me tocó en lo más profundo de mi orgullo. La delicadeza de esos versos desprendía toda la esencia de la vida, en apenas dos sintagmas y una coma, sin necesidad de un solo verbo. Acudían a esa imagen conceptos tan elementales como el deseo, el amor, el ansia de ser querido, los paseos eternos por la tarde, los períodos estivales en los que todo es posible. Allí se reunían la infancia, los primeros amores, los últimos, los fracasos... Todo encerrado en el capítulo 93, Cortázar jurando que aquello lo había sacado de Octavio Paz y yo volviéndome loco porque había leído todo de Paz y eso se me había escapado. La chica, claro, se acabó el vino y siguió los pasos acostumbrados: pedir la cuenta, perdernos en la ciudad...
Cada vez que vuelve el verano me acuerdo de aquella tarde en el Marais. De su copa de vino, del carmín en el borde del cristal, de 'Rayuela' y del vestido por encima de la rodilla. Es una imagen que espanta mis problemas cotidianos y arrasa con el invierno. 'Rayuela' cayó del Olimpo al estante de atrás de mi biblioteca. El nombre de la chica, como las heridas superficiales, se ha ido borrando de mi memoria. Juro que ni su rostro soy capaz de rescatar de esta bruma. A veces tiene los ojos claros y otras el cabello rubio. Solamente resisten los versos de Paz, los versos apócrifos que Cortázar dijo que eran de Paz. Una extraña confusión. Así es la vida. Un verano incipiente. Acercarnos a los días de vino y rosas aunque sean mentira. Y hoy, domingo, verán ustedes, hace calor y el mundo está lleno de vestidos por encima de la rodilla. Recintos del verano.
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